viernes, 15 de abril de 2011

IMPROVISADOS


Los improvisados al poder

por James Neilson

En opinión de Nilda Garré, la Policía Federal es "el problema más serio y complejo que tenemos". Sería de suponer, pues, que desde diciembre pasado, cuando la ministra de Seguridad inició su gestión, sus subordinados estarían plenamente ocupados recopilando la información que necesitará para las reformas drásticas que tiene en mente. ¿Lo están? Parecería que no. Luego de disparar una andanada de acusaciones tremendas contra los hombres de la Federal, tratándolos como mafiosos, extorsionistas y cómplices de narcos, entre otras cosas igualmente despreciables, Garré dijo que "obviamente" no contaba con pruebas suficientes como para hacer las denuncias penales correspondientes, ya que sólo se trataba de un "comentario" inspirado en lo que le habían dicho "los vecinos".

A esta altura, dista de ser sorprendente el que la ministra de Seguridad de la Nación haya confesado no saber mucho sobre lo que sucedía en el ámbito policial a pesar de creerlo el más importante de todos, de suerte que sus opiniones contundentes al respecto se basan en nada más que chismes y rumores vecinales. El gobierno nacional está llenándose de aficionados impetuosos. Es evidente que para la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, la eventual idoneidad de sus colaboradores más influyentes es lo de menos. Parecería que con tal que le caiga bien y que esté dispuesta a hacer suya la ideología casera que se ha confeccionado en su entorno a partir de textos de polemistas antiliberales y en ocasiones xenófobos como Arturo Jauretche, cualquier persona tiene asegurado un lugar entre los responsables de guiar los destinos del país, velando por la seguridad de sus compatriotas, manejando la economía nacional y encargándose de las relaciones exteriores.

Ahora bien: en todos los gobiernos del mundo hay algunos personajes de capacidad limitada que fueron nominados por motivos políticos, por lo común para garantizar el apoyo de una fracción partidaria que de otro modo provocaría un sinfín de dificultades, pero en los países desarrollados tales individuos se ven respaldados por equipos de funcionarios experimentados que procuran impedir que cometan demasiados errores escandalosos. En cambio, parecería que en los niveles más altos del sector público argentino los auténticos profesionales constituyen una minoría que está en vías de extinción, con el resultado de que los ministros tienen que depender de sus propios conocimientos y su intuición personal. De más está decir que tanta ligereza ha incidido de manera muy pero muy negativa en el desempeño del gobierno kirchnerista.

Se ha cuestionado la idoneidad de casi todos los seleccionados por Cristina. El ministro de Economía, el rockero Amado Boudou, no tardó en hacerse notorio por su propensión a inventar teorías ridículas, como cuando insistió en que los pobres son inmunes a la inflación por tratarse de un fenómeno que sólo molesta a los ricos. Por su parte, la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, cree que el costo de vida dejaría de subir si el país produjera mucho más, tesis seductora si las hay, pero pocos economistas la toman con la seriedad debida. En cuanto al canciller Héctor Timerman, se las arregló en seguida para torpedear las relaciones con Estados Unidos acusando al gobierno del presidente Barack Obama de intentar enseñar a los muchachos de la aún embrionaria Policía Metropolitana a torturar mejor, para después rematar la obra apropiándose de la carga de un avión militar norteamericano y negarse a devolverla a sus dueños.

Aunque el gobierno de Cristina cuenta con algunos funcionarios que según las pautas habituales podrían considerarse idóneos, no les es nada fácil defenderse contra las intrigas de los decididos a desembarazarse de ellos por dudar de su compromiso con su versión del "relato" oficialista. Últimamente, las presiones en tal sentido se han hecho más fuertes debido al desembarco de afiliados del club de jóvenes y no tan jóvenes que se llama "La Cámpora" que se ha erigido en guardián de las esencias kirchneristas y, desde luego, de la memoria del fundador santificado del "proyecto", Néstor Kirchner. Lo mismo que su viuda, Kirchner prefirió rodearse de hombres y mujeres que nunca soñarían con tratar de hacerle sombra, de ahí el nombramiento de Felisa Miceli, la de la bolsa de dinero encontrada en el baño de su oficina, como ministra de Economía y Guillermo Moreno, flagelo de los empresarios no oficialistas, como secretario de Comercio Interior, además de bandadas de "pingüinos" procedentes de su provincia natal y, es innecesario decirlo, su propia hermana, pero parecería que Cristina se preocupa todavía menos por la eventual idoneidad de los miembros de su equipo.

En buena lógica, los costos políticos ocasionados por funcionarios como Garré, Boudou, Timerman y compañía, que raramente dejan pasar una oportunidad para entretenernos con "comentarios" surrealistas, deberían resultar tan elevados que la presidenta se sintiera obligada a reemplazarlos por personas menos heterodoxas, pero hasta ahora Cristina no se ha visto perjudicada por las torpezas seriales de sus acompañantes. Es como si la ciudadanía la desvinculara del resto del gobierno, dando por descontado que no es culpa de la presidenta que la ministra de Seguridad basuree a quienes al fin y al cabo son los responsables de defenderla contra una horda de delincuentes sin contar con pruebas de ninguna clase, que el ministro de Economía y la encargada del Banco Central no merezcan la confianza de sus homólogos de otras latitudes o que el canciller se ensañe con el país que sigue siendo el más poderoso, y más influyente, de todos, por motivos nada claros y así largamente por el estilo, ya que pocos días transcurren sin que por lo menos un integrante del gobierno formule una declaración que en otras latitudes desataría un escándalo mayúsculo.

Si bien la imagen reluciente de Cristina no se ve afectada por lo hecho y dicho por sus colaboradores, no tiene por qué perder el tiempo pensando en los molestos detalles administrativos. Si un legislador rencoroso o un periodista irreverente llama la atención a la brecha creciente entre la retórica oficial y la triste realidad, lo atribuirá a su presunta voluntad de reivindicar la dictadura militar para entonces recordarles lo malo que es el liberalismo, de este modo aplastándolos. Puesto que Cristina se ha dado cuenta de que para reinar no es preciso gobernar, todo hace prever que hasta nuevo aviso el país seguirá en manos de un contingente de improvisados.

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