viernes, 21 de mayo de 2010

POCO PARA FESTEJAR



Por Susana Merlo (*)

A diferencia de hace un siglo atrás, en el primer centenario de la revolución de Mayo, cuando el orgullo primaba pues la Argentina estaba entre los 10 principales países del mundo, y era mirada como el lugar de la esperanza, y donde “hacerse la América”, ahora lo primero que caracteriza a este Bicentenario es la indiferencia. Prácticamente ni banderas hay en las grandes ciudades, y es casi seguro que los colores albicelestes van a lucir con mucho más profusión en unos días más, para el Mundial de fútbol, que ahora en la fecha patria.

Hasta la propia presidente Cristina Elizabet Fernández reconoció recientemente “no sentir orgullo”, aunque mucho de este sentimiento se deba, entre otros, justamente al accionar del matrimonio presidencial que conforma con Néstor Kirchner.

En 1910 todo era una fiesta. Ya desde muchísimo antes había comenzado la construcción de grandes obras, edificios, avenidas, hoteles…Reyes, príncipes, dirigentes de todo el mundo visitaron Buenos Aires para el primer Centenario. Los regalos imponentes se acumulaban con cada barco que arribaba.

Ahora, 7 cuadras de paneles de cartón (eso sí, bien coloridos) en plena 9 de Julio hacen honores a un sitio donde los pobres revuelcan basura por las noches, dando lugar a un nuevo espacio social, justamente, “los cartoneros”.

¡Y que decir del campo…!. En 1910, de la mano de las fuertes corrientes inmigratorias, que luego se intensificarían con la Primera Guerra Mundial, la Argentina era una explosión productiva. Los “gringos”, acostumbrados a labrar la tierra, irrumpieron entre los establecimientos ganaderos, se multiplicaban las colonias en lugares casi despoblados, y el trabajo fecundo daba sus frutos de la mano de la tecnología y los transportes, especialmente el ferrocarril.

Las cifras son elocuentes. Había 29 millones de vacunos (hoy apenas se “arañan” los 50); 67 millones de lanares (quedan solo 16), 2 millones de porcinos y casi 8 millones de caballos.

La agricultura, a su vez, no era menos sorprendente. Había 3,2 millones de hectáreas de maíz; casi 1,5 millón de lino y 6,2 millones de hectáreas de trigo, mientras que hoy el lino casi desapareció y el trigo trata de mantenerse en la mitad de aquella superficie.

Entonces aún no existían ni el girasol, ni el sorgo y, obviamente, mucho menos la soja.
Igual el país crecía y se hacía fuerte sorprendiendo al mundo.

Había cultura del trabajo, del ahorro y un orgullo bravo para domar la tierra.

De los casi 7 millones de habitantes de 1910, solo la mitad vivía en las ciudades, mientras que el otro 50% lo hacía en las zonas rurales. Había otro equilibrio.

Desde entonces muchas cosas cambiaron, y no todas para bien…

En el sector agroindustrial, el Bicentenario encuentra al “granero del mundo” en una encrucijada sin salida por el momento: se restringen las exportaciones de carne, leche, trigo…Se cierran las importaciones. Desaparecieron varios mercados por las sucesivas intervenciones oficiales.
No hay datos o, si los hay, nadie les cree.

¿Para que se va a producir si no van a dejar vender?

El desconcierto y la desconfianza dominan a la gente de campo, y las reiteradas faltas de cumplimiento de acuerdos previos y hasta de leyes, alejan las inversiones, tanto propias como del exterior.

Las producciones se desfasaron. La Argentina es el único país agrícola del mundo en el que la producción oleaginosa domina ampliamente a la de cereales (casi 70%-30%), y la mayoría es soja. Las luces de alarma ya se encendieron, y no sólo por los aspectos ambientales…

¿Qué hacer?. La máquina productiva, aunque disminuida en su cantidad de operadores, está lista para comenzar a trabajar con la misma pujanza de hace 100 años, pero varias cosas tendrán que corregirse. No hay que inventar demasiado. Basta con volver a hacer lo que se hacía entonces, que no es ni más ni menos que lo que también hacen varios de los países que nos rodean, como Chile, Uruguay o Brasil.

Mientras tanto, sólo quedará “pasar” por la fecha patria, sin demasiadas pretensiones, imaginando que tal vez es otro día, que el destino de grandeza quizás todavía sea posible, e imaginando como sería un desfile (el de los 100 años duró casi 8 horas), pues ahora, virus mediante, ni caballos para los granaderos va a haber.

Crónica y Análisis publica el presente artículo la Ingeniera Agrónoma Susana Merlo por gentileza de su autora y Campo 2.0.

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