domingo, 10 de abril de 2011

INTERROGANTES


CRÓNICAS DE LA REPÚBLICA
Impensados interrogantes

por Eugenio Paillet

¿Y si Cristina Fernández tampoco es candidata? La pregunta corrió como reguero de pólvora por algunos despachos oficiales dados a la tarea de interpretar cada una de sus palabras, cada uno de sus gestos, a desmenuzar del derecho y del revés sus frases y, por sobre todo, sus silencios. Esas pequeñas luces de alarma entre la tropa kichnerista pura, que vería como una catástrofe bíblica el hecho de que su jefa, finalmente, decida no presentarse en octubre, se encendieron casi al mismo tiempo que, en otro escenario y por otras circunstancias, el vicepresidente Julio Cobos anunciaba su propia decisión de no ser candidato por la Unión Cívica Radical.

Lo que hasta hace un puñado de días podía ser una utopía impensada, no tanto por los pasos de algún modo previsibles del mendocino, sino por lo que atañe a la viuda de Néstor Kirchner, devino, por esas horas, en una suposición para nada descabellada: que ninguno de los dos dirigentes que encabezaron la fórmula ganadora del Frente Para la Victoria en las presidenciales de 2007 sea de la partida en las elecciones que deberán tener lugar dentro de siete meses.

Veamos los hechos: La presidenta pronunció, el jueves, un discurso, durante un acto en la Casa Rosada. Allí, dejó algunas frases que provocaron más de un soponcio entre sus seguidores y que fueron dichas sin ningún grado de improvisación. No parecieron, de hecho, producto de la mera circunstancia en la que fueron lanzadas, como fue esa ceremonia en la que hizo anuncios para productores agropecuarios.

Lo primero que dijo fue que su paso por la gestión es "temporal, absolutamente temporal". Y para que no quedasen dudas, redondeó el concepto: "Se los digo con absoluta frialdad y convicción". Cuando el auditorio contenía la respiración, ella cerró el círculo, por cierto novedoso, de una duda que, hasta ahora, el 90 por ciento de la clase política creía zanjada en torno de su candidatura en octubre. "La temporalidad de las cosas hace que, por lo menos, esta argentina no se las crea, como otros por ahí se la han creído, y así les ha ido". Las lecturas sobre si fue un sayo para quienes, en el pasado, buscaron eternizarse en el poder, o para algunos de sus actuales compañeros de ruta que andan detrás del mismo vicio, son de libre albedrío.

En el gobierno y en el kirchnerismo, hubo, y las hay todavía, interpretaciones para todos los gustos. Y proyecciones de urgencia que provocarían más de un respingo. Lo primero que se dice en los despachos oficiales es que Cristina Fernández, que a nadie de su entorno le aclaró, que se sepa, el alcance de tamañas definiciones, puede darse esos gustos porque sabe que, hoy, las encuestas la muestran cómodamente ubicada al tope de las preferencias para octubre. No jugaría de ese modo, razonan, si, por el contrario, debiera reafirmar a cada paso que ella es la única garantía de continuidad del modelo iniciado en 2003; por ejemplo, en un escenario de mucha mayor paridad con los candidatos de la oposición, que, por supuesto, parece no ser el caso.

Habría que hacer un repaso, antes de preguntarse si las cosas son así como las pintan. Hay que remontarse, antes que nada, a algunos meses después de haber asumido la presidencia, en el otoño de 2008 y mientras se cocinaba a fuego lento la batalla finalmente perdida contra el campo, cuando ella le espetó a su esposo que "ni loca" la agarraban para un segundo mandato. "Yo, en 2011, me vuelvo a El Calafate", le había prometido. Más acá en el tiempo, ya con Kirchner fallecido y ella asumida como real y única conductora del gobierno y del poder partidario, sorprendió a todos en aquella asamblea legislativa de marzo pasado, al recomendar a sus exégetas que "no se hagan los rulos" en torno de su candidatura. Y desafió a quien quisiera a que dijese si ella alguna vez le había asegurado a alguno de los presentes que asumiría esa responsabilidad.

