sábado, 21 de marzo de 2020

PANDEMIA Y GRIETA

Panorama político nacional de los últimos siete días Pandemia y eclipse de la grieta: el enemigo está en otro lado En un trabajo sobre el coronavirus y sus consecuencias, Nicholas Kristof, dos veces premio Pulitzer en Estados Unidos, escribe en el New York Times: “El Dr. Neil M. Ferguson, un epidemiólogo británico considerado como uno de los mejores modeladores de enfermedades del mundo, produjo un sofisticado modelo, con el peor caso, de 2,2 millones de muertes en los Estados Unidos. Le pedí a Ferguson su mejor estimado. Alrededor de 1,1 millones de muertes, dijo”. El pronóstico del doctor Ferguson puede parecer apocalíptico, pero ilustra la magnitud del daño potencial que por efecto del coronavirus sufriría la nación que lidera Occidente. El reperfilamiento El tsunami global producido por el microscópico virus sólo parece haber perdonado a pueblos, como Haití, a los que su aislamiento condena a calamidades perdurables pero preserva, por ahora, del aluvión de la epidemia. Un fenómeno de estas dimensiones, que ha atacado ya a 172 países del planeta, no produce sólo efectos de corto plazo, sino que dispara procesos y cambios llamados a sedimentarse en las sociedades en las que impacta. En Argentina ya se observan cambios notables. Si hasta hace dos semanas la renegociación de la deuda (particularmente la contraída bajo ley extranjera) figuraba al tope del interés público y, sobre todo, de las prioridades del gobierno de Alberto Fernández, ahora ese puesto está monopolizado por la lucha contra el coronavirus. La agitación por la pandemia es el tema central. Y esto ha permitido un reperfilamiento del gobierno. En principio, la oposición política y comunicacional se ha visto despojada de uno de sus ejes especulativos: el que describía a Alberto Fernández como un mero vicario y a su vicepresidenta, Cristina de Kirchner, como el auténtico controlador del poder político. Hasta hace diez días, esa mirada podía resultar plausible para un sector de la opinión pública. Pero desde el mensaje por cadena nacional en el que el Presidente asumió con equilibrio y determinación el liderazgo de la lucha contra la pandemia, aquella visión ha dejado de ser verosímil. La Argentina está en guerra contra el temible virus y no hay dudas de quién es el comandante en jefe. Entre otros motivos, no hay dudas porque el Presidente está ejerciendo su función con prudencia y amplitud, buscando -y encontrando- la colaboración de las fuerzas políticas y sociales y espirituales: los partidos de la oposición, los gobernadores, los empresarios y los sindicatos, las iglesias, el mundo intelectual y académico. El desafío del coronavirus (una amenaza cuyas dimensiones están a la vista en lo que ya sufren países en los que golpea brutalmente, como Italia, España o los propios Estados Unidos) ha ofrecido al sistema político la oportunidad de saltar por sobre la famosa grieta y encontrar el denominador común de la solidaridad nacional contra un enemigo que no es interno, sino ajeno, “invisible” y letal. Esas nuevas condiciones no borran las diferencias, pero las subordinan al objetivo principal de ganar la guerra contra el virus. Y la pelea en la misma trinchera genera nuevas relaciones de cooperación y convivencia. Inclusive para tratar las divergencias. Autoridad y poder equilibrado El Presidente convocó a la oposición a compartir la elaboración de políticas y las fuerzas no oficialistas (empezando por quienes tienen responsabilidades ejecutivas en provincias o municipios) acudieron y colaboraron. Feernández buscó también el respaldo del mundo científico. En su discurso ante la Asamblea Legislativa Fernández había definido a su equipo como “un gobierno de científicos, no de CEOS”. La pandemia lo empujó perentoriamente a demostrarlo, y congregó a su alrededor a una eminente dotación de expertos seleccionados por sus saberes (es decir: sin atender a sus pertenencias o distancias políticas), para tomar decisiones con el mejor asesoramiento posible. La confianza social es indispensable -siempre, pero especialmente para atravesar un momento tan exigente- y es indispensable que quien encarna la autoridad retenga esa confianza. La sociedad - la amplia mayoría, por encima de preferencias partidarias- se muestra tranquila de contar con una autoridad pública que ejerce con equilibrio y decisión. Y la aplaude a través de movimientos espontáneos como el aplauso colectivo dedicado a médicos, epidemiólogos, enfermeros y todos aquellos que libran esta guerra en la primera línea de combate. También la expresa cuando muestra su irritación contra las actitudes egoístas e irresponsables de quienes rompen caprichosamente las reglas de aislamiento y ponen en riesgo la salud de su prójimo. Esa queja es también un mensaje a la autoridad: se espera de ella que castigue esas transgresiones. Las filas de autos que apuntaron hacia las playas o hacia las casas de campo del norte y el oeste del gran Buenos Aires fueron -como señaló un intendente- “una provocación”, tanto contra la autoridad, como contra la solidaridad nacional en lucha contra el virus y como, muy especialmente, las localidades a las que apuntaron. En Italia, los irresponsables que huyeron de la cuarentena de Lombardía hacen ahora temer un fuerte ascenso de los contagios en el Sur. La autoridad prometió severidad y el esfuerzo social espera que esa severidad se aplique. La guerra y los cambios Si el mundo, como la Argentina, está en guerra contra la pandemia, conviene recordar que las guerras promueven cambios sociales que luego subsisten y se vuelven irreversibles. Cuando el genio sale de la lámpara es casi imposible devolverlo a ella. Las grandes conflagraciones del siglo XX indujeron, por caso, el protagonismo social y político de las mujeres: con los hombres en el frente de batalla, madres, esposas, hijas y hermanas cambiaron su condición de amas de casa por trabajos en laboratorios, talleres y fábricas, y una proporción creciente de ellas se resistió a regresar a la exclusividad doméstica. En el siglo XXI ese movimiento se ha convertido en un motor decisivo e irreversible. Escribe el francés Pierre Rosanvalón (La nueva cuestión social): ”Al amenazar con devolver a los hombres al estado de naturaleza, la guerra los invita a una experiencia de refundación social (...) La reformulación del contrato social fue muy fuerte después de la Segunda Guerra Mundial. Los considerando s de la organización de la Seguridad Social (en Francia) hablan de 'impulso de fraternidad y acercamiento de clases que marca el fin de la guerra y nació de la terrible prueba que acabamos de atravesar". Hoy se observa que la pandemia es un fenómeno que trasciende largamente la esfera de la sanidad pública. Ya antes de que surgiera la epidemia, nuestro país estaba productivamente estancado, pero también había una desaceleración de la producción industrial en los países avanzados. El parate es grave. Más del 90 por ciento de las mayores empresas del mundo van a sufrir interrupciones de la cadena de suministro por el coronavirus. Un informe del FMI estima el costo anual esperado de la pandemia en unos 500.000 millones de dólares (0,6 por ciento del ingreso mundial). Quizás la teoría del derrame no funciona cuando se trata del crecimiento de la riqueza, pero sin duda se aplica a los procesos de recesión y empobrecimiento: hay una cascada que se traduce en mayor fragilidad social y consecuentemente, un debilitamiento de los sistemas inmunes de amplios sectores. Pero esas fallas de la inmunidad amenazan al conjunto de la sociedad que las alberga: cuando se quiebra el eslabón más débil fracasa la cadena. La pandemia está creando conciencia sobre este hecho: se valoriza la autoridad que proteja, se valoriza la autoridad eficaz (hoy se notan los puntos de simpatía que ha conquistado la capacidad y la dotación de conocimiento y capacidad de acción de China, Singapur o Corea del Sur para contener la pandemia, así como la desconfianza hacia gobiernos chapuceros que subestimaron la amenaza, fueron negligentes o desorganizados). Se valoriza también la provisión de bienes