lunes, 11 de junio de 2012
SOBERBIA
Límites a la soberbia
Por Eugenio Paillet
Fuente: La Nueva Provincia
El gobierno se sigue enredando en sus propias impericias y desatinos. Y no para de hacerlo desde hace dos o tres meses, con eje en dos cuestiones que claramente han comenzado a mostrar gruesas grietas, como son la economía y el control en general de la gestión.
Dicho de otro modo, la administración ha encontrado, por primera vez en mucho tiempo, límites insalvables a un modo soberbio y prepotente de gobernar, y, por primera vez también, los protagonistas, con Cristina Fernández a la cabeza, han comenzado a mostrar signos de preocupación frente a un escenario que se complica.
Y que, para mal de no pocos observadores oficiales, tiene cada vez más cerca el hito que puede marcarlos a fuego: las elecciones legislativas de 2013. No por nada Carlos Zannini acaba de desempolvar un proyecto para anticipar ese paso por las urnas de la ciudadanía a marzo del año que viene, antes de que todo empeore. Cristina brama cuando le aconsejan ir por ese camino. Sus raptos de alarma no superan todavía el limbo maravilloso en el que vive y que pinta en sus discursos. Pero ese texto ya circula entre despachos oficiales y de algunos diputados y senadores kirchneristas.
Veamos, si no, lo que acaba de ocurrir en esta última semana, duras como pocas desde que el gobierno comenzó a tropezar por los pasillos, allá por diciembre de 2011. La primera conclusión que entregan estos días complicados es que la presidenta no puede hacer lo que se le antoja. O que el 54 por ciento de los votos obtenidos el 23 de octubre no es una vía libre para cualquier cosa.
Para empezar, en su enorme mayoría, las encuestas que hoy recogen el estado de ánimo popular demuestran que ese porcentaje se ha ido achicando y que los altísimos niveles de imagen positiva que tenía CFK son, a estas alturas, un buen recuerdo. Queda claro que a la presidenta le han torcido el brazo en el marco de la pelea por el dólar, plagada de errores, de multiplicidad de voceros que no hicieron otra cosa que embarrarle la cancha al propio gobierno, hayan sido autorizados o simples vocingleros cuyo único objetivo era agradar los oídos de la jefa. Aníbal Fernández puede ser un buen ejemplo de ese segundo lote.
La puesta en escena de la presidenta, en el Salón de las Mujeres, cuando dijo que vendería sus más de tres millones de dólares para pasarse a pesos, no es ni mucho menos un gesto altruista. Es producto directo de la preocupación por los cacerolazos, por el descontento social de la ciudadanía que no puede comprar dólares para ahorrar, mientras los funcionarios se ufanan de tener cuentas en esa divisa y de hacer con ellas lo que se les antoja, como en el caso del senador. Los que la conocen, dentro y fuera del gobierno, saben que no es esa la presidenta altiva y orgullosa que promete semejante paso solo porque la convenció el discurso de un periodista oficialista. Más allá de que habrá que ver en los hechos si finalmente cumple con esa promesa.
En la Casa Rosada dicen que Máximo Kirchner, el administrador de esa fortuna, no está de acuerdo y tampoco lo conmueven campañas como la que sorpresivamente parece ahora abrazar su madre. El gesto fue forzado, estudiado, a la búsqueda de un rédito político.
Claro que el "relato" siempre sale en auxilio de la presidenta y de su gobierno, aunque hay que convenir que ese recurso cada vez puede menos y cada vez convence a menos; que no logra disimular que hay cosas que no se pueden hacer y que si se hacen saldrán mal, o que algo está pasando en el gobierno que antes no pasaba. Igual intentaron salirse con la suya: presentaron como un gesto propio de la épica cristinista un paso que no fue otra cosa que eso, motivado por el temor y la necesidad de reacomodar los tantos frente a una sociedad que pareciera, por fin, dispuesta a dejar de ser actora pasiva, de mirar todo a través de la televisión.
Un dato que no debe considerarse menor, si hay que hacer honor a las proyecciones matemáticas: el primer cacerolazo contra la política económica, la inseguridad y la corrupción oficial en la Plaza de Mayo de hace diez días, juntó unas 200 personas. El segundo capítulo, el jueves pasado, congregó a unas 4.000. En esta oportunidad, el Ministerio de Seguridad dispuso un preventivo operativo policial con órdenes absolutas de no intervenir.
Quedó visto esta semana que tampoco la presidenta puede hacer lo que se le antoja, después del estrepitoso fracaso de su propuesta para convertir en jefe de los fiscales a un impresentable como Daniel Reposo. Este bochornoso suceso fue el que le arrancó a Cristina otro de sus grandes raptos de preocupación de los últimos días. Y demostró, como en el caso del falso altruismo pesificador del martes, que es tozuda pero no tonta.
A la jefa del Estado le habían advertido y repetido en varias ocasiones que el pliego de Reposo no iba a pasar el filtro del Senado. Y los mensajeros no hablaban por la oposición solamente, sino por varios de ellos mismos. Ella los rechazó una y otra vez altiva y desafiante: "Si la oposición no lo quiere, que junten el número y lo voltee", dijo en un par de ocasiones a los emisarios de la cámara alta. Mal que le pese, llegó el turno de la reunión de comisión del martes. La vergonzante exposición del candidato frente a los senadores se vio claramente reflejada en más de una oportunidad en las caras de espanto de Miguel Pichetto y Aníbal Fernández. La presidenta misma se terminó de dar contra la pared cuando siguió desde Olivos buena parte de esa audiencia.
"La verdad es que este muchacho provoca vergüenza ajena", se quejó un operador por esas horas desde la Casa Rosada. Pichetto avisó a los aposentos que, a esas alturas, Reposo era "indefendible". Las últimas esperanzas se perdieron cuando el bloque del Peronismo Federal resolvió que nadie sacaría los pies del plato. Todos iban a votar en contra, hasta los senadores por San Luis, pese a los ruegos del gobernador Poggi de que apoyaran la postulación porque, de lo contrario, la Nación no le enviaría los fondos que necesita para seguir gestionando.
Hubo allí dos claves que terminaron de desbarrancar todo: el voto negativo que anunció Carlos Reutemann y la abstención que anticipó su comprovinciana Roxana Latorre convencieron al resto. Eso, y lo que acaba de ocurrir en la Legislatura bonaerense con el episodio sobre el presunto pago de coimas a la oposición, en el que quedaron envueltos diputados de La Cámpora, en especial su conductor y fanático cristinista, José Ottavis. La política, y en el caso puntual de Reposo más aún, había quedado automáticamente bajo estado de sospecha. "Una abstención, un voto en contra, una ausencia repentina, iba a ser sospechada de soborno", se sinceró un funcionario que siguió de cerca toda la saga.
Son pequeñas o grandes señales que van dejando al descubierto un nuevo escenario en el que claramente aparecen límites allí donde, hasta hace un puñado de meses, todo era autoritarismo y soberbia. Indicios, a la vez, de que el gobierno ha comenzado a tomar nota. Vale una muestra: sin mucho bombo y a resguardo del "relato", la AFIP dejó sin efecto, de la noche a la mañana, los controles impuestos a quienes deseen comprar dólares para viajar al exterior en plan de negocios o vacaciones. Lo reflejaron testimonios de varias agencias de viaje. Otro gesto mínimo, pero gesto al fin, que supone un freno a aquella costumbre de llevarse todo puesto.
En el caso de Reposo --hay que decirlo--, usaron la única fórmula posible para evitar que se lea el paso como un costo político para la presidenta. "Ella no puede aparecer cediendo", se admitió. