sábado, 3 de enero de 2015

PANORAMA POLÍTICO ENERO 2015

Panorama político nacional delos últimos siete días Macri, Massa, Scioli: triángulo de cuatro A lo largo de las rutas bonaerenses (en primer lugar, la autovía a la costa), se destacan los carteles de fondo naranja con una única palabra en el centro: “presidente”, en mayúsculas y sin compañía de foto ni de apellido que, por otra parte, serían redundantes: ya nadie ignora que el naranja identifica a Daniel Scioli. La discreta publicidad del gobernador-candidato es, si se quiere, una manera sutil de distinguirse del kirchnerismo duro, dejando que sean los adversarios los que subrayen las diferencias, mientras en las redes sociales un sello que se define como Peronistas Católicos anuncia la llegada del Justisciolismo en 2015. La propia Presidente protestó contra “el marketing” y alegó que “la patria es algo más que un color o una campaña” reclamando –sin dar nombres, es cierto, aunque también en ese caso la alusión era obvia-: “Queremos que nos expliquen cuál es su proyecto”. “Reelegir el proyecto” y condicionar a Scioli A gusto o a disgusto, el núcleo K más recalcitrante parece resignarse paulatinamente al hecho de que el gobernador bonaerense será en definitiva- elecciones PASO mediante- el candidato presidencial del oficialismo y concentra sus esfuerzos en acotarlo, en condicionar su acción futura para el caso de que gane las presidenciales de octubre. Elegirle los candidatos que lo acompañen en las listas es uno delos procedimientos elegidos. El otro –rasgo de ingenuidad, si se quiere-, imponerle un programa. “Un proyecto”, como demanda la señora de Kirchner. El sábado, en La Nación, el flamante senador (y procesado exjefe de gabinete) Juan Manuel Abal Medina, lo explicitó sin medias tintas: “Nosotros tenemos que garantizar la continuidad del proyecto. Y esa continuidad creo que se da forzando a que algunos se dejen de vagar en esa nube de indefiniciones y frases hechas”. ¿Se refería a Scioli? Efectivamente: “La plataforma de Scioli tiene que ser la misma que la de los otros candidatos del FPV. Si Scioli fuera presidente, estaría obligado a cumplirla.” Más allá del candor de politólogo, Abal Medina expresa la pretensión de condicionar al candidato indeseado y exhibe la voluntad del kirchnerismo duro de obstaculizar otras convergencias que se insinúan en el horizonte. Convergencia de adversarios Dilma Roussef empieza a experimentar en Brasil reticencias de la misma especie, que se manifiestan en su propio partido. En el seno del PT se observa con sospechas la corrección de rumbo que la Presidente encara para que Brasil pueda integrarse a las tendencias centrales del mundo, ganar productividad y competitividad, atraer inversiones y darle sustentabilidad a una política de desarrollo. Para desplegar esa plataforma (que no necesariamente coincide con su programa electoral, pero que tiende a interpretar las pulsiones del conjunto de la sociedad brasilera), Dilma encuentra oídos más receptivos en algunas fuerzas políticas adversarias que en sectores de su propia fuerza. Esa historia puede repetirse en versión argentina, donde las encuestas descubren la esperanza de una mayoría de la opinión pública en alguna forma de convergencia entre fuerzas que hoy se presentan como competidoras. Más allá de la amargura que eso provoque en el entorno K, la candidatura de Scioli avanza firme en el oficialismo y hasta consigue adhesiones de líderes camporistas con cierta base electoral en el territorio. Desde fuera del oficialismo ese fortalecimiento también es registrado (y estimulado). Massa, ¿el tercero excluido? Mauricio Macri, por ejemplo, viene de afirmar que se ve disputando con el gobernador el ballotage de las presidenciales: “Veo una segunda vuelta entre la propuesta de cambio del PRO y el oficialismo representado por Scioli – dijo- Lo veo más firme al gobernador que a Sergio Massa”. Es probable que tanto el jefe de gobierno porteño como Scioli prefieran competir entre sí y aplicarle a Massa el principio del tercero excluido. El líder del Frente Renovador los incómoda a ambos: a Macri le disputa parte del electorado independiente (tanto como la simpatía de la estructura partidaria der la UCR) y a Scioli le rebana un fragmento significativo del voto peronista. Tanto para Scioli como para Macri, Massa se presenta como el rival más difícil en una segunda vuelta, ya que estaría en condiciones de capitalizar la mayor porción del electorado de cualquiera de ellos que hubiese quedado afuera en la primera ronda: De las tres candidaturas presidenciales, la que más ha crecido en los últimos meses de 2014 es la de Mauricio Macri. Aunque su trepada en las encuestas no le permite por el momento superar la posición de Scioli ni a Sergio Massa, su tasa de incremento es mayor que la de ambos. Está claro que hoy el jefe de gobierno porteño ha conseguido disolver casi totalmente reparos de fuerzas importantes que en comicios