sábado, 30 de agosto de 2014

PANORAMA

Panorama político nacional de los últimos siete días No hay peor sordo Antes de que concluyera la huelga del jueves 28 de agosto, el gobierno de la señora de Kirchner adelantó su respuesta a los reclamos sindicales: no habrá modificaciones en el impuesto al salario que los gremios impugnan y tampoco habrá reapertura de paritarias, declaró el ministro de Trabajo Carlos Tomada. El y el jefe de gabinete, Jorge Capitanich, se ocuparon de devaluar los alcances de la medida de fuerza. Los sindicatos se preparan para un pronunciamiento más fuerte en septiembre, cosa de hacerse oír mejor. Colectivos, hubo. Pasajeros, no. Para probar que no sólo se dedica a la oratoria matutina ante la prensa, Capitanich, en vísperas del paro, había conseguido seducir a Roberto Fernández, el jefe de la UTA, para evitar que los choferes de colectivos se sumaran a la huelga. Lo subyugó menos por amor que por interés: Fernández aseguró que adhería a las reivindicaciones de Hugo Moyano y Luis Barrionuevo; alegó, sin embargo, que, más que un paro aislado, él prefería un plan de lucha: “Si hacemos un plan de lucha, quizás el Gobierno entienda que tiene que escucharnos". En rigor, el argumento “duro” sólo le sirvió a Fernández para maquillar la retirada de último momento, lo decisivo fueron los fondos para la obra social de los colectiveros que Capitanich le había prometido. Si bien se mira, el logro que el jefe de gabinete pudo exhibir ante la Presidente apartando a la UTA de la medida de fuerza, terminó embelleciendo la huelga. El pasado 10 de abril, en ocasión del primer paro de este año lanzado por Moyano y Barrionuevo, que inmovilizó el país, el gobierno atribuyó sus efectos a la falta de transporte. Esta vez hubo ómnibus…pero anduvieron virtualmente vacíos. Capitanich consiguió que trabajaran los choferes, pero no garantizó que hubiera pasajeros. El paro no tuvo el peso rotundo de aquel de abril, pero fue amplio: reinó un clima de feriado, disimulado sólo porque los ómnibus eran visibles y porque el pequeño comercio trabajó: ahogado económicamente como está, no puede darse el lujo de pasar un día sin recaudar aunque sea algo. La medida –más allá del juicio, positivo o negativo, que pueda merecer la dirigencia que la convocó- permitió canalizar la inquietud y el disgusto que despierta la situación económica, con su cóctel de retracción, inflación creciente y amenaza sobre el empleo. Indigencia conceptual Verbalizando las ideas presidenciales, Capitanich había acusado a los gremios huelguistas de ser instrumentos financiados por “los buitres”. La pretensión de transformar toda disidencia, malestar o crítica en una manifestación antipatriótica y “buítrica” (hasta “terrorista”, eventualmente) denota desesperación y miseria conceptual: el gobierno tiene una sola palabra para muchas cosas diferentes. Así, no es extraño que produzca malos diagnósticos y carezca de medicamentos apropiados para lo que realmente ocurre. El comportamiento cambiario, con un dólar paralelo que trepa buscando la marca de 15 pesos, es una manifestación periférica de los desajustes que esa mala praxis provoca. Menos rutilante, más grave y más hondo es lo que ocurre con la producción agropecuaria, primera fuente de recursos genuinos del país, que se encuentra asfixiada por regulaciones probadamente destructivas (como las trabas a la exportación de carnes, que quiebran frigoríficos, ensanchan el desempleo y está claro que no evitan el aumento del precio interno de la carne), el torniquete a importaciones (que paraliza fábricas por falta de insumos) y el ácido inflacionario que corroe salarios, jubilaciones y subsidios, hunde el consumo y ensancha el ejército de pobres e indigentes. El gobierno especula El gobierno está convencido de que la fórmula simplificadora “Patria o Buitres”, en la que “patria” siempre equivale a oficialismo, le servirá para nuclear y afirmar su facción e intimidar a sus críticos internos (y hasta a sus opositores más ambiguos). Es decir, que le rendirá utilidades en el terreno electoral. Tanta preocupación por un comicio programado para dentro de catorce meses quizás le hace olvidar los riesgos propios de la transición. El aislamiento internacional y la falta de financiamiento a los que el