miércoles, 4 de septiembre de 2019
DINAMARCA
Dinamarca, el país donde la gente no quiere que bajen los impuestos
Por Martín Krause
La conocida frase que dice «el dinero no hace la felicidad, pero calma los nervios», puede aplicarse perfectamente a Dinamarca , un país que figura en lo alto en cuanto a indicadores económicos, pero también se destaca por ocupar el podio de las naciones más felices del mundo. Todos sus «problemas» de dinero parecen baladíes vistos desde la óptica argentina: necesitan mano de obra de todo tipo, están preocupados por el exceso de divisas y deben convencer a su población de que hay que bajar los impuestos.
Dinamarca, con sus 5,8 millones de habitantes, puede tirar sobre la mesa «sin despeinarse» tres indicadores que despiertan la envidia de cualquier ministro de Economía: su inflación anual en 2018 fue de 0,7%; su producto bruto interno (PBI) per cápita es de u$s 52.832 y su tasa de desempleo, de 4,8%.
Otto Brøns-Petersen, un analista económico danés, opina que el nivel de felicidad de sus compatriotas probablemente se deba a su alto nivel de ingresos. «Además, un alto nivel de confianza también parece aumentar la satisfacción con la vida y, como los daneses son bastante confiados, eso también podría jugar un papel aquí», comenta en un artículo que escribió para Cato Institute.
Una recorrida por la capital danesa, Copenhague, permite percibir el aire despreocupado y distendido de sus ciudadanos, conocidos como los «latinos del Norte», a los que lo único que les cambia el humor (y es todo un tema para ellos) es la poca luz solar que tienen durante gran parte del año. Es que, desde un punto de vista económico, tienen todo resuelto: educación, salud, seguridad y transporte.
Por suerte, esta vez la «foto» fue sacada en los últimos días de primavera de este año, cuando el sol bañaba la coqueta capital (incendiada varias veces a lo largo de su historia). Por eso, fue posible experimentar de primera mano cómo los daneses colman las terrazas de los bares; inundan Nyhavn, el puerto nuevo que se convirtió en la típica postal local; cómo improvisan playas a orillas de sus múltiples canales, o cómo atestan sus verdes parques.
Tanto les preocupa a los daneses ocupar los primeros puestos en el ranking de felicidad elaborado por la Organización de las Naciones Unidas (este año quedaron relegados al segundo puesto por Finlandia y eso no les gusta nada) que inventaron una palabra para describir «pequeños momentos de felicidad». Esa palabra es «hygge», se pronuncia «huga» y sirve para aludir a una linda comida con la pareja, un encuentro con amigos o un buen momento en el confort del hogar. «Esto también ayuda a sobrellevar los días en los que reina la oscuridad», comenta Alejandra Meza, una guía turística chilena que trabaja en la capital.
Según explica Martín Krause, profesor de economía de la Universidad de Buenos Aires (UBA), la economía danesa, como la de la mayoría de los países nórdicos, se hizo fuerte antes de adoptar el modelo de Estado de bienestar. «Es decir, primero generaron riqueza y después empezaron a repartirla en forma de beneficios sociales; no al revés», comenta el especialista.
Este modelo de Estado de bienestar se apoya principalmente en sectores como el de la energía eólica (exporta 85% de su producción de molinos eólicos, con Vestas como la principal empresa del rubro en el mundo); el de la logística marítima (con el gigante Maersk a la cabeza) y la producción agrícola (son grandes exportadores de carne porcina).
Krause acota, además, que en el índice de calidad institucional de la Fundación Libertad y Progreso, en cuya elaboración él participa, Dinamarca está en el puesto dos y ha estado entre los primeros tres los últimos 15 años. «Normalmente, la visión general es que tiene gran calidad de las instituciones políticas (aparece 4° en el ranking), pero cuando se mira la calidad de sus instituciones de mercado, se ve que está 6°, es decir, tiene altos niveles de libertad económica», subraya el académico.
Eso se ve en sus ciudadanos. Nicolás Sciotti, un argentino que vive en Dinamarca desde hace cinco años, cuenta: «La política, la inseguridad y la corrupción no son temas del día a día como lo son en la Argentina. Hay una sensación de tranquilidad y confianza muy grande, la gente paga los impuestos con una sonrisa, a pesar de que sean elevados, porque confían en los gobernantes; el Estado te ayuda en caso de que te quedes desempleado y socialmente se preocupan por vos», relata.
«Impuestos», justamente, es la palabra clave y una de las bases sobre la que se asienta la economía danesa. Con 46% de carga tributaria, Dinamarca está entre los países con mayor presión impositiva, pero por loco que parezca en estas latitudes, los daneses no quieren que se los bajen. Claro, esta carga luego les vuelve en servicios y prestaciones sociales de un Estado que tiene un gasto público de 52% del PBI.
Aún en contra de lo que quieren sus ciudadanos, el Estado danés sabe que necesita reducir los impuestos para acelerar el crecimiento e incentivar el trabajo (se prevé reducir 3000 millones de euros por año de impuestos hasta 2025).
Krause puntualiza que se trata de un país con alta carga impositiva sobre las personas, pero no tanto sobre las empresas, que pagan allí menos impuestos que en la Argentina (por ejemplo, el impuesto a las ganancias es de 22%, mientras que acá es de 35%). «Tienen un acuerdo social con el que están contentos: impuestos altos que tienen como contrapartida excelente servicios públicos (transporte, educación, seguridad y salud)», detalla el profesor.
Eso sí, al viajero le queda claro muy pronto que este no es un país barato. Un kilo de carne de ternera, por ejemplo, cuesta 85 coronas danesas ($548); un kilo de queso, 74,5 DK ($484,86); una docena de huevos, 23,15 DK ($151,20); un kilo de naranjas, 18,07 DK ($118); un kilo de pechugas de pollo, 56,20 ($366), por citar solo algunos productos del supermercado. En tanto, una cerveza en un bar puede valer 61 DK ($400) y una comida para una persona 300 DK ($1959).
Otro de sus desafíos es captar mano de obra, ya que faltan empleados para cualquier rubro, desde electricistas y plomeros, hasta ingenieros y arquitectos. Sciotti cuenta que se puede llegar hoy a Dinamarca y mañana ya estar trabajando. Suena increíble que suceda eso en un país donde el salario mínimo es de 2580 euros (unos $123.800); por eso, una de las cosas que intentan el gobierno es cambiar esa imagen de hostilidad hacia el inmigrante que se han ganado los daneses.
Una espada de Damocles que pende sobre Dinamarca, que supo ser uno de los reinos más grandes del mundo, pero que fue perdiendo poco a poco porciones de territorio hasta quedar reducido a su pequeño tamaño actual, es «la enfermedad holandesa». Este mal consiste en una entrada excesiva de divisas (puede ser por el hallazgo de un recurso natural exportable o por inversión extranjera directa) que aprecia la moneda local y resta competitividad al resto de las exportaciones (algo que puede provocar cierre de industrias y caída del empleo) . Para eso, su autoridad monetaria hace malabares.
Con un fuerte pasado vikingo, que el turista puede apreciar con solo viajar 30 kilómetros en tren desde Copenhague hasta Roskilde, la antigua capital de ese pueblo, Dinamarca sigue siendo un ejemplo a mencionar cada vez que se habla sobre cómo administrar una economía. Mientras tanto, lejos de pensar en sus bolsillos, los daneses disfrutan del sol (vital para gente que necesita complemento de vitamina D, por la ausencia de luz solar durante meses) y aprovechan al máximo su momento «hygge».
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