sábado, 2 de enero de 2016

PANORAMA

Panorama político nacional de los últimos siete días Macri y el país ante una guerra prolongada El gobierno de Mauricio Macri no ha completado aún su primer mes de ejercicio y ya ha debido enfrentar numerosos y exigentes desafíos. El más reciente –y más acuciante- ha sido la fuga inverosímil desde un penal bonaerense de tres delincuentes peligrosos que conectan el mundo del narcotráfico con el de la política y los organismos de seguridad: ese episodio, todavía inconcluso, es otra metáfora de la deconstrucción del Estado que se consumó durante una larga década bajo el paraguas de un discurso agresivamente estatista. Quizás la principal tarea que debe afrontar el nuevo gobierno es la recreación de un Estado que, liberado de contaminaciones criminales, discrecionalidad facciosa y capitalismo de amigos, curado de la mentira estadística y del burocratismo ineficiente, pueda garantizar defensa y seguridad, educación y salud de calidad a los ciudadanos, independencia a la Justicia, una moneda nacional sana, clima amigable a los emprendedores y a la inversión, promoción al trabajo y la productividad, protección social a los sectores más vulnerables, fortalecimiento e integración a las provincias, presencia activa en el mundo a la Argentina. Del frío al calor No se pasa instantáneamente del frío al calor. Pero es importante que el cambio de rumbo se observe con claridad. La nueva administración lo intentó desde el primer momento. Con gestos (conferencias de prensa, exposición de los funcionarios a la demanda del periodismo) y con medidas. El cepo cambiario se levantó en tiempo récord y se evitó que el dólar saltara a las insondables alturas que algunos, con malicia, habían pronosticado. El Banco Central fortaleció su posición de divisas. El gobierno se ha visto presionado por reclamos contrapuestos: se le exige que evidencie gobernabilidad y al mismo tiempo se le ponen condiciones por temor a un fortalecimiento excesivo de su poder. Con el Congreso en receso y con un justicialismo que, aunque resiente de la conducción kirchnerista que determinó su derrota electoral no se decide a liberarse de ella y acentúa rasgos poco dialoguistas, la Casa Rosada decidió emplear el recurso legal de los decretos de necesidad y urgencia. Lo hizo para designar dos miembros de la Corte Suprema en comisión y también para intervenir la AFSCA (el organismo de control de medios que regenteaba Martín Sabatella e integrarla con la AFTIC (Autoridad Federal de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones) en un unificado Ente Nacional de Comunicaciones, cuyo horizonte estratégico reside en facilitar la convergencia de las tecnologías telefónicas, informáticas y de televisión para atraer inversiones y desarrollar su calidad, competitividad e integración nacional, regional y mundial. Era previsible que el kirchnerismo (y el pejotismo que aún lo sigue) se opusiera ácidamente a esas señales de autoridad de la Presidencia. Desde Calafate, la señora de Kirchner propicia telefónicamente el asedio al gobierno, para demorarlo y desgastarlo en los primeros meses, que suelen ser aquellos en que los presidentes recién electos cuentan con una cuota mayor de crédito social. Son muchos los peronistas que no acompañan esta postura, pero pocos aún los que expresan sus reparos en voz alta. Uno de quienes sí lo hizo fue Gustavo Marangoni, ex presidente del Banco Provincia y uno de los hombres en quienes Daniel Scioli buscaba consejo político. Marangoni cuestionó a quienes formulan “desde el vamos, un posicionamiento duro y rústico para interpelar la administración Macri” y señaló como ejemplo “las declaraciones y acciones de estos últimos días de los voceros más ortodoxos del kirchnerismo”. La coherencia y los decretos Tiene su gracia que justamente el kirchnerismo, el usuario históricamente más compulsivo de los DNU (instrumento que turnó con el empleo del Congreso como escribanía), cuestione a un Macri que apenas estrena la lapicera en esos menesteres, pero quizás sea una ingenuidad esperar coherencia lógica de ciertos discursos políticos. Paradójicamente, muchos aliados de Macri se disgustaron con él por temor a perder su propia coherencia: cuestionaron los DNU del Presidente junto al kirchnerismo de ahora porque no querían parecerse al kirchnerismo de antes. Prevalece aún en ellos la pretérita identidad anti-K sobre la flamante circunstancia de ser oficialistas, es decir, del deber de hacerse cargo de la responsabilidad de gobernar. Lo explicó con lucidez el presidente provisional del Senado, Federico Pinedo: “Las decisiones del Estado son complicados. Es muy raro que vos tengas una opción siempre entre el bien y el mal. Muchas veces hay cosas donde tenés que elegir el mal menor, o por hacer un bien postergar otro. El Estado es complejo. No es un lugar para tener placer”. Los papeles han cambiado, pero mientras el kirchnerismo no vacila en ponerse el traje de oposición “dura y rústica”, algunos actores del elenco de Cambiemos, una parte de su electorado y un fragmento de los factores de influencia que respaldaron su ascenso parecen decepcionados por las herramientas que puede reclamar el ejercicio del poder. Hay un fetichismo de los instrumentos. En esta columna se