sábado, 18 de marzo de 2017
EL TURCO ASIS
Jorge Asis ''Memorias tergiversadas'' (Yabrán)
Era hora que Jorge Cayetano Zaín Asís escribiera una porción de su biografía. Días atrás él cumplió 71 ajetreados años que abundan en anécdotas propias e historias de Oberdán Rocamora. No todas pueden contarse -así debe ser, cualquier humano respeta la autolimitación de crónicas que sólo se recuerdan ante el espejo y sin testigos presentes- pero algunas sí merecen quedar en negro sobre blanco, y son bienvenidas.
Editorial Sudamericana llevó a las librerías las 298 páginas de "Memorias Tergiversadas", que se leen 'al toque' porque tienen estilo y oficio. En uno de los capítulos él cuenta cómo nació su web JorgeAsisDigital.com/ y aquí se ofrece ese texto.
De yapa, y aunque nada tiene que ver pero es muy interesante un fragmento de un capítulo más largo sobre otro 'turco' Alfredo Enrique Nallib Yabrán, titulado "Aparición de Jardán, el Amarillo".
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Editar un diario. Era su proyecto. Planificaba en medio del naufragio personal. Un diario opositor al flameante fenómeno que generaba el nuevo presidente. Un desconocido. Nestor Kirchner. Notable constructor de poder.
Líder de culto y fenómeno delictivo. Al mismo tiempo.
Solía reunirse con inversores. Pero todos estaban bastante reticentes a poner una moneda.
Por intermedio de Ramón, su amigo Puerta, se trató que el joven Mauricio Macri financiara el diario.
Ramón lo había arrimado a la política. Transcurrió una comida, en Barrio Parque, residencia de Mauricio. El joven empresario inquieto preparaba su proyecto político. La atractiva esposa de entonces se mostraba infinitamente inteligente. Se la notaba muy informada. A ella, bella Isabel, el proyecto del diario le parecía fascinante.
Pero nada.
Como se trataba de un pedido de Puerta, el ascendente Francisco de Narváez reunió al grupo de empleados de su Fundación, para que analizaran la propuesta. La fundación estaba en la calle Báez, barrio Las Cañitas.
Nuestro autor se esmeró en interpretar la coyuntura política hasta formular la inquietud, y así aprovechar el vacío que se generaba en el "espacio de la contestación", por la persistencia del periodismo mayoritariamente adicto, portador de una temeridad apenas equiparable a falta de coraje. Y de inteligencia empresaria. Quedaron en estudiarlo.
Pero nada.
En Madrid también iba a mantener alguna reunión posible, por medición de un allegado a otro grupo editor. Apoyados por un sagaz empresario cordobés, el Grupo proyectaba expandirse hacia el sur, en Colombia, Chile y Argentina. Pero no podían avanzar en la patria por los obstáculos que presentaba el Grupo Clarín. Apoyaba el señor Magnetto apasionadamente al gobierno de Kirchner, que lo ayudaba a evitar el florecimiento de la competencia.
Nada.
Vivía harto, en principio del país, tan veleidoso y cambiante. Harto de la carga de la historia personal. El prontuario.
Durante la presencia de Nestor Kirchner, fue de los primeros opositores (dato que no tiene ninguna importancia).
De pronto el naufragio personal encontraba una playa. Debía hacer lo que mejor le saliera. Escribir. Pero no literatura, rubro que se reducía, y en la Argentina perdía significación y prestigio social. Para pasar, para pisar fuerte, debía escribir periodismo.
El proyecto ampuloso de editar un diario derivó finalmente en un blog digital, que prefirió denominarlo portal. La salvación era internet. Pronto experimentó que influía, que su información con interpretación penetraba. Con una selección de los textos iba a publicar "La marroquinería política". Con una valija en la portada, cargada de billetes. Volvía a ser cabeza de listas de best sellers. Ahora cobraba para disertar, donde lo contrataran. Sus minutos cotizaban. Disertaba en ambientes reducidos de diversas ciudades del país. Interpretar las claves del kirchnerismo se convirtió en una redituable fuente de trabajo. Recibía dinero blanco para la contaduría y dinero negro para "el canuto". Con irónico cinismo describía sus reglas existenciales. "La blanca para el banco, el dólar para el canuto, la negra para derrocharla".
