jueves, 7 de junio de 2012
GUERRILLA PERONISTA
LA HISTORIA ES MAESTRA DE LA VIDA.
El origen de la guerrilla peronista.
En la primavera de 1959 un grupo de hombres de los comandos de la resistencia peronista de la zona noroeste del país decidieron encarar la primera experiencia de guerrilla rural de la Argentina contemporánea.Durante ese año y el siguiente, varios grupos de militantes intentaron instalarse y mantenerse en la zona boscosa de Tucumán, en el departamento de Chicligasta, al sur de la provincia .
El nombre que eligieron para la guerrilla fue Ejército de Liberación Nacional-Movimiento Peronista de Liberación, aunque han sido conocidos con el que popularmente han pasado a la historia: Uturuncos.
Fue justamente el impacto de las nuevas guerrillas lo que opacó el conocimiento del proceso de formación de ellas mismas . En efecto, a partir de 1959, los Uturuncos y otras protoguerrillas tanto urbanas como rurales iniciaron el camino y fueron consecuencia de un intenso debate de la militancia peronista y marxista acerca de la conveniencia u oportunidad de formar focos guerrilleros en el campo o la ciudad; las posiciones éticas acerca de la utilización de la violencia como camino de liberación fueron también una parte importante de dicho debate.
Estos grupos comenzaron a ser activos desde fines de los cincuenta, sin influencia directa de la Revolución cubana, y sus documentos reflejan con claridad el proceso de discusión que desembocará no solo en la instalación sino en la permanencia de fuertes organizaciones político-militares a comienzos de los setenta.
1.1. Los Uturuncos, primera experiencia guerrillera peronista
Al producirse el derrocamiento de Perón, en los años 1955-1960 tiene lugar lo que se llamará “primera resistencia peronista” que ya, desde ese momento, tiene dos orientaciones completamente diferentes. Mientras que el Centro de Operaciones de la Resistencia (COR), dirigida por el General Iñiguez asume la respuesta de la “derecha peronista” (nacionalismo social anticomunista), el ala izquierda articula el Frente Revolucionario Peronista (FRP), dirigido por John William Cooke. El COR no participó sino episódicamente en acciones de violencia y prefirió la vía de las huelgas y las protestas populares. El General Iñiguez que había intentado defender al peronismo en Córdoba, pasó a ser por este gesto uno de los hombres de confianza del General. Se movía particularmente con los ambientes militares fieles al peronismo y poco después de articular el COR, Iñiguez empieza a recibir directivas del propio general. En ese momento, Iñiquez constituye el puntal del general Perón en el medio de los militares leales a él, uno de los tres frentes en los que articulará la resistencia, siendo los otros dos el sindical y la resistencia civil. Pero sería la otra rama la que daría mucho más que hablar. Se trataba del Movimiento Peronista de Liberación-Ejército de Liberación Nacional (MPL-ELN), con su prolongación, los llamados "Uturuncos", aparentemente vinculados a Cooke.
1.1.1. La toma de la comisaría de Frías
De los Uturuncos se empezó a hablar internacionalmente el 24 de diciembre de 1959 cuando un grupo de terroristas disfrazados de soldados que había llegado en un jeep y una furgoneta penetró en la Jefatura de Policía de Frías, una pequeña ciudad entre Santiago del Estero y Catamarca. El supuesto teniente coronel que dirigía el comando se explicó a los policías: “-¡Se ha declarado el Estado de Emergencia en todo el país!, ¡esta comisaría queda bajo custodia militar!”. La tropa formó frente a los supuestos militares, sin sospechar. A culatazos rompieron la radio policial y cortaron los cables del teléfono. En pocos minutos y sin disparar un tiro, habían tomado la comisaría. Los policías no ofrecieron resistencia y se dejaron encerrar en los calabozos. Quince minutos después, los asaltantes abandonaban el puesto retirándose con todo el armamento y las municiones que encontraron. Un agente aseguró después a la prensa que quién los dirigía se hacia llamar “comandante Uturunco” o “comandante Puma” y el nombre llegó a los diarios. Dejaron el camión abandonado en un lugar llamado El Potrerillo y se internaron en el monte. Era la primera acción guerrillera de importancia llevada a cabo en Argentina. Acababa de empezar la guerrilla peronista.