gobierno condena al país en virtud de su opción ideológico-electoral están ya mismo reproduciendo condiciones ya vividas en enero. Con algunos agravantes: ahora el gobierno ha empujado al territorio de la desconfianza y la reticencia tanto a sectores empresariales que antes se mostraban más pacientes como a sectores muy vulnerables a los que la ayuda oficial ya no cubre o a sectores asalariados que ven sus ingresos rebanados por una tijera cuyos filos son los precios y la presión impositiva. No se dejan ayudar En agosto el Banco Central perdió casi cuatrocientos millones de dólares de reservas, y casi 2.000 millones en lo que va del año. Los analistas opinan que los meses que restan de este año serán más duros en este terreno. Los dólares provenientes de la exportación de granos se liquidan principalmente en el primer semestre y escasean en el segundo. El Wall Street Journal señala que el gobierno deberá afrontar vencimientos adicionales pero aún no puede pedir prestado en el exterior para aumentar sus reservas debido al default. “Los desequilibrios macroeconómicos/default probablemente frenarán la inversión directa extranjera, restringirán nuevas emisiones (de deuda) y alentarán la fuga de capitales", escribió en una nota a clientes Siobhan Morden, estratega de renta fija de Jefferies. “La pregunta ahora es cómo Argentina eludirá una crisis de su balanza de pagos antes de que Kirchner termine su mandato en diciembre de 2015”, dice Morden. Más allá de su retórica encendida, el ministro de Economía Axel Kicillof, está nervioso por la perspectiva de una crisis dramática. Pese al aislamiento desde el que gobierna el círculo que rodea a la Presidente, hasta allí llegan las señales de incomodidad de las empresas perjudicadas por el callejón sin salida aparente del tema de los holdouts, que reclaman una solución. La preocupación llega a los socios de Argentina: Brasil, que camina sobre el desfiladero de recesión, observa inquieto el parate económico argentino. La reunión fuera de agenda de Kicillof con el ministro de Hacienda de Brasil, Guido Mantega, que obligó al ministro preferido de la señora de Kirchner a viajar sorpresivamente a Brasilia el jueves tuvo que ver con esas encontradas inquietudes. Kicillof busca en Brasil alguna red de financiamiento para afrontar situaciones de emergencia; los brasileros, de su lado, e muestran interesados en que Buenos Aires pueda resolver el intríngulis de los holdouts, no sólo para eludir los efectos de un agravamiento económico argentino con su probable consecuencia de más restricciones al comercio, sino para evitar que se desvaloricen brutalmente los activos en bonos y acciones argentinas de grandes fondos de inversión brasileros. Esos fondos estarían negociando la compra de la deuda argentina en poder de “los buitres”. La prensa brasilera deja trascender que habrían ofrecido unos 1.000 millones de dólares por el total de los bonos más los intereses reconocidos por el fallo del juez Griessa. Si esa compra se concretara, podría facilitarse una negociación con los nuevos acreedores posterior al 1 de enero de 2015 (una vez caída la cláusula RUFO) y el juez Griesa dejaría de obstruir el pago de la deuda reestructurada. Pero, claro, los fondos brasileros quieren saber de la boca del caballo y con cierto grado de compromiso si a partir de enero Argentina va a seguir negándose a pagar por el rescate de la deuda de los holdouts más de lo que pagó a los bonistas que admitieron las negociaciones de 2005 y 2010. Es difícil que Kicillof le haya podido dar una respuesta taxativa a Mantega en Brasilia. Lo cierto es que Brasil, otros países amigos y muchos empresarios argentinos están esforzándose por ayudar al gobierno argentino a salir de la encrucijada de los holdouts que , sin embargo (pensando en los réditos que cree conseguir con la consigna “Patria o Buitres”), en la que, por el momento éste no parece sentirse incómodo. Obviamente, negarse a recibir ayuda refuerza el aislamiento. Tanto como negarse a ver y escuchar la realidad. Ante la suma de aislamiento, inflación, recesión, brecha cambiaria y pérdida de reservas muchos vuelven a preguntarse por la fortaleza y el futuro del gobierno. Como en enero. Jorge Raventos

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