Durante todos estos meses, desde aquel 27 de octubre para acá, han ocurrido al menos dos cosas que, por donde se las mire, permitirían dar algún sustento a sus palabras del jueves en la Casa Rosada. Cristina no paró de subir en las encuestas y de recuperar niveles de imagen como no ostentaba desde diciembre de 2007, merced al "efecto viudez", lo que la hace transitar hoy su gestión y su vida política con cierta comodidad. "Hace la plancha y con eso le alcanza", suelen señalar en el gobierno. Como contrapartida, la oposición ingresó, al parecer sin remedio, en un laberinto de confusiones y tropiezos propios de principiantes, y hoy, para citar un ejemplo, las diferencias entre dos presidenciables como Mauricio Macri y Ricardo Alfonsín con Cristina Fernández, en materia de intención de voto, es de alrededor de 20 puntos.

Habrían comenzado a pesar, aun en el marco de ese panorama casi idílico para el kirchnerismo y sus huestes, algunas variantes que se sostenían en aquellos tiempos en los que Kirchner cogobernaba y marcaba la estrategia, y todavía soñaba con ser el candidato del oficialismo, en el marco del recambio marital eterno que habían planeado desde los comienzos y que alguna vez reconoció, en diálogo franco, el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli.

Primero: Cristina siempre fantaseó con la idea de terminar su mandato y retirarse a su lugar en el mundo con niveles de adhesión popular similares al de otros colegas suyos de la región, como Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, en Chile; Tabaré Vázquez, en Uruguay, y, por sobre todo, Lula da Silva, en Brasil. Según proyecciones de los consultores que trabajan para la Casa Rosada, ella podría alcanzar esas preferencias antes de fin de año, si la economía y el elevado consumo de los sectores sociales medios y altos se mantienen como hasta hoy. La percepción ciudadana que reflejan los sondeos acerca de que ella se hace cargo del gobierno y busca solucionar los problemas apuntalaría ese ascenso.

En segundo lugar, y como contrapartida de lo anterior, nunca dejó de pesar entre los estrategas del poder, y en Cristina misma, el fantasma del pato rengo: de ganar, ella ingresará en sus últimos cuatro años al frente del gobierno y, al mismo tiempo, sufrirá un paulatino desgaste en su gestión, que se agudizará en los dos últimos años, cuando los factores de poder político y económico (sindicatos, empresarios, corporaciones) vayan en busca de quien o quienes sean los sucesores. Siempre se dijo en esos laboratorios que la mandataria teme a esos efectos y que podría decidir que es mejor retirarse en diciembre para volver dentro de cuatro años, con una reelección incluida por delante. En el marco de esa construcción que puede sonar a política-ficción, la presidenta debería dejar "un delfín" al frente de la Casa Rosada, mientras se supone que ella ejercería el poder desde las sombras, tal como ocurrió en su propio caso, mientras su esposo vivía y manejaba el timón del gobierno y del partido.

"Si ella decide no ser candidata, hay que preparar uno", se animó a proponer, sin rubores, un alto secretario de Estado que siguió con el ceño fruncido aquel discurso del jueves. ¿No era Daniel Scioli el hombre cantado para asumir la candidatura presidencial, en el caso de una deserción de Cristina? Ese funcionario guarda reservas respecto de que las cosas sean "tan cantadas". ¿Tiene acaso la presidenta otro nombre para poner en la escena a sólo siete meses de las elecciones? Se sabe que hay muchos kirchneristas puros que tienen al gobernador bonaerense siempre en la mira y con una sospecha en la cabeza. La interpretación según la cual una candidatura del ex motonauta arrastraría detrás suyo a un amplio arco que hoy no comulga con Cristina Fernández, desde el peronismo federal al macrismo y el denarvaísmo, suele ser esgrimida entre funcionarios y observadores. Y ha sido reflotada ahora que la presidenta generó aquellas impensadas dudas.

Siempre quedará a la mano la idea de que Cristina será candidata y ganará en octubre, y que después habrá tiempo para volver con aquel plan que, de manera imprudente y anticipada, desnudó la diputada Diana Conti, cuando propuso reformar la Constitución para permitir la reelección indefinida de su jefa. Sólo un milagro de la política, que le permita al Frente Para la Victoria recuperar la mayoría cómoda en ambas cámaras, podría hacer avanzar esa estrategia que nunca fue desactivada, sino, simplemente, cajoneada, en espera de mejor oportunidad. Ninguna proyección, ni siquiera de los encuestadores oficiales, permite suponer que tal cosa vaya a ocurrir.

Para cerrar el círculo, un hombre que no tiene ninguna duda sobre la postulación de la mandataria y con ello el final de tantas especulaciones y alquimias desatadas, como Florencio Randazzo, eligió ahora la cautela: "Sólo la presidenta sabe si será o no candidata; de lo que no tenemos dudas es de que ella es la que mejor nos representa".

La oposición, a su turno, ha recurrido en su insólita carrera de desatinos y pareciera servirle cada vez más en bandeja a la presidenta su cómoda instalación en las encuestas. La deserción de Julio Cobos fue celebrada en la Casa Rosada como un capítulo más de esa comedia de enredos. No alcanza para sostener que, en todo caso, el mendocino ha descomprimido, con su entrada definitiva a boxes, el panorama de las candidaturas: ahora, hay uno menos y el horizonte se ve un poco más claro, sería todo lo que hay para decir.

Mientras Mauricio Macri insiste en pregonar, cada vez más en solitario, la idea de una candidatura única de todo el arco opositor para octubre, el radicalismo se ha partido definitivamente en dos. Por un lado, la centroizquierda, que, con Alfonsín a la cabeza, propone alianzas con sectores afines como el GEN, el socialismo de Hermes Binner y hasta la izquierda de Pino Solanas. Del otro lado, Ernesto Sanz se ilusiona con un frente de centroderecha en el que cabrían casi todos: radicales en general, el peronismo federal, las fuerzas bonaerenses de De Narváez, y hasta el mismísimo macrismo, sin descartar en esos cuarteles una vuelta al redil de Elisa Carrió, que, por las dudas, ya ha avisado que no cuenten con ella. "Por izquierda o por derecha, son un rejuntado, una nueva Alianza que ya fracasó en el pasado, porque lo único que se proponían era ganarle a Menem, pero no tienen una sola propuesta de cómo gobernar el país", se solazan, en despachos de Aníbal Fernández.

Puertas adentro del gobierno, Nilda Garré quedó, esta semana, en la mira de algunos de los varios enemigos internos que ha sabido ganarse, empezando por Aníbal Fernández. La ministra de Seguridad ya había provocado alguna tensión cuando implementó, de la noche a la mañana, el retiro de la Policía Federal de escuelas, hospitales y edificios públicos de la ciudad. Es infantil suponer que ella actuó sin la venia de Cristina Fernández. Pero en aquellos despachos le criticaron la oportunidad y que le haya dejado picando la pelota a Macri, para que se colocara ante la sociedad porteña, otra vez, como una víctima de la presidenta. Los portales online mostraron que el 80 por ciento de los ciudadanos reprochó esa medida, justo cuando Cristina Fernández busca ganarse el favor de esos votantes y profundizar la trepada en las encuestas de imagen.

El siguiente exabrupto, para el paladar de aquellos críticos, vino con la acusación directa de la funcionaria a la Federal de financiarse ilegalmente mediante aprietes y extorsiones a comerciantes, residentes flojos de papeles, casas de juego y otros flagelos, como la prostitución. Lo peor de todo fue que culpó "a la política" de no haber sabido, o no haber querido, durante estos años, poner fin a semejante proceder. Sin exagerar, podría decirse que le apuntó a Aníbal Fernández, que tuvo el manejo directo de esa fuerza desde 2003 hasta diciembre último, y, por elevación, a Néstor Kirchner y Cristina Fernández, responsables máximos de la administración. A menos que la ministra, en un formidable lapsus, suponga que la historia comenzó a escribirse cuando ella desembarcó en el ministerio de Seguridad, y no muchos años antes.

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