domingo, 13 de septiembre de 2009

BIOGRAFIA NO AUTORIZADA DE CRISTINA


La hermana de la coneja


En un depósito sucio, bastión de la Ciudad Vieja

La hermana de la coneja, perdió la virginidad.

Testigo en la oscuridad, un colchón apolillado

Que quedó como estampado, con indeleble memoria

Y es origen de esta historia, que no se bien si es verdad.



Fue como siempre sucede, se colaron con el Tito

Aquel morocho flaquito, que la conquisto con mimos.

Y desafiando al destino, se dejó de franeleos

Se alborotó el avispero, dieciséis años es mucho

Cuando te da como un chucho y la vida pide cuero.



Después cuentos conocidos, que le vamos a hacer

Que no lo podés tener, que ya conseguí la guita.

Un llanto cuatro caricias, que todo va a salir bien

El fondo de un almacén, el adiós al flaco Tito

Y el comienzo de un periplo, más hamacado que un tren.



Hoy es señora de tal, y en el este veranea

No imagina el que la vea, que era de playa Pascual.

Su camelo viene mal, vate, chicos y colegio

Te la trabaja de regio, y anda en checo bien debute

Con goma en lugar de yute y sin preguntar los precios.



Ahora sí que se divierte, en pavada de colchón

Pelo corto a la Garzón y lentes con cadenita.

Recurre al psicoanalista, a la hermana ni la nombra

Pero la marca una sombra, que nunca pudo esquivar

Como la vino a quedar, allá por la Ciudad Vieja.



Letra de Jaime Ross





Lo canta Caetano Veloso: “De cerca, nadie es normal”. No es extraño que Cristina Elisabet Fernández (así, sin la hache y con s) ocupe la presidencia desde el 10 de diciembre de 2007.



El matrimonio Kirchner la considera una presidencia matrimonial y a pesar del cambio de figura impidió hasta ahora discernir su administración de la de su esposo.

Esa ambigüedad política, también es personal.



Muchos de los que se acercan a la biografía de la nueva Presidenta se sorprenden de cómo su vida parece impulsada por una fuerza vectorial, una precoz obsesión por construirse a sí misma, por corregir lo dado. Se obsequia al otro. A Néstor Kirchner. La ecuación del matrimonio en la presidencia se vuelve ahora política estatal.



Cuando Cristina Elisabet Fernández nació en La Plata el 19 de febrero de 1953 (56), Eva Perón había fallecido hacía ya 7 meses y Ringuelet era todavía el suburbio de un suburbio. Un caserío humilde en las afueras de La Plata con quintas y baldíos.



Se sabe poco del tiempo transcurrido en ese entorno. ¿En qué infancia no hay un misterio? Cristina contribuyó a crear el suyo con un cuidadoso silencio sobre aquellos años iniciales de los que apenas llegan algunas pocas fotos: al año, soplando la velita; a los nueve, vestidita con el traje de danzas. No se conoce ni el nombre de la escuela primaria en esa edad oscura.



Los relatos de amigos y la biografía autorizada que publicó Olga Wornat, “Reina Cristina”, aportan poco como es de esperarse.



Una madre fuerte, Ofelia Wilhelm, militante sindical en la Asociación de Empleados de Rentas e Inmobiliario (AERI) y reconocida “tripera”, fanática de Gimnasia y Esgrima La Plata, a cuyas improbables hazañas asiste con camiseta y gorro azul y blanco.



A doña Ofelia le prohibieron integrar la lista encabezada por el polémico Juan José Muñoz para conducir el club. Dejó de hablarle un mes a su madre porque se atrevió a darle un reportaje a una revista. Razones de Estado.



La señora Ofelia Wilhem fue el eje de la casa, en cambio, papá Eduardo Fernández, apodado “el Tarta” por sus compañeros de trabajo, fue un colectivero ausente que se integró a la familia recién cuando Cristina tenía dos años y estaba en camino su hermana, Giselle. Entonces se formalizó el matrimonio.



Eduardo Fernández murió en 1982. “Con su hija mayor tuvo siempre muy poco diálogo y escasas manifestaciones de afecto”, dice alguien que lo conoció. Su lugar en la vida de Cristina lo ocupó, según especula Wornat, el tío Osvaldo Fernández, que murió bajo la balacera circunstancial en un enfrentamiento entre guerrilleros y policías en 1974.



