martes, 20 de enero de 2015
MILITANCIAS PARALELAS
Conviene ver el tema de la militancia a la luz de un problema serio que, en términos generales, llamamos revolución o subversión cultural. La revolución cultural es como un castillo (símil de nuestra propia alma) que ha sido tomado, vencido, y gobernado por el enemigo quien ingresó allí en un caballo de Troya.
El ideal revolucionario tiene claras estrategias y métodos, todos en plena vigencia y utilización —vinculados a medios de comunicación, educación, lenguaje, sentido común— pero tiene sobre todo un claro fin que es ganar nuestra alma.
Y aquí ya empiezan las distinciones: ganar nuestra alma, sí, pero sin que ella sea arrebatada, sino que seamos nosotros quienes se la entreguemos. Podemos pensar con categorías anticristianas, aún sin saberlo.
Es el ideal revolucionario metido en nuestro propio corazón, en nuestra manera de pensar, en nuestros afectos, en nuestros criterios. Es como un cambio desde adentro. La revolución cultural logra, como dice Gambra, una rendición sin lucha.
La revolución cultural anticristiana ha mantenido en claro que la principal guerra es espiritual, por las almas, por el poder del mundo. Es una guerra de fondo, pero cambiando las armas, las estrategias, el escenario. Es la que nos puede hacer practicar el mal, creyendo que hacemos el bien. Porque hace que obremos, sintamos, pensemos como quiere la ideología, pero desde adentro, como programados.
Es razonable desconfiar de las propias categorías mentales y acá es donde cobra más fuerza aún la guía de los maestros.
La traición al verbo, la perversión del lenguaje, el no llamar a las cosas por su nombre tiene una raíz teológica, pero también es una de las principales estrategias de la revolución. La revolución anticristiana ha arrebatado el sentido de las palabras dejando el sonido. Han violado sistemáticamente las palabras. ¿Qué significa amor, paz, autoridad, política, en los labios de un revolucionario?
En la concesión liviana al sentido pervertido de las palabras hay o puede haber ya un indicio de que la revolución se nos está ganando en el alma. Hablamos como pensamos, pero vamos pensando como hablamos. El lenguaje es, en la revolución, el modo privilegiado de manipulación del pensamiento. Nosotros hemos aceptado las reglas de juego, hablamos el lenguaje del enemigo (como si las palabras fueran etiquetas). Una de esas palabras es militancia.
El marxismo usa el término militancia, apelando extrañamente a un lenguaje castrense. Mostrando una vez más una contradicción evidente, predican el desorden pero están perfectamente alineados (en todos los sentidos), repudian las armas pero están repletos de artillería, desprecian el lenguaje militar pero hablan de formación, de comandante, de lucha, de militancia. Existe entonces una distinción que es urgente hacer, y un término que es preciso rescatar: militancia.
Como los pedagogos recomiendan dar ejemplos, vamos a hacer, a efectos didácticos, un breve paralelismo en torno a este término, o —mejor dicho— un breve antagonismo, entre el verbo y su caricatura. Este paralelismo intenta ser riguroso en lo doctrinario y no un mero juego de contraposiciones. Distingamos entonces, para reconocer la verdadera militancia, entre Los caballeros de Cristo y los pibes de La Cámpora.
1) El camporista se apoya en una base dialéctica, marxista, piquetera; la serenidad y el orden le resultan insoportables. Crece y se desarrolla sobre el conflicto y la contradicción. El militante cristiano distingue paz de pacifismo, ama y anhela la paz, pero sabe que no hay paz sin orden ni justicia. El militante marxista milita porque busca el desorden, el choque, la oposición. Todo esto es principio y fundamento del movimiento marxista. El militante cristiano combate porque añora y ama la paz, la paz verdadera.
2) La Cámpora trabaja para el orden social marxista, o el desorden social marxista, es decir su meta es Cuba o Venezuela. Los soldados de Cristo trabajamos para el Reino, nuestro anhelo es la Cristiandad y al fin de cuentas el Banquete Celestial. El socialista habla del cielo (si le conviene, como el saludo cristínico al Papa) para afirmarse en la tierra. El soldado cristiano trabaja en la tierra para ganarse un lugar en el cielo.