Al día siguiente la noticia conmovió la país: “Grupo guerrillero peronista al mando del capitán Uturunco operaba en Tucumán”.
El comando seguía las instrucciones del general Iñiguez. La toma de la comisaría constituiría una señal para que en todo el país los leales al peronismo iniciaran la insurrección junto a las guarniciones Santa Fe, Salta, Buenos Aires y Entre Ríos. A la misma hora, los sindicatos iniciarían una huelga general en todo el país. En pocos días, Iñiguez calculaba que podía hacerse con el control del país, evitar la guerra civil que tanto preocupaba a Perón y restituirlo en el poder.
El plan era una de las habituales locuras latinoamericanas; estaba prendido con alfileres y los militares comprometidos jamás aparecieron. He oído historias similares de golpes frustrados en toda Iberoamérica. Mientras trabajaba como asesor del Estado Mayor con destino en la Sección VII del Estado Mayor (Operaciones Psicológicas), otro colaborador, Roberto Freire, un veterano de la Falange Socialista Boliviana me explicó que tras la “revolución nacional” de Víctor Paz Estensoro, la dirección del partido le ordenó que participara en un golpe de Estado contra el MNR en Cochabamba. Debían tomar la emisora de radio local y, para ello, el comando se dividió en un “grupo operativo” y en el “grupo de agitación”, dirigido este último por Freire, que debía radiar la proclama desde las ondas. Los “operativos” no aparecieron a la hora convenida, y ahí terminó todo; el golpe fracaso, por supuesto. Un mes después, el general de la guarnición de Cochabamba, comprometido con el nuevo golpe, volvió a planificar la operación: “Si mantenéis la emisora durante media hora saco a la tropa a la calle”. Freire, en esta ocasión, dirigiría la operación. Tomaron la emisora y estuvieron radiando proclamas inverosímiles durante dos horas, al cabo de las cuales el mismo general que les había ofrecido apoyo, sitiaba y bombardeaba la emisora… Los golpes de Estado en Iberoaméricana son así. Es milagroso que alguno haya conseguido alcanzar sus objetivos, créanme.
El golpe peronista que comentábamos, desde el punto de vista técnico era una pura locura. Y, por supuesto, los militares leales a Perón no se movilizaron. Como era de esperar, Iñiguez, el organizador y cerebro del golpe, negó ante los micrófonos cualquier relación con el incidente del puesto de policía. Sólo la incipiente guerrilla peronista cumplió con el plan establecido: los Uturuncos; a ellos pertenecía el “comandante Puma” y el resto de miembros del comando.
Pocos días después del episodio de Frías, el 1 de enero de 1960, los “Uturuncos” lanzan un comunicado a la opinión pública; extraemos algunos de los fragmentos del mismo en los que se reflejan a la perfección los lugares comunes que constituían la “ideología”, o más bien, los principios que animaban a la guerrilla: una mezcla de nacionalismo, antiimperialismo, misticismo revolucionario, ansias de justicia social y mesianismo revolucionario: “Acicateados por nuestro orgullo de argentinos conscientes de que la Patria maniatada esta siendo convertida en una colonia del imperialismo, hemos resuelto tomar las armas en su defensa. Hemos jurado ante dios, fuente de toda razón y justicia, como así ante el Padre de Patria, General José de San Martín, morir por ella antes de verla postrada y encadenada a la voluntad de potencias extranjeras. (…) Nuestras banderas son la Soberanía Política, la Independencia Económica y la Justicia Social. (…) Entendemos la Justicia Social fundada en la promoción de los trabajadores a la dignidad que corresponde en una concepción cristiana de la persona humana; de la familia y del trabajo; reconocimiento del derecho y de la obligación de trabajar; a una retribución justa; a las condiciones dignas del trabajo; a la prevención de la salud; al bienestar; a la seguridad social; a la consolidación de la familia; al mejoramiento económico y a la defensa de los intereses profesionales. (…) La guerra de guerrillas es la guerra revolucionaria del pueblo en armas, contra la cual se estrellan los ejércitos que son utilizados para enajenar la soberanía de la Patria”.
