jueves, 6 de septiembre de 2018
GOLPEADOS Y GOLPÍSTAS
Los golpeados y los golpistas... ¿todo tiempo pasado fue mejor?
Por Federico Andahazi - 06/09/2018
Los golpes a la democracia y a las instituciones no siempre los protagonizan los mandos militares. La historia de los golpes en la Argentina nos ha dejado una memoria colectiva dolorosa que debe enseñarnos lo que no puede volver a ocurrirnos nunca más.
El golpe del 76 fue sin dudas el más sangriento y cruel. Pero hubo otro golpe que no debemos olvidar de ninguna manera; porque terminó con un gobierno ético como pocos y porque la sociedad civil no tuvo la menor intención de defender a su presidente y a los poderes de la democracia. Me refiero al golpe ruin que derrocó al Presidente Illia.
Arturo Illia tenía unos ojos tristes, un cuerpo hecho de piel sobre hueso y los bolsillos vacíos. A pesar de su contextura magra, no cabía en las espaciosas poltronas de la política. Arturo Illia no encajaba, tampoco, en su tiempo. Estaba hecho con la madera de los próceres del pasado y la visión de los hombres del futuro. Nunca se le hubiese ocurrido la peregrina idea de abrazarse a una caja fuerte. Lo suyo era un maletín de cuero en el que llevaba el estetoscopio, el tensiómetro y la linternita: ese era su tesoro. Más de una vez pagó de su bolsillo los medicamentos que necesitaban los enfermos. Solía comprar las medicinas con su plata mintiéndole a los pacientes que eran muestras médicas de los laboratorios.
En realidad, lo único que recibió de los laboratorios fue la furia por haber estropeado sus negocios millonarios. En una palangana de latón sus pacientes dejaban lo que podían pagarle. Y los que no tenían dinero, podían tomarlo de esa misma palangana. Visitaba a los enfermos a caballo o en bicicleta por los caminos polvorientos de Cruz del Eje. Illia presidió el país con el corazón de un médico rural y atendió a cada paciente con la importancia que se le otorga a un presidente. Siempre tuvo presente que el soberano era el ciudadano común.
En 1977 un terremoto sacudió a Caucete y destruyó principalmente las viviendas más modestas, las de adobe. Fue tan fuerte que se sintió incluso en Buenos Aires. Otro terremoto ya estaba en curso: el que produjo la dictadura militar el 24 de marzo de 1976. Illia tenía experiencia en ambas cosas: en padecer golpes militares y en socorrer a los que sufren. En silencio, sin actos grandilocuentes ni anuncios, Arturo Illia cumplió con su promesa hipocrática atendiendo a los rescatados de entre los escombros y a los pocos días se fue de Caucete con la misma levedad con la que llegan y se van los ángeles.
Illia sabía de golpes militares; de hecho, él mismo había sido derrocado en 1966. Acaso el testimonio más valioso de ese crimen a la República no es el de las víctimas (todos nosotros),sino el de uno de los victimarios que participó del golpe.
Cuando se puso en marcha el golpe militar, el teniente Rodrigo Richieri ordenó a su tropa resistir la asonada y ordenó preparar las armas para defender la constitución. Eran apenas treinta almas contra un ejército de miles. Pero Illia no iba permitir que se sacrificaran los mejores hombres de las fuerzas armadas, los que estaban dispuestos a dar la vida por la constitución. Viendo que aquello iba a ser una carnicería, el presidente ordenó a sus leales que depusieran las armas para evitar la masacre. Así, el General Julio Alsogaray, el Brigadier Otero, el coronel Luis Perlinger y un grupo de oficiales tomaron por asalto la Casa Rosada. Antes de que le arrebataran la presidencia, Illia los invitó a pasar al despacho: -Pasen Señores, La Mesa está servida.
Esa mesa que en manos Onganía fue un banquete para los laboratorios, para las petroleras, para los criminales que habrían de venir en las sucesivas dictaduras. Veinte años más tarde, a Perlinger no le alcanzaban las palabras para disculparse y para aliviar su conciencia. Le escribió a aquel viejo presidente que él mismo había derrocado: “Usted podrá siempre tener la satisfacción de saber que su último acto de gobierno fue el de transformar en auténtico partidario de la democracia hasta a quien lo estaba desalojando con la fuerza de las armas”.
El gobierno de Illia fue coherente con su forma de afrontar la vida: la dignidad y la ética fueron su ley. La primera decisión política de Arturo Illia fue la de legalizar el peronismo y devolverle los derechos. Por primera vez desde el derrocamiento de Perón en 1955 se celebró el acto del 17 de octubre.
Las medidas del gobierno de Illia tocaron intereses muy poderosos. Cambió la matriz petrolera impuesta por Frondizi anulando los contratos que beneficiaban a las multinacionales y oligopolios por ser «dañosos a los derechos e intereses de la Nación»;sancionó la Ley de Salario Mínimo, Vital y Móvil; estableció el Consejo del Salario integrado por representantes del gobierno, empresarios y sindicatos; impulsó la Ley de Abastecimiento y fijó montos mínimos para las jubilaciones y las pensiones. En el plano de la educación, durante la gestión de Illia el presupuesto se multiplicó del 12% al 23% en sólo dos años; puso en marcha el Plan Nacional de Alfabetización y en 1966 se tocó el techo histórico de graduados de la Universidad de Buenos Aires al otorgar 40 mil títulos.
Muchas de las medidas económicas de la gestión de Illia provocaron el repudio de los factores de poder cuyos intereses fueron afectados; pero acaso la sanción de la ley 16.462 marcó el principio del fin de su gobierno. La norma conocida como Ley Oñativia, en referencia al ministro de Salud Arturo Oñativia, establecía una política de control de precios y expedición de medicamentos según la droga genérica. Asimismo, se reguló la publicidad y los desembolsos a los laboratorios extranjeros, y se exigió un análisis de costos que puso en evidencia una brecha del 1.000% entre el costo de fabricación y el precio al paciente. Así, las grandes multinacionales de la industria farmacéutica encontraron en los militares un hombro amigo para llorar las medidas del gobierno que amenazaba recortar sus ganancias obscenas.
Como puede advertirse, tras una somera enumeración de actos de gobierno, la administración de Illia no fue tibia, ni lenta ni perezosa como quiso presentarla el poderoso y variado arco opositor compuesto por voceros de empresas extranjeras, militares, conservadores de distinto pelaje y sindicalistas.
A pesar —o mejor, a causa—de haber hundido el bisturí en lo más emponzoñado de la anatomía argentina con la firme decisión de extirpar aquel nódulo de prebendas y corrupción, Illia fue caracterizado como un anciano irresoluto, incapaz de conducir los destinos del país. Se desató entonces una campaña de prensa tenaz y organizada, mientras en el plano político, la CGT fue la punta de lanza al poner en marcha el «Operativo Tortuga», consistente en caricaturizar al presidente con una caparazón y una expresión morosa y timorata.
Los periodistas Mariano Grondona y Bernardo Neustadt exigían la intervención de los militares con el fin de terminar con el «desgobierno».Los gobiernos más conservadores fueron sumamente rápidos para poner en práctica políticas retrógradas y ágiles para resucitar cánones morales medievales.
Nuestro recuerdo a Don Arturo Illia y nuestro rechazo más profundo a los golpistas
de siempre.
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