sábado, 14 de mayo de 2011

MOYANO


CRUJE LA RELACION CFK-CGT
La pesadilla de Moyano que prepara Cristina

Un horizonte complicadísimo para Hugo Moyano anticipa Roberto García en su regreso a su columna en el bisemanario Diario Perfil.

por ROBERTO GARCÍA

CIUDAD DE BUENOS AIRES (Diario Perfil). La pesadilla: dicen que transpirando y tocándose el cuello se despierta Hugo Moyano luego de haber visto –en sueños, claro– la aparición del juez Oyarbide envuelto en una capa negra, cual conde Drácula. Obviamente, no piensa que ese fetiche onírico se lo va a comer. Se imagina otras fantasías perjudiciales. Nadie sospecha descabellada esa ensoñación; por el contrario, empresarios, colegas de gremios y allegados la consideran verosímil, tal la confesada y reiterada preocupación del jefe de la CGT por la causa judicial que arbitra el diminuto magistrado.

Desde hace 48 horas, cuando se estampó su crisis con la Casa Rosada, Moyano quizá tema que la pesadilla se reitere dos veces por noche en lugar de una, temiendo por el advenimiento de decisiones tribunalicias en los primeros días de junio (un temor semejante guarda otro sindicalista, Gerónimo “Momo” Venegas, también envuelto por las pesquisas de los medicamentos adulterados). Suena una trompeta de castigo para dos rivales sindicales, como si fuera una compensación, justo cuando en ese universo “corporativo” –al decir K– se entiende que la Justicia habrá de aliviar el domicilio inminente de los recluidos Zanola y Pedraza, trasladándolos por razones de edad de un presidio común al encierro de sus casas.

Si algún miedo reconoce Moyano, en el kirchnerismo –según la denuncia que formuló Cristina en su último discurso y en el cual ya excede abundar– también se procesan temores: nadie denuncia extorsiones si no las recibe. A menos, claro, que tenga una sensibilidad especial, casi persecutoria, corroída por partes de inteligencia o sugestivos e interesados consejos políticos. Y una historia de desconfianzas, surgidas por resistencias personales de vieja data y “militancia” (para Cristina y Cía., Moyano “viene de la derecha”) expresada en la frialdad de las entrevistas, el diálogo escaso y, cuando ocurre, cargado por advertencias de tipo territorial (“yo también soy una trabajadora”).

No es lo apropiado entre socios, se supone. Por no hablar del rumoreo, de aquella última y explosiva comunicación telefónica entre el gremialista y Néstor Kirchner, cuando éste horas más tarde se desvanecía y moría. Ha reconocido esa distancia entre las partes el a veces brutal y en ocasiones sincero Pablo Moyano: “Con ella no es lo mismo”.

Se puede constituir una enciclopedia de desencuentros desde que los Kirchner, al asumir, no quisieron cumplir el compromiso con el líder camionero de instalar a un secretario de Transporte que él había elegido y en el que había invertido. Hasta la realidad última, de que el Ministerio de Trabajo facilitará la personería para gremios “tercerizados” (los más opuestos a la burocracia sindical) y de otros que reconocen la misma aversión al edificio de la calle Azopardo.

O, por su lado, la propia CGT aportándole aire y sufragantes a un candidato como Sergio Massa en la interna contra Daniel Scioli –típico negocio de cargos, obtener la minoría con el 25% y ubicar gente propia que el kirchnerismo no acepta– o contribuir desde Camioneros al mayor paro petrolero de Santa Cruz y bloquear fábricas luego de prometerle a la Presidenta que harían un esfuerzo por conservar la tranquilidad social.

Ni siquiera contó, a favor de Moyano en su relación con la mandataria y como presunto aporte para no desbordar la inflación, que haya instalado una suerte de techo del 24% de aumento salarial en lugar del 30% o más, como reclaman otros gremios.

Aunque las partes, cándida y cínicamente, repiten que las palabras de Cristina no son para Moyano, saben que han jugado cartas irreversibles. Cerca de la Presidenta hay quienes nunca comulgaron con el jefe camionero: le atribuyen ambiciones desmedidas de poder (o que, según ellos, no le corresponden a un sindicalista) y, por si fuera poco, le recuerdan un pasado que en cualquier momento puede aparecer en los juicios por los derechos humanos.

Hasta le han justificado el rechazo a la inclusión sindical en el reparto de ganancias, la sanción de la ley, y le explicaron esa inconveniencia exagerada a Cristina (en cambio, abogan por designar directores propios, amigos, para revisar balances y determinar dividendos en las empresas privadas en las que la Anses dispone de acciones). Curiosa la actitud, por no hablar de los medicamentos truchos cuyo mercadeo los horroriza en el medio sindical, imaginando esos funcionarios que Oyarbide hará debida Justicia –nunca se habla de derecho– y no se ruborizan con los fondos negros obtenidos para la campaña presidencial de esos mismos laboratorios truchos. Más curiosidad.

Además, su empeño purificador irá acompañado por una encuesta probable con resultado dictado por Julio Grondona: ¿qué dirá el gran público sobre la fortaleza de Cristina, quien se atrevió a enfrentar el poder sindical, la corporación del funesto Moyano? Respuesta obvia para el crecimiento electoral de CFK.

Del otro lado, reinan otros temores y observaciones, no sólo Oyarbide y su negra capa de Transilvania facturada en París. Más de uno cree que, al escuchar “vamos por todo” en boca de los kirchneristas, en rigor afirman que van por el sindicalismo organizado. Previsores, negociantes, salen como el ministro Tomada a sostener que no hay controversias entre Cristina y Moyano, explicaciones que en la boca del por ahora moyanista Julio Piumato parecen desopilantes. Sorprende que en la CGT falten abogados de fuste y libretistas profesionales.

No entienden, jurando inocencia, por qué se les imputa la confección, fuera del horario de trabajo, de remedios, blisters y troqueles falsos. Atribuyen esa denuncia a una conspiración ajena. El propio Moyano se siente víctima, una suerte de José Ignacio Rucci, quien fue asesinado por una banda que en su momento gozó, por ese acto, de cierta festiva complicidad en un vasto sector de la población: la clase media. Justo cuando estaba por denunciar el pacto social de José Ber Gelbard, la mentira de que no había inflación en la Argentina.

Es una metáfora ese ejemplo, claro, pero no ignoran (salvo el inconsistente Pablo, hijo de Moyano) que, por otra parte, enemigos de antaño –por ejemplo, la CGT de los Argentinos– recogían al mismo tiempo la aureola santa de Raimundo Ongaro y la violencia sórdida de otros colaboradores, admirados hoy en la Casa Rosada, y señalados como integrantes de los comandos que liquidaron al metalúrgico antecesor de Moyano en la calle Avellaneda.

Otros tiempos, otras pasiones, aunque la misma guerra. Recordando, eso sí, que al decir la Presidenta que ella no se muere por renovarse en el cargo, en verdad sostiene que sólo vive para conservarlo.

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