martes, 10 de diciembre de 2013
EL ORDEN
La imprescindible restauración del orden
Sección: Nota de portada
Por Nicolás Márquez (*)
Dentro del sinfín de acrobacias ideológicas que el régimen kirchnerista se dispuso a llevar adelante desde el año 2003 a la fecha, una de las embestidas más emblemáticas consistió en desterrar culturalmente toda noción de orden, disciplina y jerarquía en reemplazo precisamente del desorden, la insubordinación y el igualitarismo demagógico.
En efecto, desde su inicio el kirchnerismo comenzó permitiéndole a la delincuencia piquetera obrar a sus anchas bajo el subterfugio argumentativo de “no criminalizar la protesta”. Desde entonces, las calles han estado dominadas por pandillas insurgentes y los vehículos pueden transitar por las calles no conforme a los parámetros de libertad indicados por la Constitución Nacional, sino según la buena o mala voluntad de las gavillas ilegales que el Estado ha cobijado en ominosa connivencia.
En los establecimientos educativos, por su parte, el régimen se dedicó a torcer todo entendimiento de rangos forjando una mentalidad horizontal en la cual el docente dejó de ser guía y fuente de autoridad, para ser reducido a menos que un par o una suerte de sirviente colateral. Efectivamente, el hábito de la responsabilidad personal en el alumno fue liquidada al punto tal, que los educandos de primer grado de hoy, sean éstos eximios o unos lamentables papanatas, no pueden repetir de grado[1], con lo cual, todos aprueban indiscriminadamente de antemano. ¿Quién tiene entonces el incentivo del esfuerzo si todos son premiados por decreto?
Pero avanzando en el escalafón estudiantil, notamos que las cosas tampoco cambian su curso hacia la exigencia, puesto que al facilismo ya mencionado le anexamos el insólito dato de que en la escuela secundaria, en diferentes jurisdicciones y provincias, se fomentó el presentismo, pagándole a los alumnos un subsidio dinerario en dólares[2], como si acudir a clases fuese un premio y no una obligación rigurosa a la que debe someterse todo alumno de esa etapa escolar. Las vergonzosas consecuencias de todo este sistema promotor de la pereza y la irresponsabilidad quedaron de manifiesto como corolario de este decenio en el reciente informe educativo de PISA[3], el cual arrojó datos alarmantes tales como que la calidad educativa del país se ubica en el puesto 59 de entre 65 naciones estudiadas, y que en el rubro relativo a la comprensión de lectura, el país sacó modestos 396 puntos (100 puntos menos que el promedio internacional).
En lo concerniente al ámbito castrense, como se sabe, las Fuerzas Armadas (o lo que queda de ellas) fueron desmanteladas y humilladas a tal extremo, que hoy tiene mayor “prestigio” y remuneración dineraria haber sido secuestrador en el terrorismo Montonero que héroe en el Ejército de la Nación.
La policía no quedó al margen de este igualitarismo discordante. Esta no sólo ha sido basureada con sueldos miserables, sino que la institución fue maniatada so pretexto de desterrar el “gatillo fácil”. Tanto es así, que hoy los miembros de dicha institución ante la menor reacción “desmedida” en pleno combate contra el delincuente, pueden ser ipso facto exonerados y/o acusados de todo tipo de imputaciones penales y demonizaciones morales.
Las sublevaciones policiales
Pero ocurre que tras diez años de permanente bombardeo cultural a favor de la heterodoxia, la inobservancia y la anomia, paradójicamente hoy ni siquiera hay orden en las fuerzas del orden, y por ende éstas se han tomado la atribución irregular de obrar como un sindicato en asamblea y sin subordinarse a superior alguno, excepto a cambio de un conveniente aumento salarial. Va de suyo que la culpa y responsabilidad principal de este desbarajuste es del gobierno nacional y sus obsecuentes Gobernadores, a lo que hay que agregar que como consecuencia de esta indisciplina y ausentismo policial, las calles han quedado a merced de la delincuencia común u organizada, dejando a la sociedad civil en total estado de indefensión y expuesta al riesgo grave tanto de sus bienes físicos como materiales.
Estas “huelgas policiales” trajeron por ende un sonoro desorden, y si bien hay criterios uniformes del periodismo y del grueso de la dirigencia en torno a la inconveniencia política de esta situación, muy pocos parecieron tomar nota de la gravedad cultural a la que estamos asistiendo, dado que el término “orden” ha sido una palabra bastardeada y desacreditada en extremo por el progresismo cultural y sus utopistas asociados, quienes creen que el orden es un “resabio arcaico” bien propio del “oscurantismo inquisitorial”. Sin embargo, el orden es el verdadero guardián de la libertad, la propiedad y el libre mercado. En efecto, el primer requisito esencial para que una sociedad florezca, es que ésta viva en paz, y justamente la paz conforme San Agustín no es otra cosa que “La tranquilidad en el orden”. ¿Y qué es entonces él orden? Es “La recta disposición de las cosas según su fin”, tal como oportunamente lo definiera Santo Tomás.
En efecto, una sociedad próspera y civilizada en la cual cada individuo tiene chances razonables de procurar llevar adelante su respectivo proyecto de vida, no es otra que aquella cuyos individuos pueden vivir en un clima de concordia. En efecto, resulta fácticamente imposible que la convivencia en una sociedad abierta a multiplicidad de expresiones y ambiciones llegue a buen puerto sin un marco jurídico e institucional que bregue justamente por la mentada concordia y así lo entiende el filósofo español Julián Marías, al sostener que “Si no hay acuerdo debe haber siempre concordia. Y como nunca habrá acuerdo entre tantos puntos de vista porque cada uno tiene sus discrepancias y diferencias, no debe olvidarse cuidar la concordia que nos une a todos”[4] . ¿Cabe imaginarse tal convivencia si no hay leyes que ordenen y si no hay instituciones guardianas que tenga la prerrogativa de hacer cumplir esas leyes ordenadoras?
