martes, 21 de mayo de 2013

ESQUIZOFRENIA K

Kirchnerismo esquizofrénico Por Agustín Laje (*) La esquizofrenia es una enfermedad mental que supone graves trastornos en la percepción y expresión de la realidad. Su raíz etimológica proviene del griego clásico como una conjunción de schizein, cuyo significado es “romper”, y phren, cuyo significado es “entendimiento” o “razón”. Alejado del famoso aserto “La única verdad es la realidad” atribuida muchas veces a Perón, pero que en realidad pertenece a Aristóteles, el kirchnerismo prefiere −y le conviene− adscribir a la idea de que “La verdad es una metáfora”, como supiera sentenciar Friedrich Nietzsche. El kirchnerismo esquizofrénico piensa que con metáforas o, dicho de una manera más popularizada, con “relatos”, basta y sobra como para moldear con eficacia la realidad. Hay una creencia muy arraigada en todo el espectro kirchnerista de que la realidad, en todas sus dimensiones, resulta de una construcción del discurso, postura ontológica en boga, característica de las corrientes filosóficas postmodernas y, más precisamente, distintiva de los teóricos del discurso como Ernesto Laclau. De allí que la disputa contra las voces contrarias sea, en última instancia, una disputa por el control sobre la realidad misma. En este orden de ideas, la esquizofrénica lógica del kirchnerismo opera en los siguientes términos: aquello que no se dice no existe en la realidad, y aquello que se dice con vigor suficiente es capaz de adquirir existencia real, toda vez que la realidad se construye desde el discurso. A nivel individual, sería algo así como creer que ignorando el cáncer éste se cura, o que cacareando sobre las virtudes del consumo desproporcionado de alcohol nos evitaremos una resaca a la mañana siguiente. Si tuviésemos que ponerle fecha al comienzo de la esquizofrenia kirchnerista, ésta sería el martes 13 de mayo de 2008, cuando en la Librería Gandhi se lanzó Carta Abierta con el expreso objetivo de contribuir a que “el Gobierno encuentre su propia inspiración metafórica” y logre “imponer su relato”. Nótese que el grupo de intelectuales-alcahuetes en cuestión no encontraba motivación en, por ejemplo, contribuir al desarrollo de políticas públicas para la transformación efectiva de la realidad. Como buenos esquizofrénicos que son, esgrimían que sus esfuerzos serían dedicados a la construcción metafórica, es decir, a la construcción del relato para trastocar la percepción de la realidad. La esquizofrenia kirchnerista tiene fundamentalmente dos consecuencias políticas significativas. Por un lado, la supremacía del discurso por sobre la acción concreta, y por el otro, la enemistad enfermiza contra los medios de comunicación que interpelan el enunciado oficialista. Fanatizados con la idea de que la prensa actúa en forma directa sobre la consciencia de las personas tal como se creía en los años `70, prefieren ignorar los descubrimientos de la psicología social actual, que evidencian que el poder de los medios se reduce al establecimiento de la agenda (agenda setting). Desde que asumió en 2007, Cristina Kirchner jamás pronunció la palabra “corrupción”. Ni siquiera para referirse a los años `90, una constante de su marido. La última vez que alguien del kirchnerismo dijo “corrupción” a nivel oficial, fue el 7 de agosto de 2007, cuando sin sonrojarse Néstor alegó que “por primera vez en esta Argentina se combate la corrupción”. Pero la lógica del “si no lo decimos, no existe” tiene sus fallas: a pesar del mutismo gubernamental, nuestro país ocupa los últimos puestos del ranking de Transparencia Internacional junto a los países más corruptos del planeta, y la gente ha tomado plena consciencia de que la corrupción representa un problema de suma gravedad en una Argentina manejada por un grupo de facinerosos enquistados en el Estado. El azote diario de la inseguridad ha sido tratado bajo el mismo esquema lógico por los esquizofrénicos de turno. Mientras los índices de actos delictivos van en aumento exponencial en un país donde los criminales son los que gozan de libertad y sus víctimas son las que deben encerrarse detrás de rejas para protegerse, los relatores oficiales arguyen que lo que existe en la realidad no es inseguridad, sino una mera “sensación” de la misma. Así pues, la culpa no parece ser de la inexistencia de efectivas políticas de seguridad y prevención, sino de que Clarín informe delitos generando “sensaciones de inseguridad” en la gente. El cinismo en su máxima expresión. Lo mismo vale para el problema de la inflación, talón de Aquiles de un modelo económico agotado y decadente cuyos responsables debieron intervenir el INDEC a los efectos de manejar a su antojo las estadísticas oficiales y distorsionar la realidad. Fiel reflejo de la esquizofrenia kirchnerista, la titular del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, llegó a argumentar que “es totalmente falso decir que la emisión genera inflación”. Si esto fuese cierto, entonces no se entiende por qué razón el gobierno no nos enriquece a todos de una buena vez si sólo se trata de poner en marcha la maquinita de imprimir billetes. Hace algunas horas se conoció que en el último trimestre, según el propio INDEC, la tasa de desocupación creció en un punto. La cantidad de pobres e indigentes en Argentina sería mucho mayor si el organismo en cuestión diese datos ajustados a la realidad, atento a que cada punto de aumento en la Canasta Básica de Alimentos negado por el gobierno equivale al desconocimiento oficial de 170.000 pobres y 90.000 indigentes. ¿Cómo diseñar políticas públicas efectivas bajo un estado de esquizofrenia permanente? Lo cierto es que la esquizofrenia es una constante en el kichnerismo que se deja ver todos los días y en todos los ámbitos de la administración pública. En un patotero Guillermo Moreno que se piensa que con la probadamente ineficaz receta del congelamiento de precios podrá detener la escalada inflacionaria; en un soberbio Axel Kicillof que, en lugar de hacer lo posible por traer inversiones al país, esgrime que “la seguridad jurídica es un concepto horrible”; en un irrisorio Amado Boudou, que esquiva las preguntas de la prensa tocantes a sus causas de corrupción y hace de cuenta que nada ocurre con una fingida sonrisa de oreja a oreja; en un oligofrénico Hernán Lorenzino, que admite que “Me río mucho cada vez que veo la cotización del dólar blue” pero que se quiere ir y gimotea cuando le preguntan sobre la inflación. La lista sería interminable. Se trata de muestras de evasión de la realidad en personas más próximas a la insania que a un estado de salud mental. La realidad pronto se terminará imponiendo por sobre el discurso, y el relato kirchnerista acabará implosionando estruendosamente. Pues como decía la filósofa de cuño aristotélico Ayn Rand: “El hombre es libre para elegir no ser consciente de la realidad, pero no es libre para escapar a la sanción que merece la falta de conciencia: su destrucción”. (*) Es autor del libro Los Mitos Setentistas, y director del Centro de Estudios LIBRE. agustin_laje@hotmail.com | www.agustinlaje.com.ar | @agustinlaje

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