señaló, en vísperas de la asunción del nuevo gobierno que “los desafíos de Macri residen en garantizar gobernabilidad (algo que va más allá de los acuerdos legislativos o institucionales) y reinstalar al país en las corrientes centrales del mundo”. Mientras actúe dentro de la ley, el Presidente hace bien en eludir ese fetichismo: su apuesta consiste en fortalecer el principio de autoridad legítima con la mayor eficacia y al menor costo político posible. Hostilidad y angustia Parece obvio que no será posible gobernar permanentemente por decreto, pero en este período de receso parlamentario y mientras se da tiempo para tejer los consensos indispensables en el Congreso (con ayuda de los gobernadores) el uso de los DNU le permite al gobierno avanzar y eludir el rechazo legislativo que le procuraría un Senado que aún está bajo el influjo del kirchnerismo. Esta influencia irá cediendo. De hecho, la virulencia esconde una debilidad esencial. En su escrito más reciente, los intelectuales K de Carta Abierta describen la situación de su sector como de “desconcierto” y “angustia”, sentimientos que exhortan a cambiar por “lucidez” e “indignación”. Es un retrato realista y una expresión de deseos. Hoy desempleados, estos pensadores que votaron a Daniel Scioli “desgarrados”, ven venir una etapa de soledad y se enojan ante el hecho de que el gobierno de Macri consiga aliados u opositores constructivos tanto en el peronismo que estaba al margen del kirchnerismo (como el de Sergio Massa, José Manuel De la Sota o Adolfo Rodríguez Saa) como en el que acompañó al gobierno K hasta el final. Los de Carta Abierta los llaman “conversos políticos” y sin mencionar al gobernador salteño Juan Manuel Urtubey, en el que seguramente piensan, se encarnizan con “los señores Lino Barañao y Jorge Telerman”, a quienes atribuyen “la obsesión de figurar siempre en algún lugar del poder formal”. Lo que detectan es que, en menos de tres semanas, ya empieza a observarse en las filas que antes se disciplinaban detrás de la señora de Kirchner un deslizamiento hacia distintos grados de convergencia con el nuevo gobierno, una tendencia que probablemente se acentuará como producto de los trabajos y conversaciones que despliegan el ministro de Interior, Rogelio Frigerio, el presidente de la Cámara de Diputados, Florencio Monzó y el presidente del Pro, el discreto Humberto Schiavone. Asignaturas del gobierno Esa tendencia, claro está, se acelerará o se frenará condicionada por la eficacia de la acción de gobierno para resolver cuestiones. En principio, aquellas que afectan a los sectores mayoritarios y aquellas vinculadas con los principales compromisos de campaña. Por caso, el compromiso de dar batalla a la inseguridad y el narcotráfico. En este sentido, la fuga de los hermanos Lanatta y de Víctor Schillaci, tres protagonistas de crímenes ligados al tráfico de efedrina (un negocio que aportó fondos a campañas electorales K), es un reto tanto para el macrismo bonaerense como para la Casa Rosada. A una semana del hecho, las idas y vueltas de los fugados entre Ranchos y el sur del conurbano burlando cercos de seguridad, baleando policías, cambiando de móviles y refutando en la práctica declaraciones precipitadas que hacían presumir su captura inminente incrementa la inquietud oficial y siembra frustración. Aunque la gobernadora María Eugenia Vidal y su ministro de Seguridad, Cristian Ritondo, son los que operan en la primera línea en esa batalla, es a Mauricio Macri a quien un fracaso del operativo dañaría más: sería un traspié temprano en un conflicto que todo el mundo reconoce difícil. Si, por el contrario, Vidal y Ritondo (con el apoyo de fuerzas nacionales) consiguen atrapar a los fugados (preferentemente sin que haya nuevas víctimas, en primer lugar los propios delincuentes), la victoria fortalecerá a la gobernadora (a quien suele ningunearse llamándola “Heidi”) y representará una inyección de confianza para el gobierno nacional para persistir en la guerra prolongada contra el amasijo de crimen y política. La inflación y el 49 por ciento El otro campo de batalla en el que el gobierno juega mucho es el económico. Particularmente el microecnómico: el escenario del bolsillo, de las góndolas, de las tarifas de servicios. En suma, el de la inflación. Resuelto con éxito el intríngulis del cepo cambiario, ahora se trata de que la devaluación no se traslade devastadoramente a los precios. El gobierno dio respuesta a reclamos de las clases medias y también a los de los exportadores, en especial a los del campo. Fueron satisfacciones para sectores que le dieron respaldo electoral en octubre y en noviembre. Ahora tiene que dar confianza a sectores que, en gran medida, no formaron parte del 51 por ciento victorioso, sino del 49 por ciento derrotado. Si no genera respuestas y expectativas para esos sectores, el gobierno alentará a los sectores “rústicos y duros” de la oposición, facilitará el juego de hostigamientos del kirchnerismo cerril y le hará difícil la tarea a los sectores del peronismo dispuestos a ejercer una oposición racional y sensata mientras trabajan para renovar su movimiento. Esta guerra se gana cerrando la brecha que otros abrieron. Jorge Raventos

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