lunes, 31 de marzo de 2014
TARIFAZO
Editorial
Llegó el tarifazo
Según la Presidente Cristina Fernández de Kirchner, lo que les espera a las zonas menos frías del país, puesto que por ahora las provincias patagónicas no se verán afectadas por la quita del subsidio del gas, no debería llamarse un tarifazo sino, como dice otro amigo de los eufemismos, el Ministro de Economía Axel Kicillof, "una reducción de subsidio diferencial" o, mejor, una "reasignación", que suena aún más inocuo. Hablan así no sólo porque son reacios a ponerse a reescribir "el relato" sino también porque quieren convencer a los consumidores de que, durante más de diez años, un Estado generoso los ha colmado de beneficios, pasando por alto el hecho evidente de que todo el dinero que reparte procede de los bolsillos de los contribuyentes que, si bien indirectamente y por lo común sin darse cuenta, costean todos los subsidios.
De todos modos, para muchos usuarios sí se trata de un tarifazo doloroso que los obligará a reasignar sus propios recursos y que por lo tanto tendrá un impacto social y político muy fuerte justo cuando está comenzando a hacerse sentir una recesión que amenaza con profundizarse en los meses próximos. Puede entenderse, pues, que el gobierno se haya esforzado tanto por endulzar la píldora amarga que, le guste o no, la ciudadanía tendrá que tragar. Por lo pronto, el gobierno no se ha animado a dejar de subsidiar, con aproximadamente 4 millones de pesos por día, Fútbol para Todos, pero no extrañaría demasiado que lo hiciera; a juzgar por la reacción popular ante los discursos presidenciales más recientes, la propaganda oficialista está resultando ser cada vez más contraproducente.
Por razones electoralistas, durante la década ganada el gobierno kirchnerista mantuvo absurdamente bajas las tarifas energéticas para los usuarios que, como es natural, se adaptaron a la situación, comprando artefactos y acostumbrándose a un nivel de consumo exagerado que, dadas las circunstancias, era lógico. En adelante, empero, la mayoría tendrá que modificar drásticamente sus hábitos, lo que en muchos casos no será nada fácil. Por lo demás, tarde o temprano los usuarios enfrentarán otro tarifazo, puesto que la electricidad sigue siendo baratísima. Aunque por un rato los porteños, bonaerenses y otros sigan pagando menos que los chilenos, brasileños y uruguayos, no les será dado permanecer fuera del alcance del mercado por mucho tiempo más.
Siempre fue previsible que la voluntad oficial de anteponer los intereses electoralistas del kirchnerismo a las necesidades económicas del país tendría consecuencias desafortunadas. Mal que les pese a los políticos, a la larga los ingresos de la mayoría dependen de la productividad de la economía, no de la bondad de los gobernantes de turno, de suerte que, si bien a veces la negativa a invertir puede significar más pan –y más votos– para hoy, sólo garantiza hambre para mañana. Aunque los dirigentes opositores sospechan que los kirchneristas se habían propuesto construir una bomba de tiempo económica que explotaría en las manos de un sucesor "neoliberal", lo más probable es que realmente hayan creído que su modelo voluntarista funcionaría tan bien como habían previsto los ideólogos del populismo.
Sea como fuere, puede que la "reasignación" de subsidios que acaba de anunciarse sirva para aliviar los problemas de caja que obsesionan al gobierno, pero no será suficiente como para reparar los daños que ha provocado la miopía oficial al sector energético que, privado de inversiones, tardará años en recuperarse. De haber empezado el gobierno a racionalizar poco a poco las tarifas energéticas cuando, a mediados de la gestión del entonces presidente Néstor Kirchner, ya estaba en condiciones de hacerlo, el país no se hubiera visto obligado a gastar miles de millones de dólares importando petróleo y gas a precios internacionales, pero, por desgracia, el gobierno optó por demorar una decisión en tal sentido hasta que, por fin, no le quedara más alternativa.
Así, pues, si bien el tarifazo es claramente necesario, difícilmente podría haber llegado en un momento menos oportuno, ya que el poder adquisitivo de millones de personas se redujo abruptamente en las semanas que siguieron a la devaluación de enero, la inflación continúa cobrando fuerza y muchos sindicatos están en pie de guerra al reclamar aumentos salariales muy superiores al 25% propuesto por el gobierno.
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