-Con el paso cambiado
Por Eugenio Paillet
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El gobierno sigue sin encontrar el rumbo y persiste en avanzar con el paso cambiado. Para más, si se mira el escenario de los últimos días, se verá que se ha manejado con dosis parecidas de soberbia y de autismo. Cuando no --como sostiene Elisa Carrió, a quien resulta difícil no otorgarle algo de razón-- con arranques de esquizofrenia.
Ejemplos sobran.
El gobierno lanzó el polémico proyecto del tren bala, cuando el grueso de la gente reclama mejorar los servicios, que hoy son una vergüenza auténtica y provocan que el usuario viaje como ganado. No quiere proyectos faraónicos que, a los costos proyectados, van a poder utilizar muy pocas personas, las más pudientes.
Cristina Fernández se entusiasmó al proclamar que, con ese tren de alta velocidad, la Argentina pega un salto hacia la modernidad y se colocará a la vanguardia en la materia en Latinoamérica. No sólo es pecar de soberbia frente a aquella realidad lastimosa de nuestros transportes ferroviarios.
También denota grados de autismo porque dentro del propio gobierno hay, por lo menos, dos trabajos, convenientemente cajoneados, que atacan el proyecto. Uno de ellos, que habrían entregado los técnicos de los sindicatos del riel, dice que el tren bala es inviable así como ha sido adjudicado, porque no hay densidad poblacional a lo largo de la traza --Buenos Aires, Rosario y Córdoba-- que lo torne atractivo comercialmente.
Salvo, claro está --seguramente lo que va a ocurrir--, que el Estado lo subsidie con 400 millones de pesos al año, con un boleto que sólo para la mitad del recorrido ha sido calculado por esos técnicos en 800 o 900 pesos. Es decir, más caro que el avión y cuatro veces más que el ómnibus.
En el largo problema del campo, más allá de las entendibles y previsibles desmentidas oficiales, es cierto que Alberto Fernández caminó esta semana más cerca de la puerta de salida del gobierno que de la de su despacho.
El jefe de Gabinete no renunció, pero lo analizó unas horas el pasado miércoles, cuando una proyectada reunión con los dirigentes agrarios parecía otra vez, por imperio de Néstor Kirchner, dirigirse hacia el fracaso. Resultó curioso comprobar que hasta los líderes de los productores, como Eduardo Buzzi, Mario Llambías y Luciano Miguens, tuvieron palabras de comprensión hacia el jefe de los ministros.
"No es justo que lo sometan a semejante manoseo", dijeron tras comprobar lo que ya es un secreto a voces: lo que tejen Cristina y Alberto, después lo desteje Kirchner sin la más mínima contemplación. Se ratificó, por si hacía falta, con lo ocurrido el miércoles, cuando el ex presidente desautorizó un borrador de acuerdo que contemplaba repensar algunas modalidades de las retenciones que Fernández planeaba discutir con la Mesa de Enlace.
No hay seguridades de que se realice el martes la nueva reunión programada en el despacho del jefe de Gabinete. No las había entre la dirigencia del campo, descreída a estas alturas frente a tanto manoseo y con la espada de los productores más radicalizados que quieren cortar rutas pinchándoles las espaldas, pero tampoco en el gobierno, donde siempre hay que esperar que Kirchner no decida a último momento ir a contrapelo de lo que un rato antes acordaron Cristina y Fernández.
Las pruebas indican que el ala dura del gobierno --por insólito que parezca, la encabeza el propio Kirchner-- ha boicoteado uno a uno los acercamientos intentados durante la tregua. Ya se ha dicho en los mentideros de la política --y la idea no ha cambiado-- que Kirchner apuesta al fracaso de las negociaciones para provocar la vuelta del campo a los cortes de ruta, de modo de enrostrarle toda la culpa a la dirigencia y ponerla en contra de la sociedad.
No es sólo en las idas y vueltas con el campo que se ha observado a un gobierno contradictorio, por decir lo menos, sin caer en la prédica a veces tremendista de la líder de la Coalición Cívica.
Finalmente, el ala del gobierno que comanda Cristina, y hasta para sorpresa de muchos con la comprensión del propio NK, ha descubierto que en el país hay inflación. No tanta como la que dicen los analistas privados, pero bastante más que la dibujada por el INDEC de Guillermo Moreno. De hecho, la estimación que hizo el Fondo Monetario Internacional, de un 13% para todo 2008, fue aceptada como "razonable" por el jefe de Gabinete. Moreno trina en privado por semejante osadía y sigue con sus dibujitos: para el secretario de Comercio, el alza no pasará del 9%. Roberto Lavagna y economistas del oficialismo, o que habitan en sus cercanías, hablan del 30 por ciento.
