martes, 6 de agosto de 2013
QUEJUMBROSOS
El concurso de los quejumbrosos
Por Nicolás Márquez
No resulta novedoso ni original sostener que la oferta que los políticos le ofrecen al electorado se ha ido envileciendo y devaluando con el correr del tiempo. Mientras antes los principales referentes o dirigentes ofrecían una propuesta ideológica diferenciadora una del otro fundada en paradigmas doctrinarios, andando los años, tanto sea por falta de interés y/o formación académica, el grueso de los dirigentes más modernos lejos de abrevar en el costado científico empezaron a mostrar “diferenciaciones” meramente formales o de estilo. Por ejemplo, un quinquenio atrás los opositores se esforzaban por mostrar mayor “simpatía”, vocación de “diálogo” y toda una serie de premisas amables que buscaban sugerir al votante la “buena onda” del candidato en cuestión, con el fin de distinguirse respecto al oficialismo. Vale decir, en los últimos años el dirigente político dejó de pretender o aspirar a ser un estadista para perfilarse sin disimulos en no mucho más que en una suerte de personaje “macanudo” similar al physique du role de los entretenedores de talk show o animadores de kermesses. Persiguiendo este último objetivo, la nueva camada dirigencial le anexó a su artificial mueca sonriente un discurso fundado excluyentemente en aforismos cordiales y esperanzadores.
Pero tanto sea que la dirigencia tradicional haya mostrado formación doctrinaria o que la generación de políticos más reciente haya exaltado el “modo optimista”, lo cierto es que los políticos siempre han ido intentado mostrar algún atributo o valor agregado en su personalidad, que sirviera como herramienta de persuasión o seducción para con el votante. Pero la erosión no se ha detenido y hoy ya estamos asistiendo a una suerte de concurso no de macanudos sino de quejumbrosos, que disputan entre sí mostrar no alguna virtud sino una insuficiencia. El defecto es definido por la RAE como la “carencia de alguna cualidad propia de algo” o como una “imperfección en algo o en alguien”.
Esta obscena explotación o exhibición de privaciones personales no discrimina en partidos políticos ni en rangos dirigenciales. Ejemplos al respecto abundan. En la última elección presidencial (2011), la UCR nos invitó a sufragar por Ricardito Alfonsín, quien saltó a la fama en el alicaído partido como producto de la muerte de su padre (de notable parecido físico con su vástago). Vale decir, Ricardito comenzó a ganar popularidad por el único mérito de haberse quedado huérfano a los 60 años de edad. Asimismo, fue la muy coqueta Cristina quien comenzó a exhibir su cicatriz en el cuello a modo de extraña gargantilla (tras ser intervenida quirúrgicamente en el costoso Hospital del Opus Dei) y desde entonces nos muestra la herida junto a su infaltable indumentaria negra, haciendo gala y alarde de su sufrida viudez. ¿Mayores méritos tuvieron Juan Cabandié o Victoria Donda que el infortunado hecho de ser hijos de terroristas desaparecidos? Fue Daniel Scioli quien usó y sigue usando con lastimosa habitualidad, el argumento de su accidente deportivo en el cual quedó mutilado en su brazo derecho, como muestra de su “optimismo” superador de contratiempos. Mutatis mutandis, la única forma que al parecer encontró el PRO de poner a un candidato que ande sobre ruedas, fue colocar a todo propósito a Gabriela Michetti encabezando las listas de cuanta elección acontezca, puesto que su conocida discapacidad motriz sensibiliza el espíritu de los compasivos vecinos de la City porteña, quienes la suelen respaldar no tanto por sus proyectos legislativos sino por su desdichada condición.
Al sinfín de casos similares que podemos seguir agregando y detallando, para simplificar sólo nos limitaremos a deplorar el spot bizarro y bochornoso que en estos días nos ofreció el kirchnerismo bonaerense de la mano de Martín Insaurralde, candidato que no se preocupó en mostrarle al votante mayores atributos que su condición de paciente recuperado, al salir a contar propagandísticamente su experiencia personal para vencer el cáncer que tiempo atrás lo aquejó, mostrando viejas imágenes en las que el candidato de Cristina apareció calvo con motivo de la quimioterapia que afortunadamente lo ha recompuesto.
No hay dudas de que el grueso de los dirigentes políticos se caracterizan por su proverbial desfachatez, empero, estos se permiten obrar con esa impune extravagancia como consecuencia del anodino y condescendiente votante medio siempre presto a sufragar en pos de la compasión que le despierta la ocasional carencia del aspirante político. Se busca entonces fomentar en las muchedumbres un primitivo instinto de “solidaridad” para con el quejoso y desamparado oferente.
Es decir, los partidos políticos ya no tratan de mostrar confiables propuestas ni candidatos magnánimos, sino de apelar al “voto lástima” colocando en las boletas electorales a cuanto doliente ande pululando en la militancia convencional. Pareciera ser que el que posee el defecto más impactante estaría destinado a ganar las elecciones.
Finalmente, todo indica que nuestra decadente idiosincrasia ha permutado o reemplazado en sus preferencias la virtud por la carencia, haciendo de la fortaleza y la capacidad un dato indiferente y del defecto una suerte de ventaja comparativa, la cual a este ritmo no tardará en asimilarse o convertirse en un título nobiliario.
(*) El próximo libro de Nicolás en coautoría con Agustín Laje se titula “Cuando el relato es una farsa, la respuesta a la mentira kirchnerista” (prólogo de Carlos Alberto Montaner). Disponible al lector en 15 días.
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