martes, 25 de febrero de 2014

SALVAJES

VALORES MORALES DE LOS SALVAJES POR EL MAESTRO ROLANDO HANGLIN. El film 12 años de esclavitud revive los horrores de otro tiempo. Sin embargo, la esclavitud fue un progreso humanitario respecto de la guerra de exterminio. Decía el vencedor al vencido: "Tu vida me pertenece, podría matarte. Pero elijo dejarte vivir. En adelante serás mi esclavo y vivirás para servirme". Este fue el caso de la guerra de cuatro siglos entre indios y cristianos, en la Argentina. Puede considerarse que finalizó con la Conquista del Desierto del General Julio Roca, en 1879. Tratándose de dos naciones que guerreaban por un mismo territorio, la lógica era implacable: una debía absorber a la otra. De este modo, a los prisioneros se los incorporaba como esclavos, sin otro derecho que el de permanecer vivos y servir a los vencedores. Cuando el Ejército Argentino dispersaba a una indiada y acometía las tolderías, en el siglo XIX, se tomaban centenares de prisioneros. Los "conas" (guerreros) eran ejecutados o remitidos a Martín García. Las chinas se repartían entre las familias acomodadas de Buenos Aires. Los chinitos y mozos jóvenes eran entregados en las estancias para formarlos como peones de campo. Esta situación es retratada por algunos diarios de la época, que describían la desgarradora separación de la madre india y sus hijos, por ejemplo. Los porteños contemplaban abrumados este drama, y luego se encogían de hombros: "¡Es la guerra!", decían. Y era una guerra que se libraba lejos: allá en la frontera. O sea: en el río Salado (ver actual ruta 2) o la Guardia de Luján (donde ahora está la Basílica), hitos que demarcaban los comienzos del territorio indio. Esta situación es retratada por algunos diarios de la época, que describían la desgarradora separación de la madre india y sus hijos, por ejemplo En cuanto al accionar de los malones o invasiones, era similar: se procuraba degollar o lancear a todos los varones en edad de combatir, raptando a las mujeres y niños, que servirían de esclavos en las tolderías. Tendemos a ver esta historia como un duelo entre buenos y malos. En otro tiempo, con un vistazo superficial a La Cautiva de Esteban Echeverría y algunas estrofas del Martín Fierro, decretábamos que los indios eran los malos de la película. Hoy se tiende a demonizar al General Roca como genocida. En realidad, ninguno de ambos bandos pertenecía a Greenpeace o a los Derechos Humanos. La realidad la vivió Santiago Avendaño, que fue cautivo de los ranqueles de San Luis entre los 7 y los 14 años. En su obra memorable, Usos y costumbres de los Indios de la Pampa, explica los valores morales que imperaban en la tribu donde se crió. Algunos mandamientos: 1) La comida no se vende. La comida se da. En el mundo pampa no existe la idea de que un individuo instale una fonda, o almacén, o bar, para vender comida o bebida. Más bien, en los toldos, la bebida se convida, y el huésped que no acepta ofende al anfitrión. Es cierto que los indios acudían a las pulperías, masivamente, a canjear sus cueros de potro, león, tigre, zorro, guanaco, sus mantas y quillangos, sus plumas de avestruz, por botellas de caña, yerba y azúcar. Practicaban el canje, porque el concepto del dinero les resultaba desagradable. Aun así, compraban y vendían: pero esta era una práctica de la frontera, donde las costumbres cristianas se entrelazaban con las indias. 2) El caballo no se niega. Cualquier ser humano que se allegue a una toldería y pida ayuda, recibirá gratuitamente un caballo o dos. En el desierto, andar a pie es la muerte segura. De manera que cualquier indio apartará un caballo de su tropilla y lo dará al forastero, para que salve su vida. 3) La hospitalidad es obligatoria. Si bien el indio considera básicamente que el cristiano es su enemigo, por tratarse de un extraño que le disputa su espacio vital, lo acepta como refugiado. Muchos blancos, pidiendo ayuda, han sido recibidos en los toldos sin ningún inconveniente. Un indio les dio su poncho, otro sus mantas, otro algunos cueros, otro un caballo, y así el extraño logró plantar su toldo entre los ranqueles, antes incluso de saber la lengua o mapudungún. 4) La venganza es sagrada. Los indios consideran absurda (e infructuosa) la costumbre de denunciar los crímenes ante la Justicia. Para ellos, no hay satisfacción más grande que cobrarse una ofensa, y en la persona del causante. El indio podía estar comiendo tranquilamente su puchero de potro y, al ver cerca al ofensor, levantarse, matarlo de una puñalada y luego sentarse para seguir comiendo. Rechazaban la idea de poner en manos de otro lo que correspondía a la responsabilidad de cada uno. 5) El hombre es propietario de sus esposas e hijos. Es él quien ha comprado las mujeres y ha engendrado los hijos. Por lo tanto, si los daña o los mata, afecta a su propio patrimonio. El indio no permite que un juez de paz, un comisario, un comandante, encarcele o castigue a sus hijos. No acepta que el estado los mande a la guerra, como los cristianos. Sólo él está autorizado a gobernar su casa . 6) El indio puede poseer todas las mujeres a las que alcance a alimentar: hasta tres. Pero si no es cacique ni pertenece a la sangre real, no pasa de este número. Un paisano cualquiera que apareciera con cuatro o cinco esposas, sería visto como un advenedizo. Digamos, un nouveau riche. Y no hay en las tolderías peor castigo que la murmuración. 7) Los indios se jactan de ser de buena estirpe, hijos de un hombre cabal (cüme huentrú) y de una esposa debidamente comprada, pagando el mafún requerido por sus padres. Este precio se compone de hacienda vacuna, caballos, piezas de plata, mantas y cueros, todo lo que ha sido convenido en una solemne negociación. ¡En cambio, los cristianos no pagan nada a los padres de la chica, sino que le pagan al cura (patiru) que no tiene ningún mérito en las virtudes de la muchacha! Absurdo. Los cristianos son tan egoístas que no les importa ver a sus suegros con hambre. Dicen los pampas: el cristiano es tan mezquino que hasta le puede vender la comida a su propia mujer. 8) Los esclavos existen en todas partes del mundo: son los prisioneros a los que se les permite vivir. A los indios les da por adoptarlos como hijos. Por eso, para el cautivo, su amo es su "tata" o chachay, mientras que su ama es la papay. Ahora bien: los indios tienen varias esposas. Siempre hay, entre ellas, una más querida por el cautivo: a ella la llamará ñuqué. Mami. Así lo hizo Santiago Avendaño, que llamaba papá a su secuestrador, el cacique Caniú. Son tan distintos los valores morales de los indios que resulta ilustrativa la siguiente historia. En 1863, el joven Juan Esteban Calfucurá estaba a cargo del maestro Francisco Larguía, de la escuela Catedral al Norte de Buenos Aires. En ocasión de llevarlo a visitar a su padre, el gran cacique chileno Juan Calfucurá, se aprovechó el viaje para tramitar, en las tolderías de Salinas Grandes, el rescate de varias cautivas. El jefe entregó una mujer blanca a Larguía, con estas palabras: "Llévela y por el camino puede dormir con ella, después la entrega a su marido". Respondió Larguía: "No, jefe, los cristianos no nos acostamos con la mujer de otro". A lo que repuso Calfucurá: "Eso es una zoncera y una mentira de usted". Avendaño desmentía indignado las versiones sobre torturas a los cautivos cristianos, como el despellejamiento de las plantas para que las cautivas no se fugaran:¿A dónde iban a ir, a pie, en medio del desierto? Pero entonces: ¿Cómo es posible que gente tan razonable como los ranqueles robara ganado y mujeres, incendiando casas y degollando cristianos? Según Calfucurá, se trataba sólo de cobrar la renta por la tierra, que pertenecía en justicia a los indios. De paso (se decía) "en una les ajustaban todas

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