miércoles, 18 de mayo de 2011

LA CLAQUE




por Héctor B. Trillo

Claque. Grupo de personas que aplauden, defienden o alaban las acciones de otra buscando algún provecho. (Diccionario de la Real Academia Española)

Tenemos el recuerdo de nuestra tierna infancia, cuando nuestro padre nos comentaba que saliendo de su trabajo (era carpintero de barcos) era subido a los camiones que lo transportaban a la plaza de Mayo para asistir a los discursos de Juan Perón. Nuestro padre era extranjero, de modo que su asistencia simplemente servía para conformar un "bulto" mayor. Era el caso de mucha gente como él, ya que los extranjeros eran mayoría en esos años en el puerto de Buenos Aires.

Ya siendo adolescentes, fuimos muchas veces testigos de las "convocatorias" que se hacían para llevar a cabo actos públicos de diversa índole. Es que los actos políticos contaron prácticamente siempre con la misma impronta: algún premio por asistir.

El premio podía ser abandonar el trabajo al mediodía, viajar gratis, recibir alimentos y bebidas, etc. Y, en los últimos años, poder contar con uno o varios "planes" tipo "Jefas y Jefes" u otros.

A partir de los años 70, cuando ya teníamos plena conciencia y razonábamos políticamente estas cuestiones, nuevamente fuimos testigos de infinidad de llamados de características similares. Pudimos comprobar lo mal que la pasaban quienes no adherían en las fábricas y pretendían no concurrir. Entre otras lindezas eran tildados de "contreras" y hasta de "boludos" por no "prenderse" en la gesta en cuestión.

¡Nuestro padre había sufrido lo mismo treinta o cuarenta años antes! Así seguía, y por supuesto, sigue ocurriendo.

Pero no siempre el presidente de la república actuaba como lo hacía el nombrado Perón. No todos los presidentes salían a los balcones de la Rosada ni convocaban a manifestaciones para reforzar "lealtades". Recordamos sí convocatorias para "defender la democracia" o para conmemorar algún aniversario en particular. Hablamos de convocatorias con beneficio de inventario, no de concurrencias espontáneas, que también las ha habido.

Nos limitamos a mencionar los casos en los que estuvieron involucrados presidentes de la Nación y no capitostes sindicales o de otra índole.

El sentido de este tipo de convocatorias entendemos que está vinculado con la idea de la llamada "democracia de masas". El "pueblo" en la plaza son 100 o 200 mil personas en un país de 40 millones de habitantes. ¡Minga de "pueblo"!

A estas alturas creemos ciertamente que si alguien compra este tipo de manifestaciones reclutadas con dinero y las considera representativas de las preferencias populares, la verdad es que está bastante fuera de la realidad.

Pero esto sigue haciéndose. Lo hizo Néstor Kirchner aquel 25 de Mayo, por ejemplo. También lo hizo junto a su esposa cuando fue el problema con el llamado campo y la resolución 125, en el año 2008.

Hace ya muchos años que tenemos la sensación de que éstas cosas siguen teniendo alguna utilidad en un país como el que vivimos. Pareciera que tanto los convocantes como los opositores toman en cuenta estas "manifestaciones" como si se tratara de algo verdaderamente representativo del "sentir popular". Así, publican y debaten la cantidad de asistentes en cada oportunidad en la íntima convicción de que el número de personas acercado al acto, demuestra la capacidad de "convocatoria", aunque todo el mundo sabe que tal convocatoria en realidad no existe.

Pero a todo lo que venimos comentando se ha agregado en estos años una nueva forma de convocar al público a los actos. Debemos confesar que no estábamos acostumbrados a ver a una presidenta rodeada de una claque de aplaudidores cuando lleva a cabo discursos de ocasión referidos a temas específicos utilizando, además, la llamada cadena nacional de radiodifusión. Funcionarios, diputados, senadores y hasta gobernadores se juntan en un salón ad hoc y desde sus sillas aplauden a rabiar, con vítores incluidos, cada vez que la presidenta hace algún anuncio, o echa alguna culpa, que a esos oyentes les parece que merece la aclamación.

Ahora mismo recordamos que su difunto esposo hacía cosas parecidas. Juntaba gente amiga que aplaudiera y se riera de sus constantes agresiones a sus adversarios, incluso que festejara agresiones a jóvenes "movileros" como si se tratara en verdad de viejos caudillos acostumbrados a lidiar en la arena política (a los que jamás se le animó, ni él ni su señora esposa) , o ataques a la prensa o a la justicia.

La señora Cristina tiene un tono en general menos agresivo que su marido. Aunque no deja de repetir los mismos clichés vacíos de contenido y de explicaciones al menos razonables, como las recurrentes y ya diríamos que demodés alusiones a un oscuro y tenebroso "neoliberalismo", a estas alturas de vieja data. Esos y otros comentarios van acompañados de verdaderas aclamaciones como esas que se producen en el Teatro Colón cuando culmina algún espectáculo de gran nivel.

Trazando, si se nos permite, un parangón con el relato que traíamos a cuento de nuestro padre, podríamos preguntarnos qué habría de ocurrirle a quienes debiendo formar parte de la claque, en caso de no asistir a la "convocatoria".

Nosotros sabemos lo que le ocurría a nuestro padre, al que jamás le alcanzaban las promociones y su salario era de los menores pese a ser un oficial carpintero (ganaba el mismo salario que el barrendero de cubierta, recordamos). Y eso que él asistía a la plaza, claro. Porque si no lo hacía la cosa sin duda era de esperar que fuera mucho peor.

¿Qué podría ocurrirle a ciertos ministros y secretarios si no asisten o si, haciéndolo, no aplauden a rabiar alguno de los reiterativos clichés?

Pero, aparte de todo esto, ¿a santo de qué se arman estas cosas? Ministros y demás funcionarios tienen obligaciones que cumplir, lo mismo gobernadores o legisladores o lo que fuere.

¿Es razonable que todos ellos abandonen sus tareas e incluso que en muchos casos deban viajar grandes distancias para estar presentes en un acto de características corrientes en el que la presidenta anuncia medidas en la cadena nacional y que bien podrían (y deberían) ser anunciadas justamente por sus colaboradores abocados a las tareas específicas en cuestión?

Porque esa es la otra: ¿es necesario que la presidenta monte semejante escenario para hacer un anuncio vinculado con el control de medicamentos que debería estar a cargo del ministro de salud?

Por todo esto, nos permitimos reiterar en el final de este comentario, la definición que da el diccionario para la palabra claque, en el entendimiento que es la que mejor le cabe a esta desgraciada etapa de nuestra vilipendiada democracia.

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