domingo, 29 de julio de 2012

YEGUA

“SI EL CABALLO PIENSA, SE ACABÓ LA EQUITACIÓN” Por Malú Kikuchi (12/10/2008) La crisis económica es global, preocupa a todos y ocupa a algunos. Aún a “los privilegiados habitantes de un país desacoplado del resto del planeta”. Pero por imposible que parezca, hay hechos más graves que el descalabro internacional de los bancos y las bolsas. Argentina educa poco y mal. Viene de lejos y empeora con el correr de los años. El tema del deterioro educativo debería borrar toda otra preocupación. Las bolsas y los bancos del mundo se equilibrarán en algún momento, la educación argentina, ¿mejorará? Los gobiernos pasan, todos declaman su interés en la educación pública, pero la realidad dice otra cosa. Argentina fue pionera con la ley Nº 1420 de Educación Común, obligatoria y gratuita (8/7/1884). Argentina creció gracias a esa educación pública. Argentina fue el lugar elegido por millones de personas que deseaban educar a sus hijos en un mundo mejor. Argentina permitió que los hijos de esos inmigrantes obtuvieran un título universitario, que para ellos era el equivalente a un título de nobleza. Argentina educó, y al educar incluyó, y al incluir hizo realidad la movilidad social. Argentina, a través de su educación pública de excelencia, hizo que los sueños de las personas fueran posibles. Después, ¿qué pasó? El deterioro, con prisa y sin pausa de la educación pública, aumenta, no se sabe si por omisión, desidia o decisión, pero aumenta. Argentina se está convirtiendo en un país de casi analfabetos, de seres incapaces de integrarse a una sociedad compleja como la actual. ¿Sucede porque si, porque los gobiernos están ocupados en otras cosas (todas menos importantes que la educación), sucede porque los gobiernos están distraídos o sucede porque no saben, no pueden o no quieren educar? El hecho es que no educan. Según la última encuesta de PISA (Programme for International Student Assessment/ Programa Internacional de Evaluación de los Alumnos) sobre 60 países, Argentina hoy, es el país más inequitativo en cuanto a educación se refiere. El 30% de los colegios es privado y el 70% es público. La educación privada en general tiene ribetes de excelencia, la educación pública tiene un nivel lamentable. El 40% de los alumnos de escuelas públicas tiene el nivel más bajo entre los países encuestados. Además, la encuesta del Banco Mundial, “Informe sobre Políticas de la Juventud Argentina 2008”, sostiene que el 46% de los jóvenes de entre 15 y 24 años (3 millones de chicos) tienen “altas probabilidades de involucrarse en conductas de riesgo”, o sea droga, alcohol, sexo irresponsable, delincuencia y derivados, todo ello debido a una temprana deserción escolar; la pregunta es ¿qué hace Argentina por sus jóvenes? ¿Lo harán a propósito? ¿A algunos les conviene a la hora de votar, contar con seres no pensantes en lugar de ciudadanos formados y responsables? ¿O simplemente no les importa y no saben hacerlo de otra manera? Es difícil creerlo, sobre todo en Argentina que era identificada por su magnífica educación pública. Era, ya no es. Según la historia, en 1845, Manuel Montt (1809/1880), entonces Ministro de Instrucción Pública de Chile, le encargó a su amigo, el exiliado argentino Domingo Faustino Sarmiento (con todos los gastos pagos), que estudiara en distintos países los sistemas educativos, cuestión de elegir el más conveniente para Chile. Sarmiento volvió con las bases de lo que luego sería su libro “Educación Popular”, la piedra fundamental de la ley 1420. La idea era simple y absolutamente revolucionaria: educar a todos por igual. Una revolución en serio, sin armas ni sangre; una revolución tan revolucionaria que sería capaz de reestructurar la sociedad. Educar sin diferenciar al rico del pobre, educar a todos en todas las materias, educar con excelencia para igualar socialmente. Sarmiento creía en la dignidad humana y pretendía educar para afianzarla. Decía: “La educación ha de preparar a las naciones en masa para el uso de los derechos que hoy no pertenecen ya a tal o cual clase de la sociedad, sino simplemente a la condición del hombre”. Manuel Montt agradeció efusivamente a Sarmiento por su trabajo, pero optó por otro sistema educativo, más acorde a los deseos de la élite chilena: a los elegidos, educación de excelencia; al resto, trabajadores y ciudadanía en general, educación común. Ese era el sistema utilizado entonces por los países europeos. Manuel Montt, con el tiempo sería dos veces presidente de su país (1851/1856-1856/1861), un presidente innovador y progresista, responsable de la Caja de Crédito, del Código Civil, de la apertura de la inmigración (en particular alemana) y del sistema educativo chileno de la época: una educación para pocos y otra para el resto. Argentina, impulsada por Sarmiento, seguida por Avellaneda, que fuera ministro de educación de Sarmiento, por Roca y los demás presidentes de la primera mitad del siglo XX, consagró una educación pública que permitió la inclusión social de millones de ciudadanos, que no dependieron de los ingresos de sus padres para aprender. Hoy, en Argentina, los hijos de los ricos tienen todas las oportunidades para llegar a manejar los destinos del país; oportunidades que las mayorías menos privilegiadas han perdido gracias a una educación más que deficiente. En cambio Chile tiene hoy una educación pública de excelencia. ¿Qué pasó? Decía Sarmiento: “si peleamos por la educación, venceremos a la pobreza” (“Educación popular”, 1849). ¿Argentina necesita tener pobres a los que se pueda manejar desde el gobierno a través de eso que se llama “el clientelismo”? Tenía razón Ezequiel Martínez Estrada, cuando decía: “Si el caballo piensa, se acabó la equitación”. (“Las 40”, 1957).

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