sábado, 21 de junio de 2014

AL BORDE DEL ABISMO

Panorama político nacional de los últimos siete días El gobierno reflexiona al borde del abismo Entre el lunes 16 de junio (cuando se conoció que la Corte Suprema de Estados Unidos desestimaría la apelación argentina al fallo que benefició a los llamados “fondos buitre”) y el viernes 20 de junio (discurso de la Presidente en Rosario) la postura del gobierno argentino sobre el fragmento de deuda pública no reestructurado en las negociaciones de 2005 y 2008 vaciló y zigzagueó entre la imprudencia y la sensatez. Si fuera cierto que la Presidente sabía de antemano cuál sería la decisión de la Corte, es evidente que no les transmitió esa convicción a sus funcionarios. El gobierno se mostró perplejo ante el revés judicial. Y la propia señora de Kirchner fue protagonista de esas danzas y contradanzas. No hay plazo que no se cumpla En rigor, las expectativas oficiales estaban depositadas en la idea de que la Corte tomaría alguna medida que permitiera ganar tiempo y le evitara al país la amarga alternativa inmediata de cumplir la sentencia del juez Thomas Griesa (pagar a los tenedores de bonos no reestructurados) o caer en default. Pero, al fin, no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague. El lunes 16, la Presidente no parecía aún anoticiada de esta realidad. Por la cadena nacional procuró mantener, así fuese parcialmente, su discurso clásico (“no negociar con los buitres, no darles ni un centavo”) se desfogó contra los fondos buitres y calificó el fallo de Griesa (que tiene más de dos años de antigüedad y fue ratificado por la Cámara de Apelaciones de Nueva York) como extorsivo. La dimensión que le toca tutelar a la Justicia es la que se inscribe en las leyes y los contratos. Una cosa es no poder pagar y otra no querer hacerlo, amparándose en la demonización del acreedor o del tribunal. La política oficial con actos (cierre del canje) y con palabras (se habló de no acatar las sentencias) exhibió una actitud desafiante frente a la voluntad de pago. En su discurso del lunes 16 la señora de Kirchner navegó por el mar de las ambigüedades y si bien no cerró la puerta al acatamiento al fallo, tampoco descartó la rebeldía. Ni sí ni no; ni blanco ni negro. Un gobierno hamletiano Recién un día y medio después de conocida la decisión del Alto Tribunal, cuando se habían hundido los bonos argentinos y las acciones de las empresas locales y el dólar blue atravesaba raudamente la línea de los 12 pesos. el ministro de Economía, Axel Kicillof presentó un, digamos, plan de acción. En rigor, la mayor parte de su presentación fue cháchara típica del ya maltrecho “relato” oficialista. Habló para la tribuna, no para los tribunales (de hecho, sus palabras, como las de la Presidenta se convirtieron en goles en contra en el juzgado de Griesa. Una cosa es no poder pagar y otra no querer hacerlo, amparándose en la demonización del acreedor). En lo sustancial, Kicillof anunció esa tarde dos acciones contradictorias. Una sugería que el gobierno intentaría negociar con los buitres en el ámbito del juzgado neoyorquino; la otra, que se preparaba para desobedecer y eludir el fallo del magistrado cambiando la sede de los pagos a los bonistas que oportunamente renegociaron. Esta segunda iniciativa –de impracticable materialización- constituía un camino directo al default. La mayoría de los observadores la interpretó como un ingenuo bluff para amenazar con una forzada cesación de pagos en vísperas de la negociación en Nueva York. El gobierno, sin cartas, pretendía cantar falta envido a un rival que tiene tres triunfos judiciales en la mano advirtiendo a los buitres que con un default podía aún postergarles el cobro de sus suculentos beneficios. Dejando de lado esa precaria táctica de regateo y el piripipí maquillador, lo relevante parecía ser la decisión de negociar y pagar. Pero si los mercados y la opinión pública respiraron con alivio tras esa interpretación, el gobierno se encargó rápidamente de regenerar la incertidumbre: el jefe de gabinete, Jorge Capitanich, desmintió que fuera a haber tratativas con los acreedores. Por su parte, los obedientes militantes de La Cámpora, Unidos y Organizados y otros sectores satélites convocaron a movilizaciones (modestas, claro: el momento no da para más) bajo la consigna “Patria sí, buitres no”. Aportaron a que muchos imaginaran que, finalmente, la Casa Rosada se iba a inclinar por el camino “épico” que llevaba al default, por la siempre presente fantasía del Éxodo Jujeño. Error. Soldado que huye sirve para otra guerra Pese a su fraseología aventurada y sus llamados a batallas heroicas e impostergables, el gobierno se ha caracterizado por transformar las prometidas refriegas en trapicheos frecuentemente concesivos y por detenerse al borde del abismo (sea por miedo de caerse o por miedo de tirarse). Los muchachos que el viernes marcharon en Buenos Aires sobre la Embajada de Estados Unidos y amenazaron con un largo festival de discursos y canciones de protesta, románticamente ilusionados con el anuncio de algún enjundioso paguediós, levantaron rápidamente las tiendas cuando se enteraron de que la señora de Kirchner había proclamado junto al monumento a la Bandera, sin abandonar el tono dramático del lunes 16 (aunque evitando meticulosamente la palabra “buitre” y eludiendo cualquier ofensa al juez Griesa), que está dispuesta a pagar “al 100 por ciento de los acreedores”. Importa la buena noticia más que el mal tono, aunque este revele que la línea de la sensatez fue alcanzada por presión de las circunstancias más que por convicción. Cambio de atmósfera Puede afirmarse que para adoptar ese camino el gobierno cuenta hoy con el respaldo del conjunto del sistema