sábado, 5 de marzo de 2016

PANORAMA

Macri, la herencia K y la resurrección de Nisman La reaparición del influyente ex jefe de inteligencia Jaime Stiuso y la resurrección del caso Nisman, que parecía irremisiblemente condenado a la tumba del olvido, han acrecentado la inquietud y el nerviosismo en el entorno de la señora de Kirchner y en las filas del cristinismo más exaltado. Lo imprescriptible Si bien los peligros que la expresidente corre en el territorio judicial son múltiples (acaban de imputarla por la vidriosa venta de dólares a futuro y las sospechas de lavado de dinero en la causa Hotesur, que involucra hoteles de su propiedad, lucen muy fundadas), el caso Nisman tiene costados más amenazantes. El fiscal presuntamente fue asesinado mientras investigaba un caso de terrorismo global ocurrido en el país y cuando había acusado públicamente a la propia presidente por pactar con el gobierno iraní en detrimento de la justicia argentina. El caso combina potencialmente crímenes, imputaciones de traición y rasgos de imprescriptibilidad. Fiel a su hábito de doblar las apuestas, la señora de Kirchner ha instruido a sus fieles en el sentido de hacer la guerra al presidente Macri y de hacer todo lo posible por impedir que se corone exitosamente la negociación con los holdouts. La pesada herencia La apertura del año legislativo fue ocasión para que el presidente mentase al fin “la herencia recibida”, un inventario que le venían reclamando parte de su propia coalición electoral y un entorno de factores de influencia. Aunque su jefe de gabinete, Marcos Peña, su principal asesor de imagen, Jaime Durán Barba, y él mismo se resistían a ocupar tiempo en asuntos y culpas del pasado, las demandas pudieron más. El belicismo que agita la expresidente contribuyó a la decisión El gobierno de Macri no asumió en un escenario de crisis desatada, sino con un descalabro maquillado por su antecesora, un artefacto de explosión retardada. Así, ahora, al momento de desactivarlo y afrontar costosos desafíos (persistencia de la inflación, consecuencias de la devaluación, actualización de tarifas, resolución del pleito con los holdouts, etc.) el cambio que propone el gobierno corre el riesgo de ser percibido por muchos como pérdida antes de que se lo llegue a visualizar como oportunidad. La alusión a la herencia recibida busca justificar los sacrificios de esta primera etapa y tender un puente narrativo hasta el momento en que empiecen a llegar los logros a que se aspira. El relato de la herencia y sus riesgos El relato de la herencia tiene sus riesgos: podría complicar acuerdos indispensables para aprobar leyes en el Congreso, precisamente lo que se desea en Calafate. Se sabe que la coalición oficialista necesitará el apoyo (o al menos el consentimiento) de legisladores peronistas electos con las boletas del Frente para la Victoria para pasar algunas de mucha trascendencia, como las que facilitan el acuerdo con los holdouts. El peronismo se lo está recordando y proponiendo su propia formulación de un acuerdo de gobernabilidad. No es improbable que algunos sectores de Cambiemos, que recelan la colaboración con el peronismo, estén íntimamente satisfechos con el aparente cortocircuito: temen que el presidente, urgido por la realidad, intime demasiado con los opositores; sospechan del papel dialoguista de hombres como Rogelio Frigerio, Emilio Monzó o Jorge Triaca. En cualquier caso, la Asamblea Legislativa mostró que los sectores cerradamente kirchneristas son una minoría en el seno de la oposición; su hostigamiento al Presidente no fue acompañado ni por los renovadores de Sergio Massa, ni por el centro-izquierda. Tampoco por la mayoría de los legisladores peronistas. El nuevo consenso Ocurre que –por debajo del ruido y la natural competencia- está en marcha un nuevo consenso, que ya se manifestaba durante la campaña electoral. Esta columna consignó a mediados del último año ese “hecho singular: la existencia de un consenso fáctico sobre puntos fundamentales de la agenda a poner en práctica en el ciclo político que se inicia el 10 de diciembre. Pocas veces ha existido antes una convergencia semejante en vísperas de una nueva etapa presidencial”. Entre esos puntos se destacaban, por caso, la urgencia de que el Estado deje de pelear con “el campo” y, en cambio, se asocie dinámicamente con ese sector; los temas de seguridad; la necesidad de cerrar el capítulo del diferendo con los llamados fondos buitre; la lucha contra el narcotráfico. Esas coincidencias explícitas o tácitas incluían a todas las fuerzas importantes ajenas al gobierno kirchnerista y también a sectores del peronismo que se mantenían en el Frente para la Victoria (sin excluir a su candidato presidencial, Daniel Scioli) pero dejaban afuera al kirchnerismo acérrimo, que proclamaba su “Proyecto” continuista como “el verdadero candidato”. Se señalaba aquí: “Observada con esta óptica, la elección dirimirá un plebiscito implícito: por el proyecto que enarbolan la Presidente y sus huestes, o por el nuevo consenso, sea quien sea el escogido para encarnarlo”. El llamado “Proyecto” del kirchnerismo había conseguido durante años seducir inclusive a sectores que se le oponían y a un amplio segmento de la opinión pública, que por entonces compartían un consenso anacrónico convertido en resumen de lo políticamente correcto y constituido con ideas y actitudes aislacionistas, autárquicas y estatistas labradas en la primera mitad del siglo XX, aderezadas con material de sucesivas modas culturales (admiraciòn lejana por las guerrillas o el pensamiento tercermundista, conductas metrosexuales, versiones tuertas de la ideología de los derechos humanos, etc.). Esa papilla ideológica ha sido un obstáculo para que la Argentina tenga de sí misma una visión estratégica que le permita entender con realismo el mundo en el que vive; con ella se alimentó –en tiempo de vacas gordas- el respaldo que el kirchnerismo pudo ostentar y todavía sus fórmulas y recetas ejercen influencia sobre algunos, pese a la dispersión y retirada K y al desplazamiento de opinión que confluye en el consenso nuevo. La victoria de Macri aceleró el aislamiento del kirchnerismo, culpable de la derrota a los ojos de la mayoría de los peronistas. Y dejó a gobernadores, intendentes y legisladores de esa fuerza vinculados al poder de sus distritos, preparados para una convergencia basada en el nuevo consenso y proyectada a la cogobernabilidad. El griterío residual del cristinismo provoca, pero no convoca. El peronismo no quiere tirar piedras; presiona para mejorar su participación en la “sociedad para gobernar” de la que suele hablarles el ministro Frigerio. El nuevo consenso político en gestación se produce en el contexto del repliegue continental de los gobiernos que algunos prefieren llaman populistas y otros progresistas. El kirchnerismo, versión local de ese conglomerado cuyo poder abrumador algunos imaginaban eterno, recibe telegramas de los juzgados y encoge su relato épico a las dimensiones de la “micromilitancia”. Evocando a Borges: “una canción de gesta se ha perdido/ en sórdidas noticias policiales”. El nuevo consenso y la cogobernabilidad parecen los caminos para superar “la pesada herencia” en los hechos, más allá de las palabras. Hacia adelante. Entretanto, no se trata de que el gobierno revele culpas o siembre acusaciones al voleo, sino de que funcione la división de poderes y las instituciones (la Justicia, por caso) actúen con eficacia, con velocidad, sin interferencias. Jorge Raventos

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