domingo, 5 de agosto de 2018
HUMOR Y GLORIA
Humor Político
El cuaderno 9
"Todo empezó un viernes sofocante de verano. Como tantas veces, me llamó Baratta..."
El chofer Oscar Centeno
Los 8 cuadernos del chofer cuentan casi todo. Desde las reuniones con empresarios para arreglar negociados hasta el delivery de bolsos, pasando por una original debilidad del ex Ministro Julio De Vido: los helados de Chinin en el partido de San Martin.
En realidad, salvo el detalle de la heladería, todo lo demás es un relato minucioso de lo que ya sabíamos. Nuevas pruebas de viejas certezas.
Sin embargo, falta contestar la pregunta del millón. ¿Por que el chofer Centeno escribió esos cuadernos?¿Acaso pensaba extorsionar a su jefe Baratta? ¿Era un espía de Kirchner para controlar a sus funcionarios? ¿O del mismo De Vido? ¿Era un topo plantado por un servicio de inteligencia para detonar al kirchnerismo en el momento oportuno?
La respuesta, como suele pasar, es mucho más simple. Ayer apareció un nuevo cuaderno escondido en un balde de helado de chocolate con pasas al rhum, en pleno centro de San Martín. Alguien me lo acercó. A continuación, transcribo un fragmento de este noveno texto original de Centeno que ayuda a desentrañar el misterio del chofer y sus cuadernos.
Todo empezó un viernes sofocante de verano. Como tantas veces, justo cuando estaba por irme a casa, me llama Baratta y me dice “Che Centeno, esperame en la puerta del ministerio que tenemos que ir hasta la chacrita de Julio”. Otro viajecito hasta la casa de fin de semana de De Vido.
Había sido un día agotador y yo le había prometido a Hilda que volvería a casa temprano para tomarnos una cervecita fresca en el fondo, abajo del árbol. Veníamos peleados y había que reconciliar. Yo estaba cansado. A la mañana había llevado una valijita desde una empresa distribuidora de gas hasta el depto de De Vido en Avenida del Libertador y después del mediodía tuve que llevar a Baratta hasta la quinta de Olivos con dos bolsos que había pasado a buscar ayer por la casa de un fulano que estaba en el tema de la Ruta 6. Así fue toda la semana, de aquí para allá. Ahora estamos en el Toyota Corolla rumbo a Zárate. Viernes a la tarde, Panamericana, te la encargo. “Me dejás y te vas, Centeno… me vuelvo con alguno de los muchachos”, me dice el Jefe.
Después de una hora y media llegamos. Superada la guardia del country, rodeo con el auto las canchas de polo y enfilo directo hacia la casa del ministro. La famosa chacra está en el country más codiciado del país: Puerto Panal, en Zárate. Cada lote tiene 40.000 m2 y son todas casas grosas. La de De Vido no baja de palo verde largo. “Un par de añitos más y me compro una chacrita como estas, como la ves Centeno?” me dice Baratta. Yo lo miro con una sonrisa por el espejo retrovisor y pienso que en unos añitos el que se va a comprar la chacrita es tu abogado, Baratta.
Cuando llegamos a la casa, como siempre, me bajo primero yo y le abro la puerta a él porque el boludo de Baratta se hace abrir la puerta como si fuera Lord Baratta. “Abrime el baúl, Centeno” me dice y se va rápido a buscar el bolso no sea cosa que yo me adelante y le manotee algo. “Aguantame un ratito y ya volvemos para la Capital” . Baratta me había embocado otra vez ¿Cuánto será un ratito? ¿Una hora? ¿Dos horas? Cuando hay asado suelen mandar un sandwichito de chorizo pero a esta hora pienso que ni deben haber prendido el fuego todavía. Y justo hoy avisé en casa que llegaba temprano para tratar de recomponer con mi jermu. Hilda me mata.
Reclino el asiento para intentar relajarme un poco y aparece otra vez Baratta. “Che Centeno, te me vas a la heladería Chinin en San Martín porque a De Vido se le antojó un kilo de Sambayón Málaga. Toma dos gambas y comprá algo más”. Yo amago decirle que ida y vuelta a San Martín son más de dos horas pero el tipo ni me escucha y me explica que tengo que agarrar la Ruta 9 hasta Camino del Buen Ayre, salir en Debenedetti, seguir por Aristóbulo de Valle hasta la Ruta 4, de ahí hasta la rotonda de la Planta Verificadora y después todo derecho por Balbín hasta la heladería. ¿Para qué me lo explica si este mandado ya lo hice veinte veces? Conozco de memoria el camino desde Zárate hasta la heladería en San Martín y el tipo me habla como si yo no hubiera ido nunca. En el fondo Baratta no me registra. Sólo piensa en la tarasca que llevamos y traemos.