3) El pibe de La Cámpora cree que hacer política es ganar elecciones esencialmente fraudulentas, perpetuarse en el poder, manipular al hombre de bien, disponer de fondos. Para el militante cristiano, hacer política es procurar el bien común natural, y ordenarlo al bien común sobrenatural.
4) Para La Cámpora, militar es acumular poder, torcer voluntades, manipular decisiones, recibir medallas y doctorados. Para el cristiano militar es servir, la jefatura es servicio, el señorío es humillarse al último lugar para el reconocimiento y al primero para los riesgos y la contienda. Por eso, modelo de militante marxista es N. K. con fama de cobarde desde la década del ‘70 y repudiado hasta por los mismos montoneros coherentes. Y modelo de militante cristiano es el Perro Cisneros o el Teniente Estévez, muertos por ocupar libremente el primer lugar en el puesto de combate.
5) El pragmatismo y el testimonio. El militante marxista cifra su acción en el pragmatismo como fin último y por eso es maquiavélico. La ideología debe imponerse, como sea. El militante cristiano sabe que su acción es esencialmente testimonial, que no se trata de vencer sino al menos de combatir, que el enemigo no se mide por la cantidad sino por la maldad que representa y encarna. El camporista dice que hay que llegar al poder y mantenerse en él, cueste lo que costare. El militante cristiano dice que hay que salvar el alma, cueste lo que costare. Decía al respecto Santiago de Estrada: La pureza del caballero es un requisito para participar del Misterio y su fortaleza es el fruto de tal participación. La Sangre es ineludiblemente uno de los elementos que dan testimonio de la Verdad.
6) Se combate por dinero (o algún equivalente) o por amor. El honor de Cristo Rey no puede tener precio, o en todo caso, el precio es nuestra vida. ¿O le vamos a dar menos? El militante cristiano debe preguntarse antes de salir, por qué y por Quién. El camporista se pregunta por cuánto, porque sus amores tienen precio y condición. La prostitución generalizada en la que vivimos no se soluciona cerrando solamente los prostíbulos.
7) El camporista cree que militar es sobornar masas, recolectar aplausos y llenar micros, todo en un frenético activismo. El militante cristiano sabe que en cada amanecer lo espera el combate más duro y el primero que es el interior. El camporista tiene un insuperable perfil histriónico. Valga como simple ejemplo el desempeño de la principal camporista: ella. El militante cristiano percibe a cada momento la gravedad del vencerse a sí mismo. Y por eso entiende la militancia con temor y temblor, porque sabe que en el silencio, frente a Dios, se libran los combates más duros.
8) Base social y demagógica o teológica y mistérica. No se es militante porque despreciables urnas de este sistema perverso unjan al elegido ni porque el pueblo amorfo, fruto del liberalismo, lo aclame. Se es militante porque no hay paz sobre la tierra hasta que Cristo reine, se es militante porque al salir el sol entrarás en un campo de batalla, como decía Marechal; en fin, se es militante porque como dice la Palabra Divina, milicia es la vida del hombre sobre la tierra. Para el camporista la militancia viene por unción popular, para el cristiano por mandato divino.
9) El camporista levanta la bandera ideologizada de los derechos humanos. Bandera que ha resultado muy redituable económicamente, un excelente medio para la revolución cultural y el modo marxista de perpetuarse en el poder. El militante cristiano levanta la bandera de los derechos divinos. Hoy más que nunca, Dios es el gran ofendido, Nuestro Señor, como otro viernes santo, es el Gran Ultrajado. Y si bien con un soplo reduciría a polvo a los infames ha querido necesitar de nuestros brazos para el combate.
Guerrea por el Señor y el Señor guerreará por ti. Somos nosotros los que tenemos el tesoro de la verdad. ¿Cómo dueños? No, como testigos. ¿Cómo dueños? No, más que eso. Como hijos. Por eso, insistimos, no entregamos nada, ni los términos. O dicho mejor, no entregamos nada, empezando por el verbo.
Jordán Abud
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