sábado, 10 de marzo de 2018
MACRI CONDICIONADO
Temperatura en ascenso: Macri y un peligroso triángulo de las Bermudas
por Hugo E. Grimaldi
Como si fuesen dos caras de una misma moneda, las inspiraciones en política son generalmente buenas consejeras para trabajar para el mediano y el largo plazo, mientras que las ansiedades (sobre todo aquellas basadas en calenturas) sirven más para demoler que para construir.
Hace menos de diez días, en su discurso ante la Asamblea Legislativa, el presidente Mauricio Macri se inspiró lo suficiente como para encontrar el tono exacto, adueñarse de la agenda de género y poner sobre el tapete la discusión sobre la despenalización del aborto, una cuestión más que profunda que su antecesora mantuvo en el freezer durante muchos años.
En tanto, los estados de aceleración, que tienen buen alimento en la llamada paranoia del poder, tienden a hacer parecidos a todos los gobernantes y hasta les hacen olvidar los buenos propósitos, como el debate y el consenso que Macri propició en aquella recordada alocución, el día en que, desde el Congreso, retomó la iniciativa política y sorprendió a propios y a extraños.
Desde el lado de las demoliciones absurdas, casi como para marcar un territorio que nadie parece disputarle al Gobierno desde afuera de la política y lejos del diálogo y el debate que acaba de propiciar, apareció el tironeo con los empresarios, aunque no puede descartarse allí algo de marketing oficialista, necesario para levantar un poco la consideración en las encuestas. Quizás algún asesor pensó que la movida podría mitigar ciertos cantos tribuneros que hasta han tenido eco musical en la mismísima televisión pública.
La puja con los hombres de negocios es algo bien concreto a la hora de encasillar los prejuicios de los argentinos. Por ejemplo, cuando se habla del matrimonio Kirchner son frecuentes las menciones a su epopéyica lucha contra las corporaciones (pantalla para encubrir la búsqueda de hegemonía populista) y está claro que MM pese a que deplora que se lo compare de modo tan liviano repite algunos ritos. Pese a estas especulaciones, llama la atención que, a menos de diez días de aquel bálsamo que resultó el discurso, el político Macri haya vuelto a las andadas. Como si con el gremialismo y con la Iglesia no le bastara, el Presidente forzó la mano contra los empresarios, casi como para demostrar que no es uno de ellos, aunque, de esa manera, se haya metido en el centro de un riesgoso triángulo de las Bermudas.
Tal como Raúl Alfonsín tildó de "mantequita y llorón" a Saúl Ubaldini y Néstor Kirchner afirmaba que los productores rurales "se la pasan llorando", el ministro de la Producción, Francisco Cabrera, usó la misma imagen para desacreditar las recurrentes demandas de la Unión Industrial Argentina (UIA). Es verdad que el tema de la insuficiencia inversora lo tiene bastante alterado al Presidente, más porque conoce el paño que porque pueda suponer que los aportes de empresarios locales salven el delicado momento por el que atraviesa la economía. Y aunque en la Casa Rosada afirman que ellos saben de memoria que buena parte de las demandas sobre costos que horadan la competitividad está en sus manos atenderlas (carga tributaria, tarifas, tasas de interés, logística, etc.), no debería descartarse que en estos días se haya armado el escenario para dejar expuestos a los industriales y moderar así sus demandas.
Un funcionario que sigue en el gobierno porteño después de haber compartido ocho años junto a Macri al frente de la Jefatura de la CABA señaló en una charla informal con este periodista que "ni loco Pancho les dijo dejen de llorar e inviertan a los empresarios sin el aval de Mauricio". De la reunión de Gabinete de dos días después, trascendió justamente que el propio Presidente había felicitado a Cabrera por la mención radial y que agregó que los hombres de negocios son hijos del rigor, ya que se "merecen un (Guillermo) Moreno". Justo habló Macri de los modos del ex secretario de Comercio, cuando el número dos del ministro Nicolás Dujovne salió a polemizar de mala manera con el economista José Luis Espert. No lo admiten, pero si es todo una puesta en escena no deja de ser peligrosa.
