lunes, 28 de junio de 2010

LA FUSILADORA


Cristina, la jibarización castrense y los fusilamientos de Belgrano

por Susana Viau

El domingo pasado, en Rosario, Cristina Fernández rompió con un ritual que desde 1957, fecha de su inauguración, se cumplía con rigurosa puntualidad todos los años frente al monumento a la bandera: la jura del pabellón por parte de los alumnos de las escuelas públicas y de los liceos militares asentados en la provincia Por pedido expreso de la jefa de Estado y aduciendo razones de agenda, el personal de protocolo enviado para preparar los detalles de su llegada solicitó al gobernador Hermes Binner que esa sección fuera eliminada de los festejos.

Es la segunda vez que la Presidenta se muestra refractaria a ese tipo de ceremonias. El mes pasado ya había pegado el faltazo al desfile del Bicentenario del que participaban, incluso, delegaciones extranjeras. Puede que las paradas militares no sean de su agrado. Tampoco eran del gusto de Juan B. Justo y por eso el socialista reconocía que la responsabilidad de presidir la República era un traje que no le quedaba cómodo: sus ideas le impedían ser comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y mantenerse serio en un Te Deum, solía decir.

Así fue que, en este 2010, por ejemplo, el liceo Aeronáutico juró la bandera a las 8.30 de la mañana del domingo en las instalaciones de su unidad; del programa de actividades fue borrada la tradicional revista de tropas; el desfile cívico-militar quedó reducido a minúsculas representaciones de las tres armas, fuerzas de seguridad, prefectura, tropa con uniformes de época. La jibarización de la presencia castrense redujo a 350 los habituales 1.300 efectivos.
En cambio, la ciudad fue copada por un impactante operativo a cargo de la task force que desembarcó junto a la Presidenta en ese territorio electoralmente hostil.
Si la idea del oficialismo era poner en marcha una maniobra de saturación para que nada discutiera el protagonismo político de Cristina Fernández, lo logró: las inmediaciones del Parque Nacional de la Bandera se cubrieron de carpas y oficinas de campaña, despachos móviles para obtener en trámite urgente el Documento Nacional de Identidad; un Centro de Acceso Rápido a la Justicia, un taller de la Agencia Nacional de Seguridad Vial, una dependencia volante de la Anses para brindar asesoramiento acerca del plan de Asignación Universal por Hijo y la entrega personalizada y con carácter simbólico de cuatro netbooks por parte de Cristina Fernández a otros tantos estudiantes secundarios.
Un ejército de individuos con handies se movió alrededor del palco a cuyo frente se distribuyeron hombres y mujeres llegados en colectivos desde Buenos Aires. Unos y otros garantizaban que ninguna voz disidente se levantara para empañar el día presidencial.

El dispositivo y la posterior intervención de la Presidente hicieron pensar a muchos que se ensayaba una estrategia para afrontar los meses venideros y Rosario podía ser el banco de pruebas.
El plan tenía, aunque le levante ampollas a la jefa de Estado, un diseño militar: ocupación del territorio seguido del mensaje propagandístico. Y en este último predominaron dos elementos: el elogio del conflicto y un populismo cargado de contradicciones.
Más allá del tremendo error conceptual de preguntarse “díganme si no es una desgracia nacer en un hogar pobre”, la presidente se empeñó en mostrar un Manuel Belgrano no “dulcificado” por la tontera historiográfica y habló del Exodo Jujeño, de los humildes que lo acompañaron quemando sus miserables pertenencias para que no cayeran en manos enemigas y de los ricos que se negaron y a los que “Belgrano fusiló por traidores a la Patria”.
El tono distó de ser didáctico y se asemejó a una advertencia. Al punto que, de inmediato, la presidente se curó en salud: “No es levantar el conflicto por el conflicto mismo... Pero muchas veces, cuando hay que tocar intereses poderosos (...) para poder ejercer la solidaridad con los pobres hay que tomar decisiones que molestan a los que más tienen”.

El fusilamiento es algo más que una “molestia” y esa alabanza de la tensión nada tenía que ver con el personaje homenajeado; para los Kirchner la excepcionalidad es regla y el estado de guerra la normalidad.
Belgrano, por el contrario, empleó la violencia muy a su pesar y en situación límite. Lo hizo no sólo contra los ricos sino también con los pobres que se resistieron a sacrificar sus pocas cabras, porque --y allí radica el populismo de la presidente-- la pobreza puede ser un atenuante pero no es un estado de beatitud. El jefe del Ejército del Norte era implacable en el combate pero no era un perseguidor; tuvo el don de la generosidad con los derrotados de Tucumán y eligió siempre el diálogo, aunque lo intuyera infructuoso.
La Presidenta pudo haber contado, porque ciertos ejemplos hacen de la política una profesión honorable, que el abogado que asumió contra su naturaleza un destino militar era hijo de uno de los hombres de mayor fortuna de Buenos Aires, llegó al poder riquísimo y se alejó de él en la miseria. No es un cuentito que a falta de dinero, pagó con su reloj al médico que lo atendía.

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