sábado, 25 de mayo de 2013

TODO VALE

El país de Cristina, donde todo vale Se cumple una década de la llegada de los Kirchner a la presidencia de la Nación (mayo de 2003), y si se tomaran en cuenta los antecedentes de estos en Santa Cruz, nadie podría sorprenderse que la historia se haya vuelto a repetir. Todo ha sido un calco amplificado de lo que Néstor y Cristina hicieron durante largos años en aquella provincia sureña. Usando el poder se llevaron la institucionalidad por delante. Convirtieron la ley en letra muerta y por ende transformaron a la Argentina en el país de ambos; donde todo vale. "La democracia es una práctica electoral que le permitió a Néstor en su momento y a Cristina, luego llegar al poder pero no para ser respetada, salvo cuando juega a favor de sus intereses particulares." por JORGE HÉCTOR SANTOS Twitter: @santosjorgeh CIUDAD DE BUENOS AIRES (Especial para Urgente24). Néstor Kirchner durante sus cuatro años como intendente y sus doce años como gobernador de Santa Cruz fue autoritario, arrasó con todos los poderes del Estado provincial, consideró como propios los recursos públicos, eliminó los medios críticos y fue un funcionario corrupto. Su esposa, Cristina Fernández, su socia en esa empresa familiar, se desempeñó durante cuatro años como diputada y otros cuatro años como senadora de aquella provincia argentina; convertida en feudo. Por qué entonces Néstor y Cristina iban a comportarse de manera diferente en la forma de gestionar el país durante la década que ahora ella, en soledad, extiende hasta el presente. Esa forma K de entender el Estado como parte de su patrimonio personal fue certeramente recogida el 6/10/2010 por ‘Bild’, el diario alemán más leído, cuando definió a la presidente como la mujer que maneja "la empresa familiar más grande del mundo: ¡Argentina!". La democracia es una práctica electoral que le permitió a Néstor en su momento y a Cristina, luego llegar al poder pero no para ser respetada, salvo cuando juega a favor de sus intereses particulares. El pasivo de los 3.650 días transcurridos de la familia K en la Rosada supera con creces a un escuálido activo. El país atraviesa uno de los momentos más sombríos de su historia. En 2003 se inició uno de los ciclos más favorables para la economía argentina, en el cual el país logra vender a precios altos lo que produce y puede comprar a precios ventajosos lo que consume o requiere para invertir. El resultado -donde todas las variables jugaron a favor del país- arroja un fuerte quebranto en todos los órdenes: -Las reservas de gas se esfumaron, cuando en 2003 eran de 25 años. -Se perdió el autoabastecimiento de combustibles y las cifras a destinar para importarlo son en parte las restricciones que tienen los argentinos para acceder a la compra de moneda extranjera. -Se dilapidaron fondos presupuestados para construir 25.000 kilómetros de autopistas y estos no llegan a 500. -Se perdieron 12 millones de cabezas de ganado y el país pasó a ser el último en la región en exportación de carne. -Terminaron con muertos y dificultades diarias para miles de argentinos diez años de subsidios al transporte que fueron y siguen siendo una fuente de inagotable de corrupción. -La falta de realización de obras de infraestructura anunciadas se cobra muertos en forma constante y surgen con mayor elocuencia en tragedias como las inundaciones en La Plata. -Las inversiones que buscan países donde radicarse, omiten y huyen de este destino. -La inflación ha devorado una vez la moneda. En el orden social la deuda desborda: -La pobreza afecta al 39% de los chicos y adolescentes, que suman cerca de 5 millones, de los cuales 800 mil son indigentes (no pueden cubrir siquiera la alimentación básica). -Vale decir que 4 de cada 10 chicos menores de 18 años no poseen lo necesario para comprar los bienes y servicios necesarios para su vida. -Estas cifras serían aún mayores si el Estado no pagara la Asignación Universal por Hijo ni la pensión prevista para madres de siete o más hijos. La pobreza y la indigencia entre los menores llegarían a 42,9 y a 15,9%, respectivamente. -La pobreza en la Argentina, tras años de crecimiento a tasas chinas, llega a 26,9% de todos los habitantes. La indigencia alcanza la vida de 5,8% de las personas. -Para el Gobierno, la pobreza y la indigencia afectan apenas al 5,4 y al 1,4% de los habitantes de la Argentina. -También se paralizó la creación de empleo y se destruyeron puestos en la actividad privada. En un trimestre se perdieron 255.000 empleos: de este total, 85.000 dejaron de buscar trabajo y 170.000 engrosaron la lista de desocupados que ahora suma 1.300.000 desempleado, según cifras oficiales. Mientras tanto, todos los argentinos sin distinción de bolsillo, subsidian a los clubes de fútbol para que el gobierno emplee horas de televisión para difamar y mentir con publicidad engañosa. En cuatro años de Fútbol para todos el gobierno nacional habrá invertido cerca de 3.500.000.000 pesos, además del costo de producción. Los casos de corrupción se convirtieron en moneda corriente. Basta hacer memoria para que aparezcan, entre otros: -Las supuestas coimas en el caso Skanska. -La valija de Antonini Wilson con los US$ 800 mil. -La bolsa con dinero en el baño de la ex ministra de Economía Felisa Miceli. -El caso que involucra al propio vicepresidente Amado Boudou y la expropiación de la imprenta ex Ciccone. -Los medicamentos truchos que terminó con la salida de Graciela Ocaña del propio gobierno. -El caso de los hermanos Schoklender y los fondos para la construcción de viviendas sociales en el programa Sueños Compartidos. -Ahora, la ruta del dinero K y las presuntas bóvedas en las residencias de los Kirchner. La mentira es la consigna que instaló como premisa la familia huésped de Olivos, mientras por otro lado vendía la construcción de “un país en serio” . No importa si la mentira oculta muertes, damnificados o hechos que violen la ley. En la Argentina no vale la verdad, hay que destruir a quien ose decirla si que esta va en contra de los intereses de los gobernantes y su séquito de lacayos obsecuentes. Vale la difamación, vale la calumnia, vale todo aquello que pueda descalificar a quien diga algo que se parezca a la verdad y que perjudique a la poderosa señora que ejerce el poder que los argentinos le dieron. La mentira subió a escena para desplazar la verdad que hasta el más desprevenido de los argentinos conoce, aunque no quiera decirlo, porque no le conviene a sus intereses personales. Hay algunos que se benefician con la mentira. El pueblo, en cambio, pierde. Ahora o más tarde pero pierde. Las tantas mentiras en las que vive el país destroza la credibilidad del mismo, trastorna la vida de sus habitantes, esconde verdades que más temprano que tarde se deberán afrontar a costos muy altos, deteriora el tejido social, posterga la solución de problemas que se viven acumulando y lesionan aún más los valores éticos y morales de una sociedad que está empachada de odios y rencores alimentados por el propio gobierno. El totalitarismo que ejerce la presidente ha partido a la sociedad en dos. Los fanáticos que la siguen, exaltan su figura y pretenden eternizarla en La Rosada; y, del otro lado, los que detestan esta forma de ejercicio del poder político. El totalitarismo gobernante no escatima en ninguno de los matices que revisten al mismo. Desde el uso masivo de la propaganda oficial y de la formación del mayor multimedio a su servicio abastecido con dineros públicos; hasta la implementación de distintos mecanismos de control social para todos aquellos que no se alineen con el pensamiento “único”. El gobierno de Cristina con estas particularidades considera al Estado como propio y como un fin en sí mismo. Por tanto lo maximiza, y como consecuencia un Estado más grande le da un poder más grande. De esta forma el gobierno totalitario lo puede todo, lo abarca o pretende abarcar todo. Toda la estructura de poder está puesta en torno al liderazgo de Cristina; la que pretende absorber hasta el Poder Judicial, ya que el control del Parlamentario lo tiene. Cristina goza del poder, el cual lo esgrime en forma desafiante y provocativa. Esa adicción a usar el atril y la cámara de TV para ostentar el mando, funciona como una droga. Demanda cada día más. Cuando el fanatismo se apodera del poder político, acostumbra desplegar todo un andamiaje para imponer su dogma, reprimiendo a los opositores, castigando a los que no piensan lo mismo que ellos, incluso con la cárcel o la muerte. Para el fanático no cabe el debate o la búsqueda de la verdad ya que el fanático cree ser dueño de ella de forma terminante. El fanático está convencido de poseer todas las respuestas y, por lo tanto, no necesita indagar por medio del cuestionamiento de las propias ideas que encarna la apreciación del otro. El fanático se caracteriza por: > Ser un considerable enemigo de la libertad. > Ponerle freno al conocimiento. > Alejarse de la verdad, al menospreciar la parte verdad que está presente en los demás. Carece de espíritu crítico. > Ser dogmático, es decir que cree en ciertas verdades que no cuestiona ni razona, en relación con la autoridad de alguien. > Encerrar la diversidad humana en dos estratos: buenos y malos. Los matices no tienen cabida. > Odiar la diferencia; desprecia y rechaza lo que difiere de determinados modelos y encasillamientos. > Su autoritarismo. > Su lenguaje de odio. Por consiguiente, el precio que paga el fanatismo resulta costoso; así como el que le hace pagar al no fanático, al convivir en sociedad. El fanatismo, lamentablemente, es culpable de muchos males, por no aceptar las diferencias, por vivir ajeno al sentido fraternal de la vida. El fanatismo invariablemente ha llevado a conflictos, enfrentamientos y a graves desgracias. La terquedad del fanático es de difícil manejo y equilibrio para los defensores de la tolerancia. Los fanáticos carecen de la capacidad de pensar por sí mismos, siguen las ideas, en el caso argentino de Cristina, con fe ciega. Para el fanático lo bueno del que no comulgue sus ideas, no existe. El lenguaje que utiliza el fanático es un lenguaje de odio. Ese odio que baja como catarata de arriba hacia abajo e invadió a la sociedad. Ese odio que hoy genera tanta violencia y precipita al país a un abismo muy complejo. Para ejercer su autoritarismo, Cristina necesita que sean muchos los fanáticos que la sigan. El fanático se aleja de la realidad y la verdad, se encierra en su propio mundo; al igual que la presidente. Desgraciadamente el fanatismo puede traer desventajas devastadoras no solo para el fanático sino para un país entero. Si nada cambia, en ese camino se marcha.

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