Su hermana Giselle estudió medicina. Ejerce esa profesión desde hace más de 15 años, superados ya algunos altibajos anímicos personales, en el mismo sanatorio: el Hospital Rodolfo Rossi, de La Plata.



Esta otra doctora Fernández jamás movió un dedo para aprovechar en su carrera el poder de la hermana y el cuñado. “Eso sí, no te le pongas en el camino si se le cruza algo en la cabeza porque es capaz de pasarte por encima”, aconseja otro médico del servicio de terapia intensiva. Aires de familia.



El abuelo materno y una tía soltera completaron el entorno familiar inicial de la Presidenta.



Los amigos de la secundaria, el primer novio, quienes la conocen de antaño subrayan la energía que puso siempre Cristina en silenciar aquel pasado, en no hablar de la familia, en no franquear la intimidad de esa madre enérgica, de ese padre intermitente, de esa hermana frágil y estudiosa.



Hasta para los más compinches la penumbra de Ringuelet estuvo vedada. Cuenta Wornat: “Según testimonios de amigos que conocieron a Cristina en aquellos tiempos adolescentes, nunca le gustó exponer a la familia, ni siquiera en sus años más precoces, cuando la celebridad le quedaba muy lejos. Sus antiguas compañeras de colegio coinciden en lo mismo: «Nunca íbamos a su casa, no nos invitaba, nos recibía en la puerta o, apenas, en el living»”.



Cuando Cristina era adolescente, en todas las fotos está al aire libre.

Consiguió salir de casa. El ambiente social con nuevas amistades, le parece ahora más elevado.

Una prima de ella, María Silvia Rodríguez, le abrió las puertas para que ingresara como socia del Jockey Club de La Plata.



Cristina se adaptaba con facilidad. Le agrada ser aceptada, por eso es obsesiva con el aspecto, como lo será toda la vida, tal como su impuntualidad.

En Río Gallegos recuerdan que, 22 años más tarde, mientras se seguía el juicio político al gobernador Del Val, la casa de gobierno fue tomada a tiros por un grupo de policías rebeldes.



Ella llegó al lugar mucho más tarde que Néstor, su esposo, quien para aquella época ya cultivaba la impuntualidad. A Cristina le pareció lógica la demora: “Es imposible que salga de casa sin arreglarme”.



El cuidado por el aspecto es tan obsesivo que hasta en ella desata humoradas: “Yo ya nací maquillada”, suele decir.



Es un párrafo aparte hablar sobre Cristina y su placer por la ropa y los accesorios. Con el tiempo, el gusto se fue sofisticando, sobre todo con los viajes al exterior, reducidos por los Kirchner a Miami y Nueva York antes de llegar a Olivos.



A estas alturas, los trajes y vestidos deben ser de Susana Ortiz; los zapatos, de Claude Bernard o –pocas veces– Ricky Sarkany. Las carteras, de Hermès o Channel y Louis Vuitton . A veces condesciende a un bolso Peter Kent.



La realidad es que, desde que asumió como primera dama hasta ahora, el estilo no ha cambiado demasiado. Sigue fiel a la melena abultada con extensiones (obra de Alberto Sanders), bajó un par de tonos el rouge y quizá recargue menos sus pestañas renegridas, pero la impronta sexy sigue intacta: CFK jamás sale sin tacos aguja ni el talle avispa marcado con cinturones sesentones.



Lo de las cirugías o refrescaditas tampoco es novedad. Desde la época en que su esposo era gobernador de Santa Cruz, ella aprovechaba los viajes a Buenos Aires para quitarse la expresión de cansancio con algunas ampollas de toxina botulínica. Claro que ahora la rutina suma rellenos, mesoterapia y despigmentaciones faciales para terminar con manchitas molestas.



Dicen que todas las mañanas, cual Cleopatra, la senadora recibe en su suite de Olivos una jarrita con leche fresca que utiliza para refrescar el rostro y así mantener lejos el fantasma de la rosácea nerviosa que la aqueja desde hace varios años.



También tempranísimo, antes de las 8, da vueltas y vueltas por los jardines de la mansión presidencial subida a unos rollers que hace años compró en Miami. ¿El objetivo? Tonificar las piernas demasiado gordas, oxigenarse y aislarse del mundo antes de sumergirse en la vorágine de una agenda agobiante.



