miércoles, 18 de mayo de 2011

SI O NO ?????????


¿Sí o no?



Por Vicente Massot



¿Comenzó Cristina Fernández a bajarse del escenario presidencial el jueves de la semana pasada, cuando en la localidad bonaerense de José C. Paz, flanqueada por uno de los intendentes emblemáticos de la corrupción kirchnerista y el eterno presente Daniel Scioli, pronunció el discurso más claro que se le haya escuchado contra el aparato de poder montado en estos años por Hugo Moyano y, al mismo tiempo, el más críptico respecto de la decisión que deberá tomar en punto a su reelección?





Quienes vienen insistiendo desde hace rato que no será de la partida en el próximo mes de octubre, se aferraron a la letra de esa pieza oratoria. Son los mismos que enarbolan, al menos, cuatro razones de no poca envergadura para fundamentar su tesis. Conviene, pues, repasarlas porque si bien es cierto que nadie sabe qué resolverá la viuda de Kirchner -¿lo sabe ella?- no son disparatadas, ni mucho menos.

Por de pronto, estaría la carga diaria que le llevan sus dos hijos con el propósito inequívoco de que abandone la Quinta de Olivos en diciembre y ponga alguna distancia de la política. Ellos no querrían perder también a la madre, por las exigencias de una empresa que ya le costó la vida al padre.

La segunda razón tendría que ver con su estado de salud, que no sería el más recomendable. La suspensión del viaje a Asunción y otros cambios repentinos de la agenda presidencial, demostrarían que la presidente no está en las mejores condiciones físicas para asumir, por cuatro años más, la responsabilidad de manejar el Estado y de gerenciar las políticas públicas del país. Como a ella no se le escapa esta realidad, preferiría dar un paso al costado.

En tercer lugar aparece la pesadilla que su marido siempre quiso exorcizar y, por eso mismo, la eligió a ella para encabezar la boleta electoral en los comicios del 2007: inaugurar un segundo período presidencial sin la posibilidad de reelección a la vista. Cristina Fernández conoce bien qué le sucede a cualquier gobernante cuando comienza a despedirse de la Casa Rosada. No es una fatalidad sino una ley física: comienza la batalla por la sucesión y el poder se le escurre entre las manos.

Por último, la presidente sabría, mejor que nadie, la situación económica y social que heredará quien resulte el ganador en las elecciones. Precisamente en virtud de tamaño conocimiento es que, según los valedores de la tesis comentada, no desearía tener que lidiar con un sindicalismo díscolo, un peronismo en ebullición y unos desajustes económicos -distorsión de precios relativos, atraso cambiario, crecimiento de la pobreza, etc.- que requerirán un ajuste doloroso como pocos.

Claro que el mismo acto del Gran Buenos Aires y el mismo discurso han dado lugar a la interpretación contraria, o sea: Cristina Fernández habría puesto en marcha, el jueves, su campaña presidencial. De lo contrario, qué sentido tendría cargar así, de manera desfogada, en contra del secretario general de la CGT. Si estuviese pensando en llamarse a cuarteles de invierno, carecería de lógica ensanchar de tal manera, a solo seis meses de su retiro, la indisimulable brecha que lo separa de Moyano. Distinto sería, en cambio, si su intención fuese quedarse en Balcarce 50.

Porque entonces, desnudar ante la opinión pública las tácticas extorsivas del camionero, podría reportarle el tan anhelado apoyo de unas clases medias urbanas refractarias a la prepotencia del caudillo sindicalista pero, a la vez, preocupadas por la inseguridad que delata la alianza opositora en ciernes, encabezada por Ricardo Alfonsín.

Los que creen en su renunciamiento ponen énfasis en la confesión de que no se muere por ser presidente de nuevo; los que creen en su vocación continuista recuerdan la frase de hace dos semanas, poco más o menos, según la cual a la empresa iniciada por su marido no se la puede abandonar al garete. Aquéllos hablan de cansancio físico y fragilidad psicológica; éstos, por su parte, de una dama de hierro. Mientras Jorge Asís, Elisa Carrió y Jorge Giacobbe, entre muchos otros conocidos, piensan que no competirá, los más consideran que la señora defenderá los colores del Frente para la Victoria , en octubre, movida tanto por su ambición política -que no es poca- como por el clamor del kirchnerismo puro y duro para el cual la sola idea de que todo lo hecho en los últimos ocho años sea aprovechado por Daniel Scioli, lo saca de quicio.

