sábado, 21 de septiembre de 2013

GALAXIA

Panorama político nacional de los últimos siete días Ilusiones en la galaxia panradical Aunque el panorama que sugieren las encuestas y las previsiones de la mayoría de los analistas parecen coincidir en que la puja por la presidencia que se abrirá apenas se conozcan los resultados electorales de octubre tendrá como protagonistas a figuras del peronismo, en el espacio panradical (UCR, socialistas, diáspora de la Coalición Cívica y fuerzas menores que también pueblan esa galaxia ajena al Justicialismo) se empieza a soñar con una nueva oportunidad. En 1983 Raúl Alfonsín quebró la convicción generalizada de que el PJ era invencible en las urnas y lo derrotó en comicios inobjetables. El peronismo, que había transformado aquella convicción en signo de identidad y se imaginaba mayoría natural del país, sufrió un fuerte impacto del que sólo pudo recuperarse a través de una crisis y una renovación que tuvo como protagonistas a Antonio Cafiero, José Manuel De la Sota, Carlos Menem, Carlos Grosso. La UCR, que antes de Alfonsín parecía resignada a un rol de eterna escolta, vigía del orden institucional, control y muleta del poder electoral peronista, con él adquirió confianza, cambió su actitud y se dispuso a pelear por el gobierno. Aprovechó la ventaja que le otorgaba un PJ siempre masivo, pero anquilosado en las ideas y más confiado en los métodos y aparatos tradicionales que sensible para percibir los cambios que se estaban procesando en la sociedad. El handicap que ofrecía el anacronismo de aquel PJ presidido por Vicente Leónidas Saadi no habría tenido consecuencias mayores sin la voluntad de poder y la capacidad para surfear la ola de la opinión pública que puso en juego Alfonsín, virtudes que le permitieron liderar no sólo a los radicales, sino a una franja más amplia de la sociedad. Hacia fines de los años 90, la fractura de la coalición que había sostenido la presidencia de Carlos Menem durante dos períodos les daría una nueva oportunidad a las fuerzas no peronistas. Menem ya había perdido a Domingo Cavallo, uno de los pilares de su primer gobierno y Eduardo Duhalde encarnaría la resistencia de buena parte del PJ a la continuidad de la política presidencial que ya contaba con resistencias de una porción significativa de la opinión pública. El enfrentamiento entre Menem y Duhalde abría las chances para el no peronismo. Pero el radicalismo ya no estaba en condiciones de representar esa alternativa en soledad: había sufrido el desgaste del gobierno de Alfonsín y de su abandono anticipado del poder, acelerado por una formidable hiperinflación. Y, desde el progresismo, se recordaban menos los juicios que él impulsó a los jefes del Proceso militar de los años 70 que las leyes con las que había tratado de aliviar las tensiones con el conjunto de las fuerzas armadas. Se le facturaba además el Pacto de Olivos, que abrió las puertas a la reelección de Carlos Menem en 1995. Pese a esas debilidades partidarias, Alfonsín urdió una estrategia y dibujó los planos de la Alianza (nombre completo: Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación) que terminaría catapultando a otro radical a la Casa Rosada: Fernando de la Rúa. Magullado el radicalismo por aquellas imputaciones que se le hacían al eclipse de su gobierno, Alfonsín envolvió la Alianza en papel progresista para regalo. Para eso estaba el Frepaso, una fuerza heterogénea, mezcla de setentistas de distintos orígenes y personalidades independientes que expresaban quintaesenciadamente a la opinión pública y a la opinión publicada de aquellos años. Un hombre del Frepaso acompañaría a De la Rúa en la fórmula presidencial: Carlos Chacho Alvarez: sólo lo hizo por un trecho, ya que dejó su cargo antes de que el Presidente abandonara el suyo, en medio de otra crisis agudizada por la renuncia del vicepresidente. Más allá del fin abrupto del gobierno aliancista, lo que interesa a los estrategas panradicales de la actualidad es el análisis de las condiciones que permitieron su existencia y su triunfo. Sin duda la oportunidad estuvo a mano por la brecha abierta entre el Presidente Menem y el candidato del PJ, Eduardo Duhalde, las dos figuras más fuertas del peronismo en ese momento. Por esa grieta se filtró la Alianza y pudo triunfar. Duhalde consiguió frenar el ánimo re-reeleccionista de Menem. Pero quedó disminuido para usufructuar personalmente ese triunfo. Desde la presidencia, Menem facilitó a los gobernadores peronistas que independizaran su suerte de la del candidato presidencial, de cuyo atractivo electoral