Cierta noche de viernes veraniego, luego de hablar en el country más refinado de Tortugas, se le acercó un señor distendido y muy amable. De blanco, rostro bronceado. En el entrevero, mientras algunas señoras rodeaban al disertante, interrumpió para decir:
"Señor Zalim, le confieso que soy uno de los que lo escrachó en el boliche de Jesús, de Rodríguez Peña y Posadas".
¿Cómo olvidarlo? Tomaba un café con sus amigos Zuleta e Ikonicoff, hasta que comenzaron a putearlo.
El disertante contempló al distendido. Miró luego con complicidad a las señoras, vecinas del escrachador, para decir desaprensivamente:
"Muy bueno lo suyo, lo felicito, fue muy valiente.
"Pero quiero decirle que ahora estoy muy de acuerdo con lo que dice usted".
Tal vez el disertante estuvo demasiado soberbio al decirle:
"Lo lamento, caballero, debo estar equivocado, porque yo preferiría tenerlo a usted de enemigo. Que esté siempre, por favor, en contra. Total mañana, ayer, o tal vez dentro de tres meses, entre los vaivenes del país oscilante, 'el señor' de nuevo tendrá ganas de insultarme. No se prive".
Fragmento de yapa: Alfredo Yabrán.
.
"(...) Con el escopetazo en la boca, de reminiscencias hemingwaianas. El Muletto se encontraba totalmente desfigurado. Con la exigencia de la precipitada sepultura. Con las congojas contenidas y la previsible escenografía de llantos ante el cajón herméticamente clausurado.
Mientras no vendía los departamentos, David monologaba en el despacho. O por las mañanas en Innsbruck, el despacho social, David bajaba información. Confidencialmente inquietante. Sugería que Jardán, desde la lejanía ancestral de los orígenes, aguardaba el instante propicio del regreso.
Desde los alrededores del pueblo costero. En algún costado, inexplotadamente paradisíaco, de Siria. Donde no llega la guerra. Territorio alawita equiparable, al menos, al Pinamar atlántico. Relativamente cerca de la fascinación de Lattlaquie. Alternado con algún villorrio donde, por contrato, lo protegían. En las vecindades de Tartuz. Cerca de la base militar rusa, donde se controla el cementerio del Mar Mediterráneo.
En efecto, era imposible imaginarlo a Jardán lejos del mar.
Sin la recreación, en otras culturas, de las fantasías transformadoras que solía estimular para las urgencias de Pinamar. Con las ideas que solía imponerle al alcalde Altieri. Hoteles majestuosamente ampulosos, no menos de diez, de cinco estrellas. Organizar grandes festivales de cine, y poner moneda para que lleguen artistas número uno del mundo. O construir la suntuosidad del gran puerto de aguas profundas, que permitieran la llegada a Pinamar de los buques extralargos, de cruceros treinta pisos. Con una avenida Costanera asfaltada. Con un paseo que nada tuviera que envidiarle a Copacabana, Niza o San Sebastián. Imaginaba los focos multicolores, describía los macetones con flores cada treinta metros, para el paseo con baldosas de color lila.
Entonces Jardán reapareció. En Pinamar, un miércoles ventoso, agosto.
Como antes, para vigorizarse, Jardán caminaba por la playa. Con la campera de cuero negra. La cara desafiaba al viento. Revoloteaba una bufanda gris. Deparaba la sensación de vigorosa libertad, garantizada por los dos custodios que no hablaban español.
Las caminatas anónimas por la playa representaron, paradójicamente, para Jardán, el inicio de la declinación. Para ser exactos, la ceremonia de la caída comenzó durante aquel verano de 1995, a lo sumo 1996. Cuando le robaron la primera imagen. La fotografía fatal. Mientras caminaba con la santa, mujer madre, histórica. Como si fuera lo que siempre había querido. Uno más, un anónimo inadvertido entre la multitud. Cuando Jardán caminaba por la playa sostenido por el equívoco de suponerse turista normal. Que podía ufanarse de disponer de la libertad de los seres irrelevantes.
Sin embargo una vecina, Amanda Ormeño, que mantenía una casa amplia y presentable, tuvo la misma idea. Caminar, aquel miércoles espeso, agosto, por la playa desierta. Solo con Walter, pendiente de los caracoles que podían arrastrar las olas. Los seguía un perro. Negro, sin dueño, solitario, con déficit afectivo.
De veranos anteriores, Jardán conocía de vista a Los Ormeño.
El fría matinal desalentaba a los posibles caminantes. De no ser por la intensidad del viento, podía asegurarse que se trataba de una mañana transparente y bella. A la altura del desarticulado balneario CR, Amanda lo vio venir. Lo cruzó al Amarillo, de frente.
Jardán caminaba en sentido contrario, en dirección a La Frontera.
Se quedó petrificada. Eran tres. Jardán en el medio, entre dos personas robustas y morenas. Justamente uno de los dos hablaba una lengua descifrable. ¿Farsi?
Amanda no podía asegurar que fueran un grupo de amigos. Ni que los dos extraños fueran tampoco del lugar. El aspecto denunciaba la condición de forastero. Prefirió Amanda creer que se trataba de dos custodios. Aunque El Amarillo, oficialmente, estuviera muerto.
Perpleja, Amanda lo identificó.
- Jardán -dijo, en un susurro, pero ya no podía continuar con la caminata- Don Alfredo-
Y miró a su marido:
- Es Jardán, ¿lo viste? -repitió, mientras Jardán se alejaba.
Walter mantuvo la mirada perdida en el horizonte. Como si estuviera distraído. Prefería desconocer la significación de la presencia.
Para Amanda, su esposo también lo había reconocido a Jardán.
"Pero Walter nunca quiere meterse en problemas".
Les escapa. Razonablemente. Consecuencia del pasado militar.
Después, en la casa, Walter decidió creer que no le constaba que aquel hombre que vieron en la playa fuera Jardán.
- Estás loca- le dijo.
Como la conocía, le prohibió hablar del tema. Contar que creyó ver a Jardán, en la playa, arrebatado entre el frío y el viento.
-No era Jardán un carajo. ¡Basta!
Se lo dijo Walter, con la firmeza de una orden estricta. En la casa, mientras soporta el almuerzo rápido, que en gran parte terminó en el buche del perro negro.
Walter negaba. Eran fantasías. Prefería encarar la relajada aventura de la siesta.
Más tarde, mientras Walter no dormía, para distraerse, Amanda lavó hasta los platos y cubiertos que no habían sido utilizados desde el último verano. Repasó infinitamente la mesada.
Se sentó después a leer Noticias. Frente al ventanal. Podía advertir los movimientos de la calle desértica. Solo se movían algunas ramas. Por el viento. Se levantaba arena.
De pronto Amanda vio que se acercaba uno de esos vehículos poderosamente utilitarios. De los que suelen andar entre los médanos, sin inconvenientes. Los llamados "cuatro por cuatro". Era negro, de cristales opacados.
Se inquietó porque el vehículo se detuvo precisamente en la puerta de su casa. Amanda contempló que se bajaba, con lentitud, una ventanilla, la trasera.
Era Jardán, indudablemente, que la miraba. Como si la contuviera. Le cediera migajas de tranquilidad ante el incierto terror.
Reaparecía aquel rictus que pasaba por sonrisa. Un simple estiramiento de labios, algo semejante a la piedad. O le demandara un poco de comprensión. O de complicidad.
Mientras tanto, con los ojos fijos en los ojos de la vecina, Jardán le hacía el expresivo gesto del silencio. La categórica imagen, popularizada en los hospitales.
El dedo índice, vertical sobre la boca, y un leve soplido. Intrascendente, casi tácito.
Volvió después a levantarse el cristal opaco de la ventanilla. La Cuatro por Cuatro se puso en marcha.
Agitada, Amanda amagó con despertar al marido (que no dormía), para decírselo. Pero prefirió, convenientemente, no decirle más nada.
Temía que, por fantasiosa, Walter la internara. En adelante decidió convivir con el secreto. Aunque tuviera el raciocinio bajo sospecha.
El silencio se imponía.
Se lo había pedido gestualmente el buen vecino. Tan afectuosamente temible, aunque estuviera muerto, Alfredo Jardán, El Amarillo, durante la tarde fría y espesa del miércoles de agosto más desolado".
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