Sin problemas a la hora de jugar con encajes, cuero, cuadros, flores, géneros brillantes, tonos estridentes, cuellos de piel, joyas, bijoux, pedrería, oros y brillantes, Cristina nunca demostró adherir al menos es más. Y tampoco hay que esperar que lo haga.



Aunque muchos la sueñen con chignon, camisa de seda y traje impecable gris perla, ella seguirá apareciendo entre destellos violáceos, estrenando boina chavista y zapatos stilettos de color, un detalle no menor para recorrer un camino impensado.



A las cremas se las compra, por lo general, en el exterior –por maldita rosácea que la mortifica desde joven y la obliga a protegerse del sol como de un enemigo – y en cada puerto que se detiene, sus empleados deben detectar dónde está la mejor peluquería, capaz de equiparar a la de Alberto Sanders en Buenos Aires.



Incógnitas que los diplomáticos resuelven con soltura: Zulemita Menem los entrenó en rutinas muchísimo más exigentes. El poder permite aumentar el placer por los detalles.



En la agenda del último viaje de Cristina a Manhattan se consignaba el color de las paredes, los muebles y manteles que la rodearían en cada aparición: en la Universidad, en el Council of the Americas o en la sede de Times. Una buena oportunidad para combinar los colores y reducir el error de elección a cero.



Ese perfeccionismo puesto para tratar de subyugar la mirada de los otros, sería intrascendente si no mutara en política. Pero, convertido en insumo de la acción de gobierno, la pulsión por ser aceptada podría guiar una orientación más general.



Tal vez condicione las relaciones con la prensa, de la que ella está más pendiente que acaso todos sus antecesores. O determine una nueva forma de intercambio con el mundo. Es lo que creen algunos observadores del oficialismo: “Todavía no sabemos si Cristina tendrá una política exterior, pero es evidente que valora más que Kirchner las relaciones públicas internacionales. Hay lugares en los que ella busca agradar y que a Kirchner le son totalmente indiferentes. O, peor, en los que él cree sacar ventaja del conflicto. Eso no es política exterior. Pero puede derivar en una política exterior”.



Pero volviendo más atrás, Cristina a los 15 años, en las fotos luce bella, delicada, abstraída. Consigue poner la mente en blanco, algo raro en ella. Está en el bosque de La Plata. Se la ve apoyada sobre la reja del zoológico o sentada a los pies de un eucalipto. Fuma demasiado, se arregla el pelo. El que la sigue con la cámara es Raúl Cafferata, su primer novio, un poco mayor. Raúl juega al rugby y pertenece a una familia de la mediana burguesía platense: su padre era el tesorero de gobierno. Va al San Luis, el colegio marista.

Detalles cruciales en una ciudad que presume contar con una aristocracia imaginaria, cuanto más aspiracional, más elitista y conservadora, como suele ocurrir en las urbanizaciones cuando son recientes. La incorporación a ese circuito requirió, entonces, prestar mucha atención a las marcas de estilo. Después de haber pasado por el popular mercantil, de 46 y diagonal 80, ella iba al colegio Misericordia, muy de clase media.



Cristina mira jugar rugby a Cafferata desde el costado de la cancha. Otra foto. Luce los pantalones “Oxford” a la moda, estilizada, con interesante cuidado de la ropa. Sigue fumando. Carlos Bettini, un niño rico y casi hermano del “Lagarto” Cafferata, sostiene un paraguas cerrado entre las manos. La chica que está a su lado lo tendrá posteriormente como su embajador en España. Pero faltan más de 30 años.



Quedaron atrás los años 70 cuando Bettini y su hermano eran miembros de la Organización Montoneros.



Hoy devenido en empresario, Carlos Bettini es un lobbista de las empresas españolas y no tiene perfil diplomático.



La última foto que se tomaron juntos es de agosto. Fue sacada en Palma de Mallorca. Están dentro de un lujoso auto oficial. Entran en el palacio de verano para ver a los reyes Juan Carlos y Sofía. Magnífica carrera.



El ingreso en la Universidad siempre es iniciático. Cristina Fernández primero pensó en ser psicóloga. Se arrepintió al año. En 1973 ingresó en Derecho. La casa de Ofelia quedó más lejos. Seguían las salidas para bailar en boliches o ir al club San Luis. Desde entonces dura la amistad con Ofelia Cédola, alias “Pipa”, compañera de facultad que por entonces noviaba con el radical Leonardo Luchesi y ahora secunda a Carlos Zannini en la Secretaría Legal y Técnica.