Tan imprescindible es la vigencia del orden como requisito y presupuesto para la existencia concreta de la libertad, que el propio Barón de Montesquieu definió a la libertad como “el derecho de que nadie me impida cumplir la ley” y fue John Locke quien complementariamente señaló que “la libertad no es la licencia, sino que consiste en obedecer la ley natural”.
Simplificando, consideramos que el orden en una comunidad estaría conformado por la existencia de ley estable y perdurable (Estado de derecho) y la efectiva aplicación de la misma (prerrogativa del Estado de ejercer efectivamente el poder de policía). Luego, sólo habiendo un conservadorismo institucional puede haber verdadero progreso social, puesto que la conservación de determinados valores institucionales y culturales (lo cual brinda previsibilidad jurídica) no sólo no se opone al progreso, sino que es el único que lo garantiza. Esto ya lo supo advertir con notable lucidez el Papa Pío XII, quien en su alocución del 28 de febrero de 1957 a profesores y alumnos del liceo Ennio Quirino Visconti de Roma, al exhortar a la conservación y acatamiento de determinadas tradiciones institucionales y culturales, expuso que: “Ello no quiere decir que tal respeto signifique fosilizarse en formas sobrepasadas por el tiempo, sino mantener vivo lo que los siglos han demostrado que es bueno y fecundo. De este modo, la tradición no obstaculiza en lo más mínimo el sano y feliz progreso, sino que es al mismo tiempo un poderoso estímulo para perseverar en el camino seguro; un freno para el espíritu aventurero, propenso a abrazar sin discernimiento cualquier novedad”. Luego, el orden y el progreso serían como el lecho de un río por el cual transita el agua, pero en lugar de agua transita la civilización. Sin el lecho, el agua del río estaría desprovista de rumbo. Lo mismo ocurre con la civilización, ya que al no tender al progreso dentro de un lecho compuesto por un orden jurídico y político estable, en vez de avance genuino habría un desconcertante e impredecible laberinto capaz de arrastrarnos a disímiles naufragios. En suma, orden y progreso se complementan mutuamente con tanta armonía, que el progreso sin orden sería una empresa temeraria, y el orden sin progreso, una quietud petrificante.
En resumidas cuentas, el orden acaba siendo el valor más elemental de la sociedad. Cuando hay orden uno se olvida que lo hay. Cuando no lo hay, surge la necesidad imperiosa de restaurarlo, puesto que la falta de orden supone el riesgo grave de la anomia, el desconcierto y la anarquía, situación traumática en la cual todos los actores en pugna obran como pequeños tiranos que intentan imponer y disputar sin freno alguno sus apetencias entre sí, pero en un clima de guerra civil molecular, situación que fugazmente asomó en tantas ciudades del país en esta semana, durante las pocas horas en que la policía decidió retirarse de sus funciones habituales.
Sin orden no hay capitalismo
Pero lo ocurrido estos días no ha sido un episodio aislado o repentino, sino más bien la consecuencia de una década de incesante promoción del caos y la inestabilidad institucional, la cual atenta contra el buen funcionamiento de la iniciativa privada y la libre empresa, tal como lo revela un reciente informe suministrado por la CEPAL[5] (Comisión Económica para América Latina), entidad de Naciones Unidas que confirma que en el año 2012, Latinoamérica recibió 173.361 millones de dólares en concepto de inversión extranjera directa. Si el flujo de inversiones récord en la región durante 2012 se consideró una ola de dólares, lo de América del Sur en particular fue un verdadero tsunami, ya que recibió de ese monto el 83% de la IED total, es decir que 143.831 millones de dólares tuvieron destino sudamericano. De ese total, Brasil superó diez veces la inversión de la Argentina, quien además estuvo muy por debajo de México, Chile, Colombia y Perú. Es decir, sin compararnos con el primer mundo y tan solo tomando como referencia países de América Latina, la Argentina no sobresale en ningún lado siendo siempre superada por países que si bien quizás sean menos ricos que el nuestro, al estar organizados en un marco de orden (jurídico, institucional y cultural) mucho más rígido que el nuestro, entonces les llueven inversiones de todas latitudes, puesto que por lógica, no existen capitales suicidas dispuestos a desembolsar sus divisas en Estados fallidos o anarquizados.
Restauración urgente
¿Se necesita mucho esfuerzo para que el Estado nacional garantice ese orden hoy ausente? Pues no. Si el actual Estado (que es prebendario, multifuncional, elefanteásico y parasitario) en vez de gastar energías en un sinfín de extravagancias ajenas a sus funciones naturales se concentrara y limitara sólo en incursionar específicamente en materia de salud, educación, seguridad y administración de justicia a la vez que, en el ámbito cultural procurara fomentar en la población el hábito operativo del esfuerzo en vez del hábito de la demanda, el orden hoy perdido podría ser restaurado sin mayores inconvenientes y, por añadidura, una lluvia de capitales locales y extranjeros se sentirían atraídos a invertir en la Argentina, generando a la postre un genuino ambiente de bienaventuranza material y espiritual. Pero para que esto ocurra necesitamos restaurar urgentemente el “orden”, palabra satanizada por el progresismo cultural, el cual a su vez cuenta con el apoyo involuntario no sólo de los prejuiciosos sino de los cultores de la corrección política.
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La Prensa Popular | Edición 255 | Martes 10 de Diciembre de 2013
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