lunes, 8 de septiembre de 2008

EL PRECIO DE LA INDIGNIDAD

La política es una herramienta válida para cambiar la realidad. Todo aquel que entiende que ese es el camino, recita aquello de que "hay que tener principios y estar dispuesto a jugarse por ellos".



Cada hombre que se lanza al ruedo público, lo hace porque aspira a mejorar la sociedad en la que vive. Más allá de los vivillos de siempre, esos que buscan en la política la profesión que no han logrado por sus propios méritos, lo cierto es que, quien tiene vocación de participar, espera lo mejor de ese ámbito en el que desarrollará su accionar.



Desde aquel dirigente del club de barrio, hasta el más ambicioso de los políticos que espera alcanzar la Presidencia de la Nación, persiguen un loable fin. Tienen sueños. Creen que podrán hacer las cosas de un modo diferente. Sienten que no repetirán la historia de siempre, y que podrán sostener sus ideas a pesar de todo lo que el sistema les propone. Cambiar el rumbo, implica un gran desafío.



Años después, quienes conocieron a ese dirigente que prometía con tanta convicción, y decía estar dispuesto a luchar contra todos, para lograr sus objetivos, manteniendo férreamente sus principios, ven como se ha desvanecido todo aquello.



Cabe preguntarse que paso en el medio, que sucedió entre lo que parecía tan puro luchando por los ideales y este presente que muestra a un hombre tan diferente, acomodado a su nueva situación, resignado en un montón de aspectos, acostumbrado en otros y hasta conforme en muchos de ellos.



Sus objetivos ya no son los de entonces, sus convicciones se diluyeron, sus principios quedaron en la mera retórica y aparecen en esa charla de café, solo entre amigos, pero ya no en público. De alguna manera, se avergüenza de ello.



La dignidad no debería tener precio, sin embargo el sistema encontró la manera de comprar voluntades, de alquilar almas, para perpetuarse indefinidamente.



El nudo del sistema impositivo argentino, más precisamente el régimen de coparticipación federal, que de federal tiene casi nada, funciona tal vez como el principal y más eficiente garante para sostener el eje de todo este perverso esquema.



Es que parece que casi cualquier político que intenta recorrer el camino de sostener sus principios, chocará inexorablemente con este "témpano" que supimos conseguir. Es allí donde se demostrará hasta donde llegan sus firmes convicciones y sus más arraigados principios.



El sistema de coparticipación pone entre la espada y la pared a gobernadores e intendentes, a concejales, diputados y senadores. Allí cuando les toca estar al frente de la cosa pública, es cuando se pone REALMENTE a prueba la profundidad de sus ideas.



Paradójicamente, esta en manos de esos mismos políticos cambiar la historia y el formato del régimen de coparticipación. La "cárcel" que propone este perverso régimen se puede modificar, pero para ello hay que sumar voluntades. Los números que la inteligencia de nuestros constituyentes nos legaron, lo permite sobradamente.



Las provincias tienen una mayoría aplastante en las cámaras legislativas para retomar el sendero. Solo que no se animan a hacer lo que corresponde. La meta debiera ser reestablecer su autonomía e independencia fiscal para recuperar así, su bien mas preciado, su dignidad.



El temor a no recaudar lo suficiente hace que intendentes y gobernadores prefieran seguir mendicando en los pasillos de las oficinas públicas a transitar el recorrido que los obligaría a administrar la escasez.



Consiguen fondos y privilegios para seguir haciendo la política actual. Así se garantizan la continuidad del presente para que nada se modifique, comprando un supuesto pasaporte al futuro para obtener nuevas y mejores oportunidades políticas bajo la protección de los poderosos del momento.



Historia conocida por todos. En el camino quedaran las promesas, los sueños, los principios y las convicciones. El sistema, así, habrá podido, otra vez, mucho más que todos esos valores. De esta manera deciden someterse mansamente a esa realidad. Otros suponen, cual fumador compulsivo, que siempre están a tiempo de decidir cual será el momento adecuado para librarse de las cadenas del poder. Sin embargo eso no sucede. Incluso el ocaso individual llegará, indudablemente, antes de que eso finalmente ocurra.



Muchos creen que esta realidad es inmodificable. Arrodillarse frente al poder o elegir ser un paria a la hora del reparto de favores. Esas parecen las opciones. Después de todo, sin recursos económicos no se puede gobernar dice el paradigma bajo el cual esta generación de políticos se ha formado.



Esa creencia dice que para seguir avanzando habrá que cambiarse de lado cuantas veces sea necesario. Estar dispuesto a traicionar a unos y otros, según lo que convenga, lo que incluye estar, preferentemente, del lado de "la caja".



Según esa visión, podría ser el único camino. Parece no tener precio, pero lo tiene. Aquel que transite ese recorrido, tal vez, pueda escalar durante algún tiempo los peldaños del supuesto éxito político. Pero al concluir el recorrido le espera el pago final. Ese que culminará, irremediablemente, no solo con sus sueños incumplidos, sino también, con el desprecio de sus semejantes, de la sociedad toda. Lo que es mas grave aún, con el castigo propio que implica saber que se han abandonado todas las convicciones para recorrer un camino que solo trajo algo de luces, y muchas sombras.



Son "las reglas de juego" sostienen algunos. Es posible que esas sean las reglas. Habrá que ver cuan importante son los principios para cada uno de los que dejaron atrás sueños y valores.



Tal vez algunos, aún estén a tiempo de cambiar su inexorable recorrido hacia el más aplastante fracaso. Tal vez valga la pena reflexionar sobre ello, antes de dilapidar el escaso capital político del que disponen.



Hay que reconocerlo. Es cierto. Sin recursos resulta difícil gobernar. Sin dignidad no vale la pena gobernar. Para hacerlo de esta manera, hubiera sido bueno saber de antemano, si se estaba dispuesto a pagar el precio de la indignidad.





Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

03783 – 15602694

Corrientes – Corrientes - Argentina

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