lunes, 29 de enero de 2018

SALLUSTRO

La muerte de Oberdan Sallustro por Omar López Mato Yo lo conocí a Oberdan Sallustro cuando tenía poco más de 10 años. Lo había acompañado a mi padre a una visita a la casa de la familia en Córdoba, donde también conocí a sus hijos, algo mayores que yo. Entonces mi padre era funcionario de Ferrocarriles Argentinos y estaban en tratativas por la compra de vagones construidos en el país con material argentino y mano de obra argentina (que hoy importamos de China). Recuerdo a un señor amable que hablaba con acento italiano, a pesar de haber nacido en el Paraguay. Años más tarde supe de su secuestro y muerte a manos del ERP. En ese tiempo, llegaban a nuestra casa cartas amenazadoras confeccionadas con letras cortadas de la revista 7 Días, en un collage macabro dónde nos amenazaban con bombas, secuestro o muerte. Recuerdo vivamente esas amenazas multicolores mientras mis padres nos decían que no pensaban cambiar su forma de vida ni solicitar protección. Poco después los secuestraron a los hermanos Born y Montoneros se hizo de 60 millones de dólares (de los que a la fecha solo se ha recuperado una fracción). Si podían secuestrar a la familia más poderosa de América del Sur. ¿Qué podíamos hacer nosotros? A lo largo de esos años fueron cientos los empresarios o funcionarios de empresas nacionales y extranjeras que sufrieron atentados, secuestros y muerte. Y también fueron miles las empresas que cerraron o se fueron del país. Argentina había dejado de ser un país confiable. La inseguridad, en todas sus formas, (jurídica, política, personal) se apoderó del país. ¿Puede un país progresar sin seguridad? ¿Puede un país progresar sin empresarios, sin líderes, sin innovadores, sin inversión? FIAT no volvió a fabricar trenes, Bunge y Born redujo su participación en empresas argentinas. ¿Alguien los puede culpar? En 1970, el 5 % del país era pobre. Gracias a la prédica de “combatir el capital” hoy tenemos el 33 % de pobreza. Cuando un país no es seguro, nadie invierte y los que lo hacen, pretenden compensaciones mayores. Entonces las cuentas no cierran. Es una ley de la economía, que no todos están dispuestos a reconocer por cuestiones ideológicas, pero el mundo funciona así. No entenderlo, es parte de nuestra decadencia. Aquellos que continuaron invirtiendo en el país quisieron una compensación mayor por los riesgos que corrían, o crearon sistemas de protección a los bienes que poseían a través de reaseguros corporativos que encarecían el proceso productivo. Cuando una economía es insegura surgen las coaliciones cuasi oligopólicas que tienden a cerrar filas para protegerse de las fuerzas contrarias. Argentina se convirtió en un país corporativo, una serie de grupos de interés que peleaban entre sí con la intención de cortarle el cuello al contrincante. Esta sórdida confabulación tiende a aumentar el costo argentino, agravado por el achicamiento de la producción, con un Estado hipertrofiado que solo vislumbra dos posibilidades: Endeudarse o aumentar impuestos. Aumentar los impuestos siempre lleva a un achicamiento de la economía, más cuando el Estado se agranda para absorber la enorme cantidad de mano de obra que queda “colgada del pincel” (la llamada mendicidad disfrazada). La hipertrofia del Estado vuelve a crear más déficit y reavivar el círculo poco virtuoso. Pasó cuando se fue Perón, pasó cuando se fueron los militares, pasó cuando se fue Alfonsín, pasó cuando se fue Menem y ahora vuelve a repetirse con Cristina. No queda otra que tratar de reducir el peso del Estado, con las consecuencias poco simpáticas que esto apareja. Y todo esto empezó porque un grupo de pendejos mal entrazados quisieron jugar a ser una bizarra mezcla de Che Guevara con vicarios de Cristo. Tomaron la justicia en mano propia, y desataron una guerra sucia. Tanto la subversión como la represión prescindieron de la justicia y la civilidad, desatando una violencia retaliatoria que contagió a la justicia, convenciéndola que su función era una tarea supeditada a “los intereses superiores” y no a la búsqueda de la verdad. Ahora, a casi medio siglo de este comienzo, tenemos la oportunidad de revertir esta situación y encaminar a este maltrecho país. Curiosamente (o no tanto) el conductor de esta enmienda es un empresario que sufrió la violencia en carne propia y perteneció a ese grupo que pretendió una mayor compensación por los riesgos que su tarea implicaba. Él está en mejores condiciones de entender los mecanismos poco virtuosos que tomó esta sociedad por falta de seguridad jurídica. En realidad, todos debemos comprometernos en ese sinceramiento. Todos hemos sido culpables de pensamiento y palabra, obra u omisión. Todos tenemos una fracción de culpa en este desastre, pero hay que reconocerlo… y a aquellos que no lo reconozcan y continúen ligados a los viejos intereses, que se atengan a las consecuencias. En estos 2 años hubo oportunidades de dialogo y de rectificación, pero muchos prefirieron seguir con sus prerrogativas, creídos que 70 años de impunidad le otorgaban el poder para perpetuarse. Nadie mejor que Barrionuevo lo verbalizó con su natural desparpajo, mientras grupos de izquierda mezclados con kirchneristas acorralados, ensayan la violencia en las calles como forma de presión (Ya que no ganan elecciones se dedican a ganar la calle. ¡La izquierda solo tiene 3 diputados)! Hace medio siglo, con una democracia en funcionamiento con el poder ejercido por el partido mayoritario que estos “pendejos” habían votado, un grupo de idiotas avaló el uso de la violencia, innecesaria e ilegítima. La semana pasada se cumplieron 44 años de la toma de la guarnición de Azul atacada por el ERP, y que por primera vez en décadas se hace un acto por las víctimas de la subversión, sin embargo, pocos medios recogieron la noticia. Solo La Prensa lo puso en primera plana. ¿Tanto miedo le tienen los medios a la distorsión histórica impuesta por los “dueños” de los derechos humanos que solo consideran denigrantes los actos realizados por una parte contendiente? Los violentos que hoy recurren a medidas de fuerza, incitados desde las sombras por grupos en la mira de la Justicia ¿tendrán el caradurismo de Firmenich, Abal Medina, ¿Vaca Narvaja, Pernía y tantos otros de recurrir a la clandestinidad, apelando a la desafortunada frase del general donde afirmaba que “la violencia de arriba genera la violencia de abajo”? ¿Qué violencia había ejercido Perón para generar la respuesta desmedida de Montoneros? ¿Cómo querían que reaccionara cuando les arrojaron a los pies el cadáver de Rucci? No, señores. Hay violentos psicopáticos que no necesitan razones y esos arrastran a los idiotas útiles, a los que no tienen problemas de vender al mejor postor cuando llega el momento de zafar. Lamentablemente algunos medios han endiosado la imagen de estos redentores de la violencia que se valieron de un Fal para imponer sus ideas a fin de recrear una Cuba en la Argentina. Después de la experiencia soviética, china, cubana y de Venezuela, reproducir ese modelo es de imbéciles y esos son los que nos han gobernado hasta ahora, chorros, hipócritas e idiotas… y, además, golpistas como el impresentable de Zaffaroni. Nos salvamos de ser Venezuela, pero nuestra suerte se puede agotar si no colaboramos con este gobierno. ¡Nos matamos por un 2 o un 3 % en paritarias conducidas por ladrones que atesoran millones de dólares en sus casas! ¿Y estos hipócritas son los que hablan de defensa de los pobres y justicia social? Un nuevo fracaso en este momento histórico es asomarse al abismo. El patriotismo no es solo cantar el himno y alentar a la selección, es poner el hombro para hacer todos los días un país mejor. Omar López Mato Médico y escritor

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