la mayoría de ellos desconfiaba. La mayoría de los gobernadores adelantaron los comicios locales y Duhalde no pudo contar con esos aparatos para su disputa con De la Rúa. El panradicalismo aliancista se hizo con la victoria. Con esos antecedentes a la vista, los estrategas de las fuerzas no justicialistas sueñan con que las tensiones entre Sergio Massa (el seguro gran protagonista de las elecciones parlamentarias de octubre) y Daniel Scioli (la figura de mejor imagen pública del justicialismo que todavía no abandonó el Frente para la Victoria) se agraven y que el peronismo encare dividido la marcha hacia las elecciones presidenciales, que el calendario fija para el año 2015. Scioli y Massa, en cualquier caso, no deciden en el vacío ni son los únicos jugadores en esa partida, aunque aparezcan como los decisivos. Hay otras personalidades con aspiraciones legítimas (José Manuel De la Sota, sin duda, desde el peronismo no-K; Juan Manuel Urtubey, José Luis Gioja, Jorge Capitanich, Sergio Uribarri, entre los gobernadores que se mantienen en la coalición oficialista), jefes territoriales e intendentes que harán oir su voz y presionarán en algún sentido sobre uno y otro a la hora de definir la movida del peronismo pàra las presidenciales. No hay que descartar la capacidad de daño que pueda ejercer el kirchnerismo crepuscular, aún en condiciones de retirada. La Casa Rosada pretende mantener el manejo de los recursos financieros contra viento y marea, porque en la estrategia de su “éxodo jujeño” no sólo incluye cargar a la cuenta del futuro gobierno un gasto expansivo que se financia con reservas y deuda pública, sino también el estímulo financiero a las fuerzas propias con las que proyecta una futura (quimérica, si se quiere) “contraofensiva victoriosa”. En esa estrategia, emulando la jugada de Menem ante Duhalde, el kirchnerismo crepuscular jugaría para evitar que el próximo presidente sea un peronista, según el principio de que perder el gobierno es mal, pero peor sería perder también el partido. El panradicalismo tiene para regocijarse con las fisuras y agujeros negros de la constelación peronista, pero las dificultades ajenas sólo son un aspecto de sus posibilidades. Lo principal es la arquitectura propia. Y allí todavía reina el desorden. En principio, parece haber demasiados aspirantes. En algunas ocasiones la abundancia es un perjuicio. Por el lado radical están a la vista Julio Cobos, fuerte en Mendoza y próximo a adjudicarse una victoria rotunda en su provincia, y el senador Ernesto Sanz, también mendocino, senador nacional, hábil tejedor y bien respaldado en sectores de poder. Si bien el radicalismo cuenta con dos figuras importantes el punto de vista de la extensión nacional de su estructura partidaria, el socio más importante del panradicalismo, el político de mejor imagen de ese espacio (y quien puede exhibir mayor gestión ejecutiva en un campo donde abundan los parlamentarios, no los gobernantes) es un socialista, Hermes Binner. Si bien el socialismo es prácticamente una fuerza local santafesina, Binner cuenta con títulos para aspirar a encabezar una fórmula del sector panradical. Y, claro está, hay que contar con Elisa Carrió, que mostró su capacidad para rehacerse de una fuerte caída (la de su última candidatura presidencial) para aproximarse ahora a la posibilidad de vencer en la Capital Federal, simultáneamente, a dos oficialismos, el nacional y el porteño. El espacio panadical, si quiere aprovechar la eventual chance que puede regalarle una fractura peronista en las futuras presidenciales, debe ordenar primero su propio patio, contener y encauzar ambiciones y trazar una plataforma plausible que todas sus fuerzas estén en condiciones de compartir. Esas tareas no son soplar y hacer botella. Ultimo detalle: el espacio no peronista tiene otro actor relevante: el Pro. Mauricio Macri dejará su cargo de jefe de gobierno y ya anuncia que esta vez sí se postulará a la presidencia. ¿A quién beneficiará una candidatura solitaria de Macri? ¿A quién le restará fuerzas? ¿Conseguiría sus votos (los que sean) de quienes potencialmente apoyarían una fórmula panradical o de quienes se inclinarían por algún candidato peronista? A un mes de los comicios parlamentarios, parece un ejercicio vano pensar en las presidenciales, que el fixture electoral fija tan lejos. Sin embargo, hace semanas que quienes se imaginan como candidatos a la presidencia piensan y actúan con el ojo puesto en esa competencia. ¿Gente apurada o gente previsora?. Jorge Raventos

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