viernes, 8 de abril de 2011

LA CAMPAÑA DE LOS ULTRAS


La campaña de los ultras

por James Neilson

De vez en cuando se oye decir que la mejor campaña es gobernar bien, que en el cuarto oscuro los votantes siempre premiarán a quienes cumplen con su deber trabajando con responsabilidad, honestidad y realismo, pero sólo se trata de una expresión de deseos. La verdad es que escasean los políticos que están sinceramente convencidos de que una buena gestión debería ser más que suficiente como para permitirles congraciarse con el electorado, de ahí la proliferación de bien remunerados asesores de imagen y expertos en acuñar consignas engañosas. Por cierto, no lo creen la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, sus colaboradores y sus simpatizantes más decididos. Suponen que en última instancia lo que la mayoría quiere es sentirse parte de un movimiento.

Aunque los kirchneristas aluden con frecuencia al "modelo" o "proyecto" que afirman estar impulsando contra viento y marea, dando a entender así que no carecen por completo de sentido práctico, no se les ocurriría perder mucho tiempo jactándose de su eficiencia administrativa. Para ellos, importan menos los eventuales logros concretos de la gestión de Cristina que las vicisitudes de la batalla titánica que, nos aseguran, la presidenta está librando contra una multitud de enemigos: las corporaciones, el poder concentrado, cualquier manifestación de ortodoxia económica, legisladores del rejunte opositor que ponen palos en la rueda y, desde luego, aquella temible hidra mediática cuya cabeza más visible y más mortífera es el matutino porteño "Clarín".

Lo mismo que los teóricos del Proceso militar, dan por descontado que lo que más necesita el país es un "cambio de mentalidad", en su caso uno que, entre otras cosas, sirviera para limpiar las mentes argentinas de las nociones foráneas que se importaban antes de que la llegada salvadora de Néstor Kirchner pusiera en su lugar debido a los vendedores de recetas neoliberales.

La campaña proselitista del gobierno nacional tiene poco que ver con las hipotéticas bondades de la gestión de Cristina o con los problemas principales del país. Antes bien, tiene que ver con una lucha fantasmagórica entre el bien y el mal, lo nacional y lo antipatriótico, entre quienes por lo menos parecen tomar muy en serio el famoso "relato" de la presidenta y los reacios a dejarse seducir por sus discursos cotidianos. En esta guerra ideológica casi todo está permitido. Para que los chicos aprendan a distinguir entre los buenos y los malos, les enseñan a bombardear a gorilas con pelotas y a escupir sobre imágenes militarizadas de ciertos réprobos notorios como la pensadora célebre Mirtha Legrand. Y para los más maduros, hay escraches y otras manifestaciones de la ira popular.

Tales métodos pedagógicos serán rutinarios en países como Corea del Norte e Irán, o en la China maoísta en tiempos de la "revolución cultural", pero hasta hace poco no lo han sido en la Argentina. El Proceso militar, aquel producto maligno del setentismo delirante, sirvió para inocular la Argentina contra la violencia politizada, pero parecería que, como sucede con los antibióticos, los efectos benéficos de la vacuna brutal que se aplicó cuando Cristina y su marido eran jóvenes se han debilitado. Por lo pronto, la violencia sigue siendo mayormente verbal y, entre los piqueteros, gestual, pero no sorprendería demasiado que algunos exaltados comenzaran a tomar las palabras vehementes de sus líderes al pie de la letra.

De todos modos, a juzgar por las encuestas de opinión que periódicamente se difunden, la campaña intelectual, por decirlo así, que han emprendido los guardianes del pensamiento kirchnerista está brindando resultados muy satisfactorios. Puede que para una minoría retardataria las deficiencias administrativas del gobierno, sus muchas torpezas y su falta de interés en la inflación y otros asuntos engorrosos que en Europa y otras regiones políticamente atrasadas obsesionan a los gobernantes hasta tal punto que para mantenerlos a raya están dispuestos a ir al extremo de martirizar a sus compatriotas instrumentando ajustes brutales, sean motivo de viva preocupación, pero sólo se trata de un puñado de irrecuperables cuyo peso electoral es mínimo.

Siempre y cuando la economía no se hunda antes de octubre en una de sus crisis esporádicas, pues, los partidarios del gobierno de Cristina no tendrán por qué desistir de entretenernos con su versión caricaturesca de las luchas estudiantiles de cuarenta años atrás, luchas que, por desgracia, pronto salieron de los confines universitarios para sembrar muerte y dolor en el resto del país. Es poco probable que la historia se repita pero, como dijo Mark Twain en una oportunidad, si bien no se repite se rima. Es por lo tanto comprensible que haya algunos que temen que, a menos que Cristina discipline a la franja alborotadora que se ha apropiado de su causa, nos aguarde una etapa acaso farsesca pero así y todo sumamente desagradable.

Aunque los propagandistas oficiales se destacan por su fervor justiciero, no sabemos mucho sobre lo que quisieran lograr. Sabemos que no les gustan para nada muchos periódicos y periodistas, que les produce náusea la mera idea de que aún existan liberales, que odian a los gorilas y así por el estilo, pero todavía no nos han explicado con precisión en qué consiste el "modelo" que dicen estar construyendo. ¿Es tan distinto del "modelo" tradicional? Parecería que no, que sólo se trata de un intento no muy decidido de restaurar el esquema que rigió hasta que una serie de estallidos hiperinflacionarios hizo pensar que acaso valdría la pena procurar modificarlo. Gracias al boom de la soja, el viejo "modelo", caracterizado por los arreglos corporativistas entre el gobierno de turno y los "sectores" sindical y empresario, por "el capitalismo de los amigos" con todo lo que esta modalidad supone, por la corrupción ubicua, el nepotismo impúdico y el proteccionismo arbitrario, ha podido disfrutar de algunos años más de vida. En opinión de los agoreros, tarde o temprano la versión kirchnerista del viejo "modelo" nacional estallará y, aun cuando tal acontecimiento no provoque tantos destrozos como los ocasionados por el desplome de la convertibilidad, sólo habrá servido para que prosperara una minoría cada vez más reducida, pero puesto que hasta ahora no se han verificado los vaticinios lúgubres de los ortodoxos, los propagandistas K han podido seguir mofándose de sus advertencias.

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