político y de las fuerzas económicas. Más allá de las críticas retrospectivas por la “impericia” y la “imprevisión” que se le adjudican a la Casa Rosada en este episodio, la mayoría de los actores ha estado acompañando al gobierno para que éste evite el default. Esto marca un fuerte cambio de atmósfera en la sociedad argentina. Está en marcha un nuevo consenso. En primer lugar, viene al caso la comparación con el default de 2001, saludado con entusiasmo y algarabía por la casi totalidad de las fuerzas políticas. Hoy, tanto los partidos como el sector empresario y la opinión pública se inclinan en la dirección del cumplimiento de las obligaciones. Lo han hecho en medio de las cavilaciones hamletianas del oficialismo y aun a riesgo de que esa actitud fuera facciosamente empleada en su contra por un gobierno habituado al uso de la palabra “vendepatria”. El cambio de atmósfera se expresa asimismo en el hecho de que el gobierno ha perdido autonomía y peso para decidir en soledad. Y todos los actores lo comprenden: "Esta es una cuestión de Estado, no del gobierno -sintetizó el miércoles Daniel Scioli. Y avanzó en señalar el rumbo, cuando la Casa Rosada todavía deshojaba la margarita: “La solución es pagar, obviamente –dijo-. Un país viable como la Argentina puede afrontar los compromisos. Se puede generar un boom económico, que va a generar mayor productividad.” Con sus más y sus menos, otros presidenciables importantes (Massa, Macri, Cobos, De la Sota, Sanz) piensan en la misma dirección. Argentina no debe estar fuera del mundo. Un rasgo central Un rasgo central del kirchnerismo fue que subordinó constantemente la inserción internacional a sus necesidades domésticas. El “relato” y sus peripecias políticas y económicas estuvieron siempre destinados a garantizarle al sistema K, hipercentralizado, un sostén político interno que le prometiera continuidad en el poder. Ese dispositivo estuvo aceitado por los buenos precios de la producción más competitiva (agroalimentos) en una situación mundial auspiciosa. Varios eslabones de esa cadena de felicidad se desgastaron. Pese a que en el seno del oficialismo subsisten focos del relato original, al ingresar al penúltimo año de su mandato la Presidente debió emprender un viraje, una despedida del modelo K. El Departamento de Estado de Estados Unidos acaba de saludar ese giro: “los recientes y significativos pasos que dio la Argentina para normalizar su relación con la comunidad internacional. Eso incluye los pagos a las empresas norteamericanas que ganaron laudos en el Ciadi; la compensación a Repsol; los pasos para mejorar la información al FMI, y el pago de deuda acordado con Estados Unidos y otros miembros del Club de París”. Era razonable que esa hoja de ruta, inspirada por la necesidad, condujera a la mesa de negociación para resolver este demasiado largo pleito con los acreedores. Más vale tarde (y debilitados por dos fallos en contra) que nunca. Eso es lo que sintetiza la arenga negociadora de la señora de Kirchner en Rosario. El diablo está en los detalles Resuelto el rumbo (evitar el default) es hora de dedicarse a los detalles de la negociación y el pago, que tienen gran importancia. El 30 de junio (con un mes de gracia) vencen los bonos reestructurados que hoy no se podrían pagar sin arreglar antes con los holdouts y ante el juzgado de Griesa. La administración kirchnerista tratará de conseguir una nueva medida cautelar que reemplace la que cayó esta semana para evitar que los fondos que se destinan vía Nueva York para cancelar las obligaciones con los bonistas reestructurados sean embargadas para pagar a los holdouts. Esto exigirá dar garantías satisfactorias a “los buitres”, algo que seguramente requerirá pagos cash y la entrega de algún bono en plazos razonables y con una renta no menor a la otorgada a Repsol cuando el gobierno compensó su confiscación de las acciones de YPF. El gobierno tiene que negociar también un marco jurídico para los arreglos, que blinde al Estado de eventuales acciones de los bonistas que aceptaron la negociación en 2005 y en 2008, ya que a estos se les garantizó que se les haría extensivo cualquier arreglo con otros acreedores que mejorara las condiciones que ellos habían conseguido. Sin ese blindaje jurídico, el Estado podría ser querellado por valores 100 veces mayores que los que reclaman los fondos buitres (sin demasiada circunspección, tanto la Presidente como el ministro de Economía, en sus primeros discursos de la semana que termina, admitieron que ese reclamo sería “justo”). Boudou agradecido La demora en admitir que la deuda con los holdouts debía ser admitida, contabilizada y saldada, alimentada por la esperanza oficial en que esas asignaturas quedaran pendientes para que se encargara de ellas el próximo gobierno, las expectativas basadas en deseos y la impericia en el manejo de los meandros financieros y jurídicos de este expediente han desembocado en la crisis actual. Que afortunadamente (parece que) no terminará en un nuevo default. La falta de convicción del gobierno en el cumplimiento de la “hoja de ruta de la normalidad” (pagar las deudas, aceptar y acatar los fallos, no mentir con las cifras) ha obstruido –y seguramente, pese a los esfuerzos tardíos. seguirá haciéndolo por un tiempo – las posibilidades de financiamiento barato tanto al sector público como al sector privado. Pese a los esfuerzos del oficialismo por malvinizar el conflicto con los holdouts, el gobierno sale notablemente más débil del cimbronazo. Una tormenta que sólo tuvo la virtud, para la Casa Rosada, de asordinar por unos días el escándalo del vicepresidente. En cualquier caso, en la factura final todo se suma.

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