En la misma línea de elucubrar estrategias ante la mesa de arena, algunos en el Gobierno creen también que la renuencia a invertir de los locales es algo orquestado, destinado a impedir que se retroceda en la apertura al mundo y para que se cambie la matriz ya arraigada de relación entre las empresas y el Estado, proceso que siempre jugó en contra de los consumidores. Para la fantasía de Macri y de su mesa chica, una lluvia de inversiones que llegue sobre todo del exterior y que genere crecimiento y empleo y empiece a erradicar la pobreza demolería aún más al kirchnerismo, dejaría relegado al peronismo más dialoguista y daría mayores chances de seguir haciendo transformaciones en un segundo mandato.
Desde el llamado círculo rojo le señalan al Gobierno que lo que ocurre que a un plan gradualista se le está contestando con gradualismo inversor, mientras que en la Casa Rosada dicen no entender por qué los empresarios escupen para arriba. Más allá de los eufemismos, de todo esto se hablará el próximo lunes cuando en la Jefatura de Gabinete los industriales hagan un punteo de sus demandas y se empiece a ver cómo atender algo de los que se solicita. Pelea de vuelo corto y tregua estratégica.
Esos mismos prejuicios que tiene la sociedad contra los empresarios los tiene también el grueso de la gente (y muchos medios de comunicación) contra los fondos que los argentinos depositan en el exterior (hay que sumarle algo de desinformación de todos, ya que si los bienes han sido declarados pagan impuestos en la Argentina y no hay delito) y ese flanco lo acaba de aprovechar la senadora Cristina Fernández quien en estos tiempos de violencia se ha revelado en conversaciones privadas como una mujer maltratadora para presentar su primer proyecto de ley.
Como si quienes han sido funcionarios de sus gobiernos o aún su esposo Néstor no hubiesen depositado nunca dinero afuera, el oportunista proyecto de CFK pretende penar a miembros de futuros gobiernos, ya que si alguien presume que va a ser llamado a cumplir tareas en el Estado en puestos de decisión deberá desarmar sus inversiones externas dos años antes.
En cuanto al proyecto de despenalización del aborto, si bien Macri y Cristina están en la misma línea de no avalar la cuestión desde sus más íntimas convicciones, existe una línea divisoria bien clara en el modo en que los bloques de Diputados están manejando la cuestión. Al respecto, llamó la atención que, en el proyecto de ley de las 71 firmas, 38 de ellas (53,5 por ciento) fueran de legisladores del Frente para la Victoria, a quienes nunca se los había escuchado pedirle a su jefa política la despenalización con la enjundia que lo hacen ahora, envueltos en pañuelos verdes. Del lado del oficialismo hubo 19 firmas: 14 de los radicales y 5 del PRO.
La idea que prevalece hasta el momento es que el debate legislativo se enriquezca con todas las posiciones posibles, morales, médicas, religiosas y de género y que todo termine siendo una cuestión de conciencia a la hora de votar, aunque el Gobierno sabe que puede estar jugando con fuego, ya que han empezado a aparecer posiciones radicalizadas que es de esperar no escalen. Hasta ahora, la mayor fanatización se está dando desde el costado de las proabortistas, muchas de ellas mujeres que quisieron copar la marcha del 8M. Dicen, inclusive, que no van a aceptar ningún resultado adverso, ni mucho menos la posibilidad de una consulta popular porque los derechos no se negocian.
Si a este extremo le siguiera otro desde el costado de enfrente con igual grado de intransigencia, podría repetirse en la calle una situación similar a lo sucedido en 1958 cuando se discutía darle la posibilidad de las universidades privadas de otorgar títulos habilitantes, bajo las banderas de la enseñanza laica y libre. Y si la situación finalmente se sale de madre, el propio Presidente es quien quedaría condicionado porque fue él quien propició el debate y en estos casos nunca se sabe para qué lado puede saltar la liebre a la hora de medir la profundidad de la grieta.
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