sábado, 10 de agosto de 2013

DE LEYES Y FRAUDES

Por Malú Kikuchi (10/8/2013) El verbo “fraudar” existió en el idioma castellano. De acuerdo al *DRAE, cayó en desuso. Lo que cayó en desuso es el verbo, no el hecho de cometer fraude. O sea: “engaño que se realiza eludiendo obligaciones legales o usurpando derechos con el fin de obtener un beneficio”. Y la ley N° 8871 (10/2/1912) nació para desterrar definitivamente el fraude de Argentina. ¿Habrá sido una utopía de Roque Sáenz Peña? La ley que lleva su nombre, que estableció el sufragio universal (masculino), secreto y obligatorio, para todos los ciudadanos nativos o naturalizados mayores de 18 años, fue en ese entonces una necesidad para que la gente votara y para evitar el fraude. Roque Sáenz Peña fue un representante destacado de la generación del 80. En 1874, combatiendo contra de la revolución mitrista, alcanzó el grado de Teniente Coronel. En 1875 se recibió de doctor en jurisprudencia. Presidió la legislatura de Buenos Aires en 1877. En 1879, durante la guerra del Pacífico, se alistó en el ejército peruano y alcanzó el grado de Coronel y en 1905 lo ascendieron a General de Brigada. Presidió el Congreso Sudamericano de Derecho Internacional en 1888 en Montevideo y asistió al 1° Congreso Internacional Panamericano en 1889 en Washington. Fue canciller de Juárez Celman en 1890. En 1906, diputado nacional y asumió la presidencia de la nación el 12/10/1910. Su elección, como la de sus predecesores, fue hija del antiguo régimen, que él cambiaría. Natalio Botana en su esclarecedor libro “El orden conservador”, 1977, describe con detalles como funcionaba el sistema. El promedio de votantes, en la 11 elecciones previas a ley N° 8871, fue del 1,7% de la población total. El fraude era casi obligatorio. Había que empadronarse en el Registro Electoral donde la Comisión Empadronadora decidía, a discreción, quien podía y quién no. Se caían las urnas y se reemplazaban las boletas. O se compraba el voto contra un vale, que luego era pagado en el comité. O se iba a votar en patota, cuestión de ahuyentar a los opositores. También votaban los “desaparecidos”, perdón, los ausentes y los muertos. En el régimen conservador. No hay que confundir los tiempos. ¿Y hoy? En 1892, al finalizar la presidencia de Pellegrini, Roque Sáenz Peña, con sus ideas modernistas sobre leyes electorales, fue candidato a la presidencia. El astuto Roca, para impedir “esos delirios”, presentó la candidatura de Luis Sáenz Peña, y su hijo Roque, como se esperaba, retiró la suya. Otros tiempos, otros valores. Años después, ya en 1910, siendo Roque presidente electo (por el 2,8% de los votos), le comunicó a Figueroa Alcorta, el presidente saliente, sobre su intención de una ley electoral justa. Y se encontró (diálogo se llama) con Yrigoyen que no se presentaba en las elecciones por el consabido fraude. Roque le prometió una la ley electoral y el jefe de la UCR le prometió presentarse a las elecciones. Un apretón de manos bastó. Los dos cumplieron. Otros tiempos, otros valores. La gente no votaba, había que hacerla participar. Y se debía evitar el fraude. Así es que Sáenz Peña presentó al congreso dos proyectos de ley en 1911, previos a la ley N° 8871. La ley N°8129 de enrolamiento obligatorio para varones mayores de 18 años, y la obligación de unificar los registros militares. Y la ley N° 8130 por la que los jueces debían conformar los padrones. Con esas 2 leyes aprobadas, nació la N° 8871. Para aumentar las certezas de transparencia de la elección, se dispuso que el ejército de la nación, que por ser de la nación no estaba politizado, debía ser el guardián de las urnas. Otros tiempos, otros valores, otros generales. Sáenz Peña muere el 9/8/1914, diciendo: “he perdido a casi todos mis amigos, pero he gobernado para la República”. Y en verdad, para su núcleo socio económico, fue un traidor. Llegó con el viejo sistema y lo cambió. Le sucedió su vice, Victorino de la Plaza, que sin demasiado entusiasmo llamó a elecciones bajo la ley N°8871 en 1916, por primera vez a nivel nacional. Hipólito Yrigoyen, UCR, ganó. Sin fraude y votó el 46,8% de la población. El pueblo pudo expresarse. Aceptar el resultado, aún a disgusto, es esencial para una república democrática. Siempre que se respete la ley. Y aun respetando la ley, Argentina es el único país latinoamericano, donde el ejecutivo (ministerio del interior) controla el resultado electoral. Los demás tienen organismos autónomos para asegurar la transparencia de las elecciones. Porque el fraude significa defraudar la voluntad popular. Pero como los tiempos cambiaron mucho desde la ley Sáenz Peña, el fraude se puede materializar con el voto cadena, por falta o patoteada de fiscales opositores; durante el transporte de las urnas, o a través de INDRA, consultora experta en tecnología informática, muy sospechada; o en el correo central, punto final del conteo. El control es indispensable y muy difícil de ejercer. El gobierno se ha amañado para que así sea. Al presentar la ley N° 8871, Roque Sáenz Peña terminó su discurso diciendo: “¡Quiera el pueblo votar!”. La tradición añade “¡Sepa el pueblo votar!”. Se agrega: “Sepa el gobierno respetar la ley! ¡No al fraude!”. De los ciudadanos atentos depende que la voluntad del pueblo, no sea una utopía. *DRAE: Diccionario Real Academia Española.

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