Faltan, apenas, cuarenta días para que se cumpla el plazo de oficialización de las candidaturas nacionales. Si bien Cristina Fernández podría, sin violar norma alguna, esperar hasta el 25 de junio y, casi sobre la hora, realizar el anuncio correspondiente, se supone que develará la única de las incógnitas significativas que quedan por resolver antes de esa fecha. Sobre todo si se retirase de la lid. Es que, en ese caso, quienes deseasen anotarse como candidatos para disputar las elecciones internas del 14 de agosto tendrían tiempo suficiente de prepararse.

Cristina Fernández aprendió no pocas lecciones de su difunto esposo. Entre ellas, la de mantener en vilo a sus seguidores en cuanto a candidaturas se refiera. Conviene recordar con qué regodeo el santacruceño, por espacio de meses en los años 2006-2007, mantuvo a los argentinos hablando del tema de su sucesión: de si sería pingüino o pingüina el próximo presidente.

Finalmente se inclinó por su mujer temiendo lo que, en este momento, debe ser una de las principales preocupaciones de ella: cómo conservar el poder si no tiene posibilidad de ser reelecta en 2015.

Con seguridad Néstor Kirchner -convencido de la inconveniencia de los mandatos consecutivos- sabía de antemano que sería pingüina. Su mujer, en cambio, al estar sola, tiene por delante una decisión mucho más difícil de tomar. De haber vivido el santacruceño, la especulación sobre él o ella podría resolverse a último momento porque el espacio de acción hubiese sido amplio. En las circunstancias presentes nada de eso parece posible. Como Zanini, Icazuriaga, Abal Medina y tantos otros que tiemblan ante la perspectiva de que su jefa los abandone a su suerte, a ella no se le escapa que un paso al costado supondría el triunfo de Daniel Scioli y el fin del kirchnerismo.

En medio de las tribulaciones de una mujer que los fines de semana, en Calafate, se encierra a llorar al marido ausente y que debe, a diario, enfrentar presiones de todo tipo para que redoble la apuesta y permanezca al mando del timón, del otro lado de la colina los líderes opositores se chocan en los pasillos y no terminan de ponerse de acuerdo sino en algunos temas, de momento menores.

Lo curioso del asunto es que no se han dado cuenta -o, si se dieron por enterados, lo disimulan muy bien- de que el hombre capaz, desde su exilio madrileño, de mandar a votar por Zutano o Perengano, sin importarle quiénes eran o cuál era su historia, no está entre nosotros. Pasó a mejor vida en junio de 1974 y sus iniciales, para más datos, son las siguientes: Juan Domingo Perón. Ese don no lo heredó después ningún hombre público de la Argentina.

Razón de más para andarse con cuidado a la hora de hacer cálculos con base sólo en el parecer de los Duhalde, Macri, Carrió, Alfonsín, De Narváez, Binner, Solá, Rodríguez Saa o quien fuese.

La idea de que si en una segunda vuelta el jefe de la UCR mandase a sufragar por Macri, éste ganaría con los votos radicales en la Capital Federal es tan relativa como la de que, sumados De Narváez y Alfonsín, disputarían la elección con Scioli cabeza a cabeza. En la Argentina nadie es dueño de los votos. Nadie suscita, a esta altura del siglo XXI, una adhesión semejante a la del pueblo peronista respecto de su líder histórico.

Por lo tanto, considerar que se puede con desparpajo pasar de una convicción a otra, de un partido al contrario, de un frente de centroderecha a uno de centroizquierda o viceversa sin que se note y sin que el electorado piense dos veces antes de votar, resulta inconcebible en gente que se precia de ser inteligente.

Las alianzas no valen lo que sus dirigentes unidos sumen en dulce montón. Valen en tanto y en cuanto sean capaces de gestar una alternativa creíble.

Mientras Cristina Fernández deshoja la margarita, el arco antikirchnerista debería repensar su estrategia.

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