públicos (sistema sanitario y de salud, en primer lugar) y la necesidad de un Estado que los garantice. Es posible que, pasada la pandemia, haya una revisión general de ciertos consensos económicos que parecían absolutamente intocables (aunque, como oportunamente señalamos en esta columna, ya se percibía un ”cambio de atmósfera”). También es posible que se relativicen criterios de consumismo y de individualismo exacerbado que hoy, cuando se expresan rompiendo reglas de solidaridad nacional, son condenados socialmente. Es posible que adquieran importancia posturas destinadas a poner algunos límites sociales a la búsqueda de lucro y posesión. Ahora, en la emergencia, algunos de esos límites se ponen de manifiesto. Los estados se ven forzados a inyectar grandes cantidades de dinero para que el sistema siga funcionando: por ejemplo, que las personas que se han quedado temporalmente sin trabajo sigan cobrando para poder pagar las facturas, o que las empresas que no pueden producir puedan pagar a sus trabajadores. En Estados Unidos, el presidente Trump prometió apoyo económico a la economía de un billón de dólares y, en principio, congeló el interés de los préstamos de estudiantes, el gobernador de Nueva York suspendió deudas al estado por atención médica y legisladores demócratas y republicanos elaboran un amplio paquete de estímulos económicos. En Francia, el presidente Macron ha anunciado que se suspende el pago de alquileres y servicios de luz, gas o agua, mientras el propio Estado se hará cargo de pagar los créditos bancarios de la gente que no pueda asumirlos por culpa de la epidemia. Hay quienes consideran que las circunstancias actuales convierten en realistas aternativaas que hasta hace poco se estimaban utópicas, como la introducción de un sistema de renta básica universal que dé a cada persona residente una modesta retribución mensual sin condiciones, como derecho. Argentina, en plena cuarentena afronta ahora las semanas (o meses) en los que previsiblemente se verificarán incrementos de contagio. Pese a las diferencias de condiciones económicas con otras sociedades, llega a esta instancia con la ventaja relativa de haber, aprendiendo de las experiencias ajenas y aplicando criterios y saberes propios, adoptado medidas adecuadas precozmente además de haber dispuesto equipos que analizan y readaptan los criterios con flexibilidad. La cuarentena rigurosa que continúa al período de aislamientos, “distanciamiento” y limitación sugerida a la circulación, implica por supuesto un agravamiento de las consecuencias económicas: toda la sociedad sentirá estos efectos. Hay asignaturas por resolver y habrá que encararlas con tanta audacia y firmeza como las sanitarias, desafiando, también aquí, ortodoxias o heterodoxias. Hay evidencias de que la emergencia sanitaria, así como ha generado condiciones de consenso político que escaseaban hace apenas unas semanas, está abriendo la puerta a un nuevo consenso económico, liberado de prejuicios, tabúes y clichés. Allí está el ejemplo de Carlos Melconián, un hombre del espacio macrista, para quien, en esta dramática coyuntura, en la que hay un parate obligado por la emergencia sanitaria, se trata de poner en marcha políticas basadas en la emisión monetaria con la finalidad de evitar un corte en la cadena de pagos: "Los recursos del fisco -advierte- tienen que ir a matar dos pájaros de un tiro: empleo y salario. Al empresario le dice: vos pagá los impuestos y yo te ayudo con el costo salarial (...)La contracara del empresario es que no saque una sola persona de su plantel. Porque en este colapso, hay que darle la tranquilidad a la gente de que se puede guardar en la casa pero va a mantener su trabajo y su sueldo.” Hay un gran desafío. Hay una guerra contra el virus. Hay también un cambio de atmósfera. Como dijo el Papa Francisco a principios de febrero: “No existe un determinismo que nos condene a la inequidad universal. Permítanme repetirlo: no estamos condenados a la inequidad universal. Jorge Raventos

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