Ahora, entonces, hay inflación. Y el gobierno deja trascender que prepara un plan antiinflacionario que se sustentaría en encarecer los productos que consumen las clases altas y cobrarles bastante más las tarifas de los servicios públicos, de modo de desalentar el consumo. Paradójico: aún resuenan las vociferaciones del santacruceño en sus oficinas de Puerto Madero contra todo aquel que dentro del gobierno cometiese la imprudencia de decir que la inflación existe.
Por si fuera poco, se sabe, por voces del propio oficialismo, que el plan no es otro que el que se atrevió a proponer Martín Lousteau, lo cual le costó la cabeza, lisa y llanamente. Amén de que debió irse porque, de forma prudente, el ala política del kirchnerismo lo culpó de todos los males que provocaron el paro del campo, aumento de las retenciones incluido, como si en verdad hubiese gozado de alguna autonomía para aplicar esas exacciones a los productores.
Otras constancias en poder de hombres del gobierno permiten profundizar el colmo de las contradicciones, o de la soberbia de que hacen gala las autoridades. En los días previos a la salida de Lousteau, se daba por seguro en oficinas de la Casa Rosada que el sucesor sería Martín Redrado. Se dijo que era el elegido de Kirchner.
El entusiasmo al santacruceño le duró hasta que el titular del Banco Central propuso, para asumir en el Palacio de Hacienda, aplicar un plan urgente antiinflacionario y sacarle a Moreno el manejo del índice del costo de vida. Retazos de esas ideas de Redrado también serán tenidas en cuenta en el plan que tendría a su cargo Carlos Fernández.
Ese programa contra la inflación y otros proyectos gubernamentales en materia de inversión y desarrollo están siendo analizados en el marco de una iniciativa más elevada, casi en tono de gesta, que Cristina Fernández atesora hoy como una de sus políticas fundamentales.
Se dice en sus cercanías que así planea retomar la iniciativa, mostrar señales de gobernabilidad e institucionalidad y resurgir del paupérrimo sitial al que la han enviado las encuestas de imagen en las últimas semanas de infortunio y desaciertos. No es otra cosa que la presentación de un megaplan ligado a una fecha clave como la del próximo 25 de Mayo, cuando restarán dos años para el Bicentenario. La presidenta viene machacando con la idea en cada uno de sus últimos discursos.
Y no ha dejado de hacer hincapié en la necesidad de transitar hacia la unidad, hacia la pacificación de los ánimos. Ha dicho también que el Bicentenario es la bisagra de la historia en la que todos los argentinos deben empezar a aceptarse tal cual son, con sus discrepancias ideológicas y sus diferencias metodológicas. Un mensaje, cabría sostener, que antes que nada debieran aprehender sus propios compañeros de ruta, empezando por su marido, antes que la ciudadanía o una oposición que persiste en debatirse en la intrascendencia.
Pero, hasta donde se sabe por boca de quienes trabajan algunas de esas ideas, el llamado patrio no contempla, ni mucho menos, una convocatoria a los partidos políticos de la oposición, a la dirigencia del campo, a las organizaciones no gubernamentales, a los intelectuales, en fin, a los restantes actores de la vida nacional que no están parados en la misma vereda que el kirchnerismo.
De hecho, en medio de esos enjuagues, uno de los portavoces de Kirchner, el diputado Carlos Kunkel, salió a pegarle con dureza verbal al gobernador santafesino, Hermes Binner. El pecado del paciente líder socialista fue nada menos que pedir en voz alta que, de una vez por todas, haya un presidente, y no dos, que gobierne a los argentinos.
Conclusión: se trata de un conjunto de medidas que va a imponer el gobierno. Y quien se decida criticarlas o plantear alguna disidencia seguramente encontrará algún personaje del oficialismo dispuesto a tratarlo de desestabilizador.
Es, en síntesis, un programa de iniciativas oficiales para el Bicentenario que serán propuestas y bendecidas por el mismo círculo cerrado en el que ha preferido moverse Kirchner y, por añadidura, su mujer: el peronismo, el sindicalismo de Hugo Moyano y algunos empresarios nacionales que se benefician con las licitaciones oficiales. Además de los gobernadores y la liga de intendentes que no tienen más remedio que correr detrás de la billetera.
Fuente: La Nueva Provincia (Bahía Blanca)
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