jueves, 26 de enero de 2017

DE LA PLAZA

​"SEGUIREMOS SIENDO TAN ESTUPIDOS"​ Es un ejemplo de Vicepresidente: Victorino de la Plaza Señoras y Señores: Este es un ejemplo de Vicepresidente: Victorino de la Plaza (Salta, Argentina, 2 de noviembre de 1840 - Buenos Aires, 2 de octubre de 1919) fue un abogado y político argentino, que ocupó la presidencia de la Nación entre el 9 de agosto de 1914 y el 12 de octubre de 1916. Victorino de la Plaza Fue el segundo de los dos hijos de José Roque Mariano de la Plaza Elejalde y de Doña Manuela de la Silva Palacios; su hermano mayor, Rafael de la Plaza, también fue político y se desempeñó como gobernador santiagueño. Estudió leyes en Buenos Aires y en 1868 logró el doctorado. Fue secretario de Dalmacio Vélez Sársfield y colaboró con la redacción del Código Civil argentino. Fue ministro de Hacienda de Nicolás Avellaneda (1876), luego Interventor de la provincia de Corrientes (1878) y ministro de Relaciones Exteriores (1882) y de Hacienda (1883-1885) en la primera administración de Julio Argentino Roca. Fue elegido vicepresidente en la fórmula de la Unión Nacional presidida por Roque Sáenz Peña en 1910. Asumió la presidencia tras la muerte de Sáenz Peña y gobernó el país entre 1914 y 1916. Le correspondió velar por la limpieza de las primeras elecciones presidenciales bajo la ley Sáenz Peña de sufragio universal. Retirado de la política, murió de neumonía. Obra de Gobierno El presidente Victorino de la Plaza (en ese entonces como vicepresidente) inaugurando la Línea A. * Afirmación de la neutralidad en la Primera Guerra Mundial. * Creación de la Caja Nacional de Ahorro Postal. * Firma del Tratado A.B.C. (Argentina, Brasil y Chile) durante la Primera Guerra Mundial. * Ley de accidentes de trabajo. * Ley de casas baratas para empleados y obreros * Inauguración del primer ferrocarril eléctrico que une Buenos Aires con Tigre. * Festejos conmemorativos del Centenario de la Independencia. Su casa, existe todavía, en la calle Libertad entre Arenales y Juncal, en la Capital Federal… (ahora, la usa un organismo del Estado) Cierta vez, que hubo una recepción oficial y se realizó en su casa, con un número importante de invitados, al día siguiente, alguien de su personal, le manifestó que debían abonarse los gastos del evento, que correspondían al gobierno pagarlos… ¡Él le respondió, que, en su casa, pagaba de su propio bolsillo...! ¡En ese momento, Argentina se encaminaba a ser una potencia mundial...! Ahora, le pagamos al vicepresidente y a la presidente, todo y más que todo, y no nos encaminamos…, ya llegamos, hace rato, a ser un desastre internacional...! (Jorge Francisco Casabal Marcó del Pont. 8 de Agosto de 2014) Las palabras que siguen corresponden al Dr. Juan José Cresto, presidente de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina: “Victorino de la Plaza merece casi un desagravio nacional. Era un niño colla, huérfano de padre, que vendía descalzo en la plaza de su Salta natal las empanadas que su madre cocinaba con empeño, cuando logró ingresar en la escuela gratuita de San Francisco; luego Urquiza lo becó para proseguir estudios en el Colegio de Concepción del Uruguay, donde estudió con los que serían años más tarde dirigentes de la generación del ochenta. En los ratos libres lavaba la ropa de sus compañeros para obtener unas monedas hasta que logró emplearse en una escribanía. Se recibió con las mejores notas. La vida de Victorino es una novela, en la que fue su propio protagonista. No supo de halagos y solamente conoció el esfuerzo y el trabajo desempeñado con responsabilidad y notable talento. Hablaba, leía y escribía numerosos idiomas-incluyendo latín-, y se decía que solamente el papa Pío IX lo aventajaba. Cuando vino a Buenos Aires a estudiar derecho, obtuvo una pasantía en el estudio del doctor Vélez Sarsfield para ganarse la vida. En esos días el doctor Vélez iniciaba