En 1973 Cristina conoció a Néstor Kirchner y al cabo de unos meses, terminó su relación con Cafferata. No llegó al casamiento porque la familia de él se opuso.



Aquel joven santacruceño, desgarbado, de cabellos largos y lentes grosísimos, ya intervenía en política.



Cursaba Derecho desde 1969 y se había incorporado a la Federación Universitaria para la Revolución Nacional (FURN). La Plata vivía en ese entonces su “mayo francés”, en cámara lenta, pero impactante para un joven educado en el encierro de un hogar patagónico de inmigrantes alemanes, suizos y croatas. La FURN competía con la Federación Universitaria La Plata (FULP), donde prevalecían los radicales, que controlaban el Centro de Estudiantes de la facultad.



Quienes recuerdan al Kirchner de aquellos años sonríen. Era un muchachote gracioso, parlanchín, hijo de una familia principal de su provincia, más fascinado por el activismo político que por el aprendizaje de las leyes.



La FURN se disolvió en 1973, cuando se produjo la fusión de FAR y Montoneros.



Algunos de sus antiguos compañeros están a su lado todavía. Carlos “Cuto” Moreno, en la Cámara de Diputados. Marcelo Fuentes, en la Cancillería. Juan Carlos Oliva Maturano, en Legal y Técnica.



La participación política de estos jóvenes era satelital, ajena al núcleo más violento de la izquierda peronista. Ninguno de ellos alcanzó la jerarquía de un Carlos Kunkel, quien por entonces se convertía en diputado nacional. Pero Kirchner tenía un dinamismo y una retórica encendida capaz de capturar a esa chica que todavía buscaba un lugar social y emocional adonde mudarse desde el contrariado hogar de Ringuelet.



Aquel novio Cafferata se enteró pronto de que Kirchner y la vida política se habían convertido en un imán para Cristina.

Al poco tiempo de conocer al santacruceño, ella dejó al rugbier. Comenzó a transformarse, no sin cierta impostación, de novia en compañera.



El nuevo vínculo se oficializó el Día de la Primavera de 1974. El picnic, como siempre, en el parque Pereyra Iraola. Ella dice que Kirchner la sedujo con su locuacidad. Quien mire una foto de época del Presidente puede pensar que no había otro remedio. El no recuerda lo que dijo: “Estaba borracho”, alega. Romanticismo, cero. Igual que ahora.



Los días de Cristina comenzaron a transcurrir entre reuniones políticas y pensiones universitarias en las que los jóvenes del interior ensayaban una independencia que envidiaban los hogareños chicos de La Plata.



De esos años, que se sucedieron en el discutible izquierdismo del que hablan ahora, datan algunos hallazgos cruciales para la Presidenta.



Por ejemplo, la noción –asombrosa para cualquier adolescente– de que las ideas pueden encubrir intereses. El descubrimiento, muy de época, del imperialismo como factor de la política internacional, que ahora sólo sirve para justificar la ignorancia del inglés: “Para nuestra generación –suele exagerar Cristina– ese idioma sólo servía para decir yankees go home”.



También de aquella temprana socialización deriva una tendencia a cuestionar las burocracias establecidas, a buscar la disrupción. Destilada por los años, esa inclinación puede inspirar discursos reformistas.



Claro, en aquellos jóvenes la adhesión a formas mentales de la izquierda convivía demasiado bien con el componente decisionista, si se quiere autoritario, que describió bien Pablo Giussani en su “Montoneros, la soberbia armada”.



Un dirigente peronista que actuó por entonces y en ese ambiente, define: “Los Kirchner son herederos de un modo de conducción propio de la orga. En eso son setentistas puros. Hay un grupo cerrado, hermético, minúsculo, donde se toman las decisiones. Sólo allí se delibera. Y lo que resuelven se baja al resto, del que sólo se espera acatamiento. Ejecutores irreflexivos como Julio De Vido o Guillermo Moreno sólo son apreciables en ese orden de funcionamiento”.



Mañana la seguimos…



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"Rascad la piel de un escéptico, y casi siempre hallaréis debajo los nervios doloridos de un sentimental". (Daniel D'Arc )

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