1.1.2. Una guerrilla mítica
El puma es un tigre americano, esquivo y majestuoso que puebla zonas alejadas del monte argentino. Las leyendas locales hablan de hombres que se convierten en pumas para combatir por las libertades indígenas. En lengua quechua, Runa-Uturunco significa “Hombre Puma”. En los muros del Norte Argentino, la palabra PUMA aparecía pintada por las paredes como anagrama de “Por Una Mejor Argentina". Era imposible encontrar un nombre más adecuado que éste y que evocase tantos contenidos simbólicos en la Argentina profunda. Para colmo, la población en la que se manifestó inicialmente esta guerrilla, Santiago del Estero, había sido el punto de arranque de la independencia Argentina.
Los detalles de la mítica "toma de la Jefatura de Frías", se conocen gracias al testimonio de su protagonista conocido como “el Puma Serravalle”, Félix Francisco Serravalle, que vivió hasta su fallecimiento en 2003, en la población de La Banda. El comando logró retirarse gracias a los uniformes de policía que se habían llevado de la comisaría y que vistieron para eludir los controles. Luego subieron a las montañas más altas del país, próximas a la zona, para iniciar la primera guerrilla rural de América Latina que nació sin haber oído hablar apenas de la aventura de Castro en Sierra Maestra.
En la montaña, Serravalle y su comando esperaron la señal para el nuevo levantamiento. Cada día escuchaban la radio LV12 de Tucumán esperando oír determinados mensajes que les indicarían el momento de la insurrección; entonces deberían abandonar la selva y los montes y caer sobre la capital departamental. Pero los mensajes jamás llegaron. Nadie les dijo nada y, poco a poco, el grupo se fue deshaciendo. Finalmente, cuando solamente quedaban siete, planearon asaltar la cárcel y liberal a sus presos. En una salida de reconocimiento, el “comandante Puma” resultó detenido. Los seis miembros restantes se entregaron a los pocos días. La edad media del grupo era de apenas 20 años, los guerrilleros más jóvenes apenas tenían 15 años y los más mayores rozaban los 24.
Sin embargo, a partir de ese momento, distintos grupos informales, sin vinculación orgánica con Serravalle, ni mucho menos con el general Iñiguez, siguieron realizando atentados hasta 1963 firmados por el mítico nombre, especialmente en el norte argentino, en la zona de Tucumán.
Ernesto Salas en su libro “Uturuncos. Los orígenes de la guerrilla peronista (1959-1960)” explica detalladamente el proceso de formación de este movimiento gestado en el noroeste del país. En ese período, no sólo el grupo de Serravalle, sino otros núcleos peronistas intentaron instalarse en las zonas boscosas de Tucumán. Han pasado a la historia nacional argentina como “Uturuncos”, pero a partir de 1962 fueron conocidos como Ejército de Liberación Nacional-Movimiento Peronista de Liberación. Realmente, su ubicación geográfica, en una de las zonas más inhóspitas, selváticas y alejadas del país, podía influir muy poco en la restauración del peronismo. Si aún hoy se sigue hablando de los Uturuncos es como precedente del movimiento guerrillero que se extendió en los años 70 y que fue el actor principal de los episodios de violencia política que vivió el país hasta principios de los años 80.
En ese momento, sólo unos pocos iniciados habían oído hablar de Fidel Castro y muchos menos del Ché Guevara. Los “Uturuncos” fueron en realidad una “protoguerrilla”, iniciada sin preparación previa, sin estrategia y, por tanto, sin posibilidades de éxito.