la redacción del Código Civil. Victorino fu su auxiliar más eficaz. No fue un simple amanuense, sino un colaborador. Ambos eran en extremo laboriosos e iniciaban su jornada a las cinco de la mañana. Interrumpió sus estudios para participar en la dolorosa guerra del Paraguay. Intervino como artillero en numerosas batallas, recibió la medalla de plata en Estero Bellaco y los cordones de honor en Tuyutí. Fue ascendido a capitán y el ejército uruguayo lo nombró teniente honorario. Ascendido a capitán, debió regresar a Buenos Aires por haber contraído una enfermedad, que le impidió continuar en el frente de guerra. Cuando se recibió de abogado, por sus altas notas fue eximido de pagar la costosa matrícula de la época, de lo contrario no hubiera podido obtener el diploma, según lo expresó años después. Pudo haber sido presidente en 1886, pero un año antes, con su habitual lucidez, comprendió que el sucesor de Roca sería su concuñado, el doctor Juárez Celman. Como no era hombre de controversias, prefirió renunciar e irse en silencio. Se trasladó a Londres, donde fue el único abogado de América latina inscripto en ese foro, donde estuvo ¡hasta 1907! En ese lapso siguió informado sobre la situación del país, apoyó la reestructuración de la deuda en 1890 y ayudó a realizar las inversiones ferroviarias y la colocación de títulos públicos en la banca inglesa. Rechazó los numerosos cargos que le fueron ofreciendo los diversos gobernantes, pero en un viaje a Buenos Aires, en 1899, fue ministro de Justicia e Instrucción Pública. A su definitivo regreso, el presidente Figueroa Alcorta lo nombró canciller y pudo solucionar los graves problemas planteados con Bolivia. Finalmente, Roque Sáenz Peña, candidato a presidente de la República, lo eligió como compañero de fórmula y juraron el 12 de octubre de 1910. De los seis años de gobierno, Roque Sáenz Peña gobernó efectivamente dos. En 1912 enfermó gravemente y el vicepresidente ocupó su lugar en forma interina hasta 1914, año trágico para la Argentina porque la guerra mundial cerró los mercados internacionales por falta de transportes, y porque murió Roque Sáenz Peña, Julio Argentino Roca, Adolfo Carranza y José Evaristo Uriburu, es decir tres presidentes, entre otras grandes figuras. Con ellos se iba una época de la generación del ochenta. Le tocó a Victorino enfrentar la crisis mundial del inicio de la mayor guerra de la historia, y en ese momento se pudo ver su estatura gigantesca de estadista. Los grandes bancos extranjeros de los países contendientes se llevaban el oro de la Caja de Conversión. Victorino detuvo la sangría de un solo golpe, interrumpió la convertibilidad, a cuyo nacimiento él mismo había colaborado, decretó una moratoria nacional e internacional, cerró todas las operaciones bancarias y creó, novedosamente, un apéndice de la Caja de Conversión en todas las legaciones argentinas del exterior para poder recibir y pagar con oro. Era un hombre peculiar. Dominaba todos sus sentimientos, no se sabía qué pensaba, hablaba con los ojos entrecerrados –lo que le valió el mote de “Doctor Confucio”-, no parecía emocionarse. Cuando le entregó el poder a Irigoyen, salió de la Casa de Gobierno y se fue caminando hasta su domicilio, en silencio, mientras el público lo vivaba en el camino. Murió tres años después, el 2 de octubre de 1919, y legó la ya importante fortuna obtenida con el ejercicio de su profesión a instituciones públicas, incluyendo su biblioteca a la ciudad de Salta, “. . . que me vio nacer”. En fin, hizo, junto a otros, la Argentina grande y rica que también tenía sueños. Han pasado los años, el país padeció otras crisis económicas procedentes del exterior o, pero aún, generadas por nuestros propios gobiernos, miopes o rapaces. Por eso cabe preguntarse por qué el destino nos dio un solo Victorino de la Plaza."

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