Publicada 05/05/2008
Política Nacional / Gabriela Pousa
La inconstancia de los acontecimientos
En la Argentina, los hechos pierden su condición de tales y todo se vuelve una nebulosa de posibilidades de las que nadie puede probar su verdad o falsedad.
“En boca del mentiroso, hasta lo cierto se hace dudoso.”
Baltasar Gracián
El caso de Josef Fritzl en Austria acaba de mostrar que la irracionalidad y el barbarismo no es patrimonio exclusivo de los argentinos. Sin embargo, los acontecimientos que se suceden en estos pagos tienen características que los distinguen sustancialmente, al menos en sus desenlaces. Desde ya que no es comparable la atrocidad cometida por un monstruo capaz de secuestrar y someter a su hija con la sinrazón que se vive, hoy por hoy, en esta geografía. Eso no impide, no obstante, que observemos la diferencia en el planteo de los temas en un país y en otro, más allá de lo que implican.
En Austria, conocido el hecho, enseguida se aportaron pruebas, evidencias e información concreta para verificar que tanto horror no haya sido fruto de una mente maniquea capaz de vender ficción por certeza. Acá, las circunstancias puede que no sean tan siniestras, pero se diferencian por su dejo de falsedad incluso cuando puedan ser ciertas. En lo que pasa siempre: hay algo que no cierra. Nunca se sabe si las crónicas periodísticas forman parte de un compendio de ficciones o son relatos de la vida real sin agregados ni afectaciones. No hay respuestas ni pruebas tangibles que eviten dudar sobre la certeza de los acontecimientos. Lo que sucede en la Argentina no tiene final, sino suspenso.
Nunca supimos, por ejemplo, quiénes secuestraron a Luis Gerez. Tampoco sabemos qué fue de Jorge Julio López. Daniel Varizat, otro misterio. Es que nos preocupamos por un problema y nos despreocupamos antes aún de resolverlo o de averiguar, al menos, si fue cierto. Si estos datos por sí solos no revelan la levedad de un pueblo y, consecuentemente, de un país entero, bastará con hacer un repaso de los últimos episodios que fueron noticia, aunque también pudieron haber sido capítulos de “Patito Feo” o de cualquier otra tira televisiva.
El humo que sofocó a Buenos Aires fue, finalmente, nada más que eso: humo. Y a conformarse con esa explicación del suceso.
La desaparición de Juan Puthod, militante de los Derechos Humanos, y su posterior aparición representan un misterio inexpugnable. No hay una voz capaz de explicar qué pasó. El mismísimo protagonista narra su calvario como un cuento de Edgar Allan Poe. Todo pudo haber sucedido, o no. No hay forma de probarlo, así como tampoco es factible desmentirlo. No se puede aseverar ni poner en tela de juicio. “Mano de obra desocupada” y “grupos de tareas” son eufemismos que en democracia ya no indican o no debieran indicar nada.
Las voces oficiales se silencian y, si bien hay imágenes del después para la prensa, jamás aparecen las fotos del lugar de los hechos ni de quienes lo cometieron. Es por eso que tampoco logramos dilucidar con convicción si el ex intendente de Pinamar, Roberto Porretti, es el malo o el bueno. El video que se aportó, amén de su poca definición, muestra más un negociado de dos que la culpabilidad de uno. La solidez de las evidencias brilla por su ausencia.
Este relativismo en el que vive el pueblo argentino se manifiesta con más énfasis en los acontecimientos políticos. Descubrimos América a diario, pero no logramos avanzar en los casos que realmente sesgan la credibilidad de la dirigencia y devalúan la política como arte o como ciencia. Sin ir más lejos, los 50 años de la llegada a la presidencia de Arturo Frondizi permitieron que recién ahora muchos descubrieran que el ex presidente tuvo algún mérito. Políticos que han hecho la antítesis de lo que Frondizi pregonó aprovecharon para tener un minuto de gloria, discursear en nombre del estadista y mostrar que todavía están y esperan el regreso… Y sí, todos no se fueron. Ni siquiera podemos decir que Martín Lousteau dejó el Ministerio de Economía, ¿acaso alguna vez se hizo cargo de la titularidad del mismo o apenas se simuló que lo hacía para que se especulara con cambios en un gobierno inalterable en el tiempo?
Posiblemente, la gente ya no busca que le digan qué es verdad y qué es mentira. Saca sus conclusiones en silencio. Ni se indigna ante los índices del Indec, ni se previene por lo que vendrá cuando observa tantas suspicacias en las negociaciones con el campo. La confianza está minada. No hay jurisprudencia que pueda hacer creer sin que simultáneamente se dude de lo que está pasando. No es una duda existencial, ni hay mucha filosofía detrás. Se explica de manera más sencilla: han sido demasiadas las mentiras.
De allí que los rumores de cambios en el gabinete no sirvan más que para ocupar minutos de aire o para que se vierta tinta en los diarios. Todo cuanto pueda suceder en esta Argentina da lo mismo porque bien puede ser cierto o ser falso. Se nos van las oportunidades de progreso entre “dimes y diretes”, chismes y versiones improbables. No es un problema de optimismo o pesimismo, tampoco se trata de hacer una escolástica del escepticismo. No se puede dar crédito a los hechos cuando no hay nada concreto detrás de ellos. La palabra de la dirigencia política se devaluó en exceso.
Mauricio Macri aseguró que, en su reunión con el ex presidente Néstor Kirchner, se le garantizó el traspaso de la policía. Al poco tiempo, llamó a conferencia de prensa y mostró sorpresa porque le incumplieron. A los ciudadanos se nos ha engañado durante años, ¿sería razonable que todavía creamos? Quizás la duda sea un síntoma de madurez que merezca aplauso. No hay margen para el asombro. Antes, el relevo de un funcionario agitaba los mercados y la calle; ahora, la noticia solamente alegra.
En este orden de cosas, ¿lo que prometa el Ejecutivo al campo puede resolver esta crisis que, más allá del tinte económico y político, tiene base y sustento en el modo de actuar de un gobierno maniqueo? El matrimonio presidencial ha venido falseando hechos desde hace más de cinco años. Lo que dicen detrás del atril no se puede luego comprobar. Las inversiones chinas, las computadoras portátiles a menos de 100 dólares, hasta las bombitas de bajo consumo han sido un fiasco. ¿Qué nos asegura que el tren bala será algo más que un “proyecto”? Con lo que se ofrece al respecto, huele más a la Viedma-Capital de Raúl Alfonsín o al Yacyretá menemista que a un paso hacia la modernidad en serio.
Nada es totalmente confiable cuando los hechos que pasan en el país dejan flancos abiertos para que las dudas se instalen. Cuando la verdad debe buscarse con lupa en vez de ser evidente y palpable, los anuncios, los cambios y las promesas dejan de despertar interés y aval en la calle. Si lo que sucedió no es comprobable, menos lo serán aquellas cosas que dicen han de suceder en una Argentina donde las ficciones suelen ser más precisas que la realidad misma. © www.economiaparatodos.com.ar
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