1.1.3. John W. Cooke y el insurreccionalismo peronista
“El surgimiento de la insurgencia armada debe ser atribuido a la solitaria voz de John William Cooke y a sectores juveniles del peronismo y de la izquierda no peronista, donde se reclutaron sus militantes, los que en su mayor parte provinieron de la esfera universitaria de la Capital Federal y otros grandes centros de estudios terciarios”, escribía Ernesto Salas en su obra ya mencionada "Uturuncos. El orígen de la guerrilla peronista (1959-1960)". Para Salas, no hay, pues, dudas: los “Uturuncos” estuvieron inspirado por Cooke y a él le corresponde la responsabilidad de la primera guerrilla rural en el subcontinente iberoamericano.
Al producirse la caída de Perón, John William Cooke se convirtió en uno de los elementos más activos, conocidos y respetados de la izquierda peronista. A los 25 había sido elegido diputado por el Partido Justicialista y tras la caída de Perón, el 2 de noviembre de 1956 desde Caracas, fue nombrado de puño y letra del general como su delegado en el interior del país y sucesor en caso de fallecimiento. Se le considera el primer organizador de la guerrilla argentina y de la izquierda peronista. Pasaría un tiempo exiliado en Cuba y poco después de su retorno a Argentina fallecería de cáncer en 1968. Entre 1955 y 1959 fue, sin duda, el principal responsable de la resistencia peronista en el interior.
Cooke era, desde luego, peronista, pero habría que matizar su peronismo. Probablemente estaba más cerca de una forma de socialismo libertario con connotaciones marxistas que del peronismo tal como lo concebía el propio general. A partir de la caída de Perón, Cooke desarrolló una teoría insurreccional como único método para poder regresar al poder. Desconfiaba del sindicalismo y atribuía a la CGT el haber caído en manos de una burocracia paralizante. Como máximo, el papel del sindicalismo, para él, era el de paralizar el país en el momento en el que se produjera la “insurrección”; ésta sería el resultado de la acción coordinada de la guerrilla y de la actividad conspirativa de los militares fieles a Perón, dirigidos todos por un directorio político cuyo vértice sería el general y él en el interior del país.
En 1960, Cooke viajó a Cuba y allí tuvo ocasión de conocer a los dirigentes de la revolución cubana y debatir con ellos sobre la estrategia que adoptaron para derrocar al gobierno de Batista. Es en ese momento cuando conoce al detalle la experiencia castrista. Cooke se sintió inmediatamente ganado por el “foquismo” puesto en práctica por Castro. Según esta doctrina, el foco guerrillero, se pone en marcha aun cuando no existan todavía las condiciones objetivas favorables; no importaba, el foco guerrillero creaba por sí mismo las condiciones objetivas para su desarrollo. El ejemplo de la minoría guerrillera, haría que progresivamente se fueran incorporando masas populares al foco inicial que, en su estado máximo de acumulación, generarían la “revolución”.
En aquellos momentos, todavía no estaba suficientemente clara la alineación de Cuba con la URSS. Para un turista bienintencionado y con ganas de establecer paralelismos entre el peronismo y el castrismo, como era Cooke, el “tercerismo” de Perón se reflejaba en la ideología anti-imperialista de Castro. Había pues una común sintonía “anti-yanki”. Cooke había escrito líneas muy duras sobre el imperialismo: "Caerán las estructuras de la depredación imperialista y las estructuras del despojo de este capitalismo que está llegando al término de su ignominioso reinado. Para eso, todo esfuerzo es digno de mención, ningún acto de consecuencia y lealtad debe ser ignorado o desestimado. Y pronto llegara el momento de las batallas definitivas, y el triunfo final, antes o después, ha de redimir todos las frustraciones de esta época de infamia". También en esa época empieza a aludir reiteradamente a la “revolución social”, pero no en el sentido que le daba Perón; hace de la lucha de liberación social y de la lucha de liberación nacional una sola y misma lucha que tiene a la clase obrera como protagonista. Explica que Perón le dijo que “la Revolución Cubana "tiene nuestro mismo signo"” (lo que parece probable en los primeros momentos de gobierno castrista, pero no desde luego a partir de la crisis de los misiles) y le enunció “una fórmula exacta que indica la común raíz antiimperialista y de justicia social”. También recordó que en 1960, Perón indicó que el Movimiento “debía apoyar a todos los movimientos de liberación regional, como Egipto, Argelia, Cuba, etc”.