“Mirá que Julio no te come un helado si no es de Chinin” me dice como si Julio hubiera vivido toda la vida en la Costa del Sol y no en Río Gallegos donde si se le antojaba Sambayón Málaga se lo tenía que pedir a Cadorna.
“Dale que llegás justo para el postre y te ligás un buen sandwichito de lomo” me dice Baratta y me golpea el techo del Corolla para que arranque como si en lugar de un auto japonés fuera un caballo.
Después de una hora y media maniobrando por un conurbano que da cada vez más miedo llego a la heladería Chinin. El pibe que atiende ya me conoce. Mientras me arma el pedido me doy el gusto de siempre: un cucurucho de dulce de leche y vainilla en la mejor heladería de la provincia. Un espectáculo.
Saludo a todos, me subo al auto y agarro otra vez la Ruta 4. Al llegar al Camino del Buen Ayre se me cruzan dos autos. Se bajan unos tipos, me encañonan y se suben. “¡¡correte y agachá la cabeza!!” me grita uno mientras el otro maneja. Me sacan el celular, la billetera y los zapatos. Diez minutos después frenan, me empujan del auto y me dejan tirado en una calle de tierra. Soy víctima de la famosa sensación de inseguridad.
El auto no me importa, es del ministerio. Pero el lugar donde caí es morirse. Barrio marginal lleno de pibes descalzos con un basural al fondo. El olor es insoportable. Me acerco a una casa muy precaria. Golpeo. Sale un tipo joven. Le pido un teléfono y se me rie en la cara. “Acá no hay ni agua ni cloacas ni gas y vos pedís… un teléfono!! ¿Querés WiFi también? ¡¡boludo!!” Veo a lo lejos una calle con algunas luces. Camino y llego hasta una estación de servicio. Estoy a salvo. Pregunto por una remisería. Me subo a un auto destartalado. Después de atravesar barrios que no conozco, ya estoy en casa. Agotado. Hilda me putea en cuatro idiomas. Me dice que siempre lo mismo, que está cansada, que me va a dejar.
“Hola Baratta, soy Centeno” le digo al Jefe desde el teléfono de casa y le cuento lo que me había pasado y lo angustiado que estaba. Le digo que ojalá todo lo que está haciendo el gobierno ayude a mejorar la situación porque la gente está muy mal. “Disculpame Centeno, de que carajo me estás hablando? ¿Tenés el helado, Centeno? Julio está esperando” .Yo le trato de explicar que toda la zona del Camino del Buen Ayre está muy fea, que así es todo en el conurbano, que hay mucho por hacer, pero a Baratta no le importaba nada.“ ¿Donde te creés que vivís Centeno, en Beverly Hills? ¿Quien te creés que sos, Centeno? Traeme el helado, Centeno!”
Y así siguieron las cosas durante diez años más. “Centeno, esperame en el auto que tengo un almuerzo, Centeno llevale la valija a De Vido, Centeno prende la radio que habla Cristina, Centeno apagá esa radio que sigue hablando Cristina, Centeno te dijimos chocolate con almendras y trajiste chocolate amargo, Centeno vamos que con Aníbal y Scioli arrasamos, Centeno si gana Macri te van a echar a la mierda, Centeno subí la ventanilla que hace frío, Centeno bajá la ventanilla que hace calor. Centeno te necesito el domingo, Centeno sos un pelotudo…” Yo me la vi venir de entrada. Aquella fatídica noche de los helados salí caminando por mi barrio hasta la Avenida Mitre, levanté la vista y vi una librería que estaba cerrando. Entré. Una jovencita me preguntó que quería y yo le señalé un cuaderno Gloria que estaba en un estante. “¿Algo más?” me dijo ella. “Sí, dame una Bic... azul”.
Así empezó todo. Todavía guardo la Bic. Es igualita a la que usaba Néstor. La que está expuesta en el CCK.
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