Por Jorge Omar Alonso
La intelorancia campea en nuestra sociedad que sigue en el paroxismo, y el raciocinio no parece haber anclado definitivamente entre nosotros.
Resulta dramático que aquellos episodios de violencia que todo el mundo vió, se vean prohijados por el gobierno nacional. Este ha tenido la capacidad política de dividir y debilitar a opositores, de sojuzgar hasta el servilismo a gobernadores, diputados, intendentes y al resto de sus propios cuadros de dirigentes y lo que es más lamentable, el haber dividido a la sociedad argentina. Esto no tiene nada que ver con el concepto de Política como “arte” en su definición filosófica.
El régimen ha de tener en claro que solo podrá sobrevivir haciendo uso de los mecanismos de manipulación y engaño; y como en todo absolutismo sus acólitos subsistirán a través del arte de complacer al monarca. Tal complacencia se ha manifestado dejándose arrear hacia la “plaza del enfrentamiento”.
Se pueden ensayar causas sociológicas o psicológicas para tratar de comprender esta recesión moral: la anomía, la desintegración de los lazos que unían a esta sociedad, si es que alguna vez hubo algo así; nuestros antecedentes históricos que nos ubican en un pasado de caudillismo y de hombres bravos e irredentos. Esa mezcla rebelde de sangre indígena y europea que procreó un individuo “hecho sin regla de conducta, sin instrucción, sin leyes” según Martínez Estrada en Radiografía de la pampa.
Llevamos internamente el “karma” de la intolerancia y la iracundia y a todo esto debemos añadir como valor agregado, la acción disociadora de un poder político cimentado en la revancha y el odio. No es otra cosa cuando la presidente refiriéndose al conflicto con el campo hace alusión a los años ’70 y a la dictadura. ¿Qué tiene que ver Videla con las protestas de los chacareros?, ¿la represión del estado con el levantamiento contra las retenciones?
Transitamos un permanente ricorsi de las estampas del pasado. Escuchamos nuevamente hablar de “oligarquía terrateniente” y de “sociedad de barrio norte”. Es el resentimiento inoculado en las clases no satisfechas y puntualmente explotado por el poder de turno como su base ideológica de reserva.
No hemos anclado en la modernidad, cuya condición básica es el mantenimiento de una democracia con efectiva participación de todos los estamentos sociales con el derecho de expresión y sin avasallamiento alguno. Precisamente el autoritarismo kirchnerista es la negación de aquellos valores. Este no admite el pluralismo exhibiendo una orientación ideológica estrecha y única que tiende a reducir a los individuos a sujetos “pasivos”. No quiere ciudadanos instruidos sino a la masa politizada de acuerdo a su ideología, prefiere la “chusma” porque mejor se la manipula, y cuando finalmente éste autoritarismo se considere exitoso y asentado ha de aplicar controles externos cada vez amplios y opresivos.-
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