En 1961, Cooke fue entrevistado en Cuba, cuando llevaba más de un año, refugiado en el país. Como era de esperar defendió los logros de la revolución castrista justo en el momento en el que los fusilamientos, la censura y la represión, eran más duros y se acababa de producir el desembarco de Bahía Cochinos. Aquella entrevista fue una mera loa, glosa y alabanza al castrismo y, a cuarenta y cinco años de distancia, sorprende todavía más porque en ella se encuentran todos los tópicos que ha utilizado el castrismo para mantenerse en el poder. Olvidando que durante casi un lustro, Castro negó ser marxista, para evitar que los EEUU ayudaran decisivamente a Batista, para finalmente, una vez en el poder, no solamente reconocer el patrimonio marxista de su ideología, sino incluso permitir la instalación sobre su territorio de misiles soviéticos, Cooke, ve desde su habitación del hotel de La Habana, a Castro como la quintaesencia del “tercerismo” y dice en su entrevista: “La tercera posición (…) significa no tener compromisos con los bloques mundiales, estar en libertad de tomar las decisiones más convenientes a los intereses nacionales. Significa tener criterio propio para apreciar cada hecho y cada actitud; no tenemos obligación de encontrar que cada cosa del señor Kruschev es perfecta o malvada; ni de estar de antemano en pro o en contre del bloque capitalista; en otras palabras, en cada momento y circunstancia nuestro tercerismo consiste en opinar libremente, no sumarnos al coro de los que ven en Estados Unidos la potencia rectora”. Todos los males de la época proceden pues del “imperialismo americano”, Cooke dice al respecto: “No necesito ser comunista para considerar que el principal responsable de la guerra fría es el imperialismo occidental, ni para comprender que el enemigo más grande que hoy tiene el genero humano es la brutal plutocracia norteamericana”… algo que, al menos desde el Golpe de Praga, en 1948, era, como mínimo, cuestionable.
En la carta dirigida desde Cuba a uno de los “Uturuncos”, el “comandante Alhaja”, escribe: “La difusión de la Revolución Cubana, no su aprovechamiento, ayudará enormemente a crear en el país, sobre todo grupos juveniles”. Y más adelante, añade: “Los americanos no pueden voltear una revolución socialista a 90 millas de sus costas. Quiere decir mucho, como casi lo más importante para nosotros. Los países socialistas no abandonan sino que se la juegan en la defensa de los movimientos de liberación en América Latina”. Difícilmente encontraríamos en Cooke alguna muestra de haber comprendido lo que supuso la Guerra Fría como choque geopolítico y el interés de la URSS en contar con aliados fieles (e incluso, sumisos) en el continente americano, de los que Castro fue sin duda el más devoto. Finalmente, en la misma carta, Cooke evidencia haber sido ganado por los propagandistas castristas: “La revolución social, es decir, la revolución socialista, avanza rápidamente en el Continente a partir de Cuba. La diferencia está en si la hace esta generación o llega aburridamente en una vuelta del cohete de Gagarin o de Titov. De cualquier manera llegará”. Cabe preguntarse, en 1961 que quedaba del peronismo de Cooke. En el fondo, allí donde Perón había aludido en sus “20 verdades sobre el justicialismo” a la “justicia social”, Cooke había reducido toda posibilidad de “justicia social” a… socialismo y, finalmente, en alineación con la URSS. Es sorprendente que este dirigente político contara con la confianza de Perón, que si tenía un modelo político en su cabeza era el de los fascismos europeos de pre-guerra que tan bien conocía.
Está claro, pues, que Cooke se situaba a la izquierda del peronismo y falta ahora exponer cuál era su estrategia política mientras estuvo al frente del peronismo y demostrar los caminos a través de los cuales influyó en los “Uturuncos”.
1.1.4. El período de la “estrategia insurreccional”
A partir del derrocamiento de Perón en 1956 en todo el país se organizó la resistencia peronista en forma de “comandos”. En este magma emergió con fuerza la imagen de John William Cooke que estuvo, desde 1955 al frente del Comando Nacional Peronista radicado en Buenos Aires, pero con fuerza particular en la provincia de Tucumán y en contacto con Félix Serravalle, el “comandante Puma”. Serravalle era de familia anarquista y su padre había tenido una larga trayectoria sindical que terminó aproximándose al peronismo. En 1956 se puso en contacto con el Comando 17 de Octubre organizado por Manuel Enrique Mena, “el gallego”, en Tucumán. Mena había sido comunista en su juventud, pero en los años 40 se ubicó en el peronismo. Él y su grupo tomaron contacto con el Comando Nacional Peronista de la Capital dirigido por Cooke y, a partir de entonces, ampliaron su influencia a Salta, Jujuy y Catamarca. En 1958, se une al grupo un personaje que será clave en el desarrollo de las guerrillas latinoamericanas: Abraham Guillén. Guillén era un exiliado español, republicano que tenía conocimientos más o menos sólidos sobre estrategia guerrillera. Fue así como se organizó la primera resistencia armada peronista.
Mena empezó importando explosivos desde la vecina Bolivia siguiendo las ordenes de Cooke, que intentaba montar una red de comandos en todas las provincias del país, a los que se sumaban los contingentes en el exilio. Era muy fácil adquirir explosivos en Bolivia. Cuando trabajé en aquellas latitudes era sorprendente ver como el Banco Minero tenía tres ventanillas: la de “cobros”, la de “pagos” y la de “explosivos”. Cualquiera que tuviera el carné de empresa minera podía comprar, absolutamente sin ningún control ni límite, explosivos y hacer con ellos lo que quisiera… incluso exportarla a la resistencia peronista.
Entre 1955 y 1958, los comandos peronistas fueron extendiéndose a todo el país. En Tucumán cada barrio tenía su célula, que habitualmente se reunía en los domicilios de mujeres ancianas vinculadas al movimiento. En 1956 menudearon los primeros atentados; se trataba de explosivos de poca potencia y de acciones simbólicas de “alto contenido emocional”. El comando de Tucumán robó los rollos de la película “La cabalgata del circo”, melodrama francamente aborrecible que, por entonces se proyectaba como forma de desprestigiar a una de las actrices secundaras, Eva Perón. Tras hacerse con los rollos se los enviaron como regalo a Perón que en ese momento se encontraba en Panamá. Luego las acciones crecieron en intensidad. Félix Serravalle manifestó su predisposición para estas operaciones robando una emisora de radio y retransmitiendo durante meses emisiones clandestinas. Hecho significativo de sus preferencias internacionales: incendiaron una avioneta francesa en solidaridad con el FLN argelino cuya lucha seguían con más atención que la revolución castrita, en busca de inspiración. También hicieron descarrilar un tren cargado de azúcar y, poco a poco, se fueron curtiendo en las labores de la clandestinidad. Pero su hora llegó con las huelgas que se desarrollaron en Tucumán contra el gobierno de Arturo Frondizi en 1959, organizadas por el sindicalismo peronista.
En junio de ese año, Perón llamó a la oposición frontal contra Frondizi. Los grandes sindicatos peronistas iniciaron largas huelgas sectoriales en defesa de los salarios y las condiciones de trabajo. La Federación Obrera Tucumana de la Industria del Azúcar (F.O.T.I.A.), que ya se había distinguido por su dureza opositora desde 1955, protagonizó huelgas en julio y agosto que generaron una dura represión. A partir de estos incidentes, los núcleos “uturuncos” salen fortalecidos.
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