anteriores lo caracterizaban como “un límite” infranqueable. Parece claro que un amplio segmento del radicalismo, Elisa Carrió y hasta Luis Juez -el mejor aliado cordobés del socialista Hermes Binner- se preparan para formar parte junto a Macri del mismo espacio electoral y se predisponen (o toleran, la diferencia es un leve matiz) a llevar al jefe del Pro a la cabeza de sus boletas. Macri: la gestión como vidriera Con paciencia y tenacidad, y sostenido por su gestión en la ciudad de Buenos Aires (rica vidriera ante el país interior), Macri se presenta como el mejor candidato posible del llamado “noperonismo”. Es decir, el único en condiciones verosímiles de derrotar a los candidatos surgidos del amplísimo espacio justicialista. Más allá de las alianzas que consiga tejer, el Pro logró erigir fuerza propia en varios distritos numerosos, además de su obvia hegemonía en la capital federal. El problema todavía no resuelto por el macrismo (y con él, por todo el arco noperonista) es uno decisivo: carece hasta ahora de una candidatura potente y de estructuras sólidas en la provincia de Buenos Aires, “la madre de todas las batallas”, el distrito que, con un décimo del territorio nacional, contiene a 4 de cada 10 votantes del país. El peso electoral bonaerense ha sido comparado con la gravitación conjunta de los estados de California, Texas y Nueva York en los comicios estadounidenses. La gestión porteña siempre ejerció influencia sobre la provincia. Dos de cada tres gobernadores bonaerenses nacieron en la Capital y casi todos ejercieron la actividad política desde allí. El peso de la administración capitalina –particularmente sobre el electorado del primer cordón del conurbano, que presenta muchas analogías con el de la ciudad de Buenos Aires- es verificable, pero esa parece una plataforma insuficiente para sostener la candidatura presidencial de Macri en el distrito bonaerense si no va acompañada por una postulación atractiva para la gobernación. La madre de todas las batallas ¿Se puede llegar a la presidencia sin triunfar en la provincia de Buenos Aires? Esa circunstancia sólo se dio una vez en la historia y ocurrió casi exactamente un siglo atrás. En 1916, Hipólito Yrigoyen – cuyo liderazgo partidario se asentaba, precisamente, en el comité radical bonaerense- pudo llegar a la Casa Rosada pese a que la UCR fue derrotada en su provincia. Don Hipólito no tardó demasiado en corregir esa anomalía: en 1917 intervino el distrito, los radicales eliminaron el hasta entonces invicto predominio conservador y adecuaron la administración de la provincia a la línea del gobierno central. Además de la significativa carencia bonaerense, el otro punto opaco que presenta el Pro por estos días es el de su liderazgo. Macri concluye su etapa como jefe de gobierno (no puede reelegirse) y la candidatura a la sucesión no sólo es muy importante porque, según las encuestas, tiene el triunfo virtualmente garantizado y con él el manejo de la administración porteña, sino porque, en un partido tan identificado con el concepto de gestión, el que conduce la administración se vuelve de hecho la máxima autoridad partidaria. A menos que Macri llegue a la presidencia del país, la candidatura a jefe de gobierno porteño es también una disputa por la futura conducción del partido. Esa circunstancia es lo que torna relevante la pulseada entre Horacio Rodríguez Larreta y Gabriela Michetti, a quien el entorno de Macri ha intentado hasta ahora infructuosamente convencer de que desista de competir en las PASO (las encuestas pronostican que ella las ganaría). Se trata de una interna que tendrá consecuencias sobre la Capital y sobre la proyección del candidato presidencial que más ha crecido en las últimas semanas. Una interna a cielo abierto Con Macri como tercero en discordia, Massa y Scioli librarán a cielo abierto una interna tras cuyo vencedor seguramente terminará alineándose el peronismo. Ambos tienen esa raíz (por eso el no peronismo considera secundarias e irrelevantes sus diferencias y los observa a ambos como filiales de la misma firma: la que Juan Perón dio a luz 70 años atrás). Los dos tienen, además, su punto fuerte en la provincia de Buenos Aires, un distrito política y económicamente subrepresentado (que alberga al golpeado conurbano, con sus legiones de marginados y sus incrustaciones de narcotráfico) que sigue siendo, más que nunca, la clave de la organización o la desorganización nacional. Con lo que le quede de sus estructuras como “partido del gobierno central” y con lo que deje sembrado al próximo poder, el kirchnerismo pretende obstruir las convergencias que podrían facilitar el cambio de ciclo y el salto desde lo vicioso a lo virtuoso. Un nombre surgirá como triunfador tras los comicios de este año y en diciembre será impuesto de los atributos del gobierno. Pero la tarea a asumir no será misión para un hombre solo. Jorge Raventos

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