martes, 9 de diciembre de 2014

PRESOS REVOLUCIONARIOS

Presos revolucionarios por Carlos Salvador La Rosa Hay momentos en que las ideologías, cuando se trasladan al mundo real con amplias dosis de soberbia, ignorancia y fundamentalismo, sólo sirven para oscurecer cosas que deberían ser muy claras. Esto viene a cuento por los debates que cada dos por tres aparecen en la Argentina acerca de cómo debe establecerse la relación con los presos. Tiempo atrás se generó un inmenso lío con la aparición de "Vatayón militante", un grupo partidario que liberaba presos para llevarlos a espectáculos públicos, o que unía al director de la cárcel con los internos en una misma murga. Ahora algo similar apareció con el fallo por el cual se establece que los presos deben trabajar y percibir un salario con vacaciones, aguinaldo y tutti frutti. Ni la Constitución ni en general la sociedad piensan que los presos deben ser torturados. La gran mayoría cree, además, que trabajar o estudiar es mucho mejor que permanecer ocioso durante el tiempo de reclusión. Tampoco nadie se opondría a que tuvieran algún tipo de entretención. Pero sin embargo, la forma en que se lo presenta en la Argentina divide aguas. Por ejemplo, ya están los que no quieren llamar más presos a los presos porque lo suponen un estigma y entonces los llaman "trabajadores privados de la libertad". Todas estas tonterías surgen de personas con lecturas apresuradas del gran filósofo francés Michel Foucault, del cual no podemos en una columna explicar sus teorías pero que, en términos muy sintéticos, suponía que el poder no nace arriba (en los emperadores, reyes o presidentes) sino abajo. Que es en lo más bajo de las instituciones sociales donde los poderosos van dominando al resto de los ciudadanos acumulando su poder: en los confesionarios aprendiendo los secretos íntimos de la gente, en los hospitales haciendo experimentos con los enfermos. En las cárceles ejerciendo sobre el cuerpo de los presos las formas de dominación. Los ideólogos argentinos han leído eso como que tanto los enfermos mentales como los presidiarios son, entre muchos otros, víctimas de un sistema que los usa de conejitos de India para ejercer su poder. Si a Foucault se le suma un poquito de Marx también mal leído, se llega a la conclusión de que los presos, al ser explotados por el poder, al ser sus víctimas, tienen un potencial liberador, revolucionario, dentro suyo, porque son los que ponen en evidencia los vicios del sistema de dominación. Es así que quienes piensan de ese modo ven en los reclusos o en los enfermos o en los minorías sexuales o incluso en los alumnos de las escuelas, a víctimas que si se las defiende son capaces de cuestionar al sistema como antes lo hacía la clase obrera o los intelectuales revolucionarios. Esos pensamientos llevados a la realidad son los que generan los desencuentros. No se trata de devolverles la dignidad a los que se la han quitado sino de verlos como agentes de cambio. De allí que al preso haya que convertirlo en un "trabajador", a las minorías sexuales en las líderes de los nuevos movimientos sociales, a los enfermos en dirigentes de los hospitales. Y con los alumnos, más que educarlos, de lo que se trata es que los profesores aprendan de ellos buscando en el interior de los chicos el potencial cuestionador que supuestamente poseen. En síntesis, no se trata de producir reformas en las instituciones con alta dosis de autoritarismo, lo que es compartido por casi todos, sino de poner a los reprimidos a hacer política, a convocarlos como los sujetos de una revolución más imaginaria que real. Un disparate imposible, además, de ser entendido por la mayoría de los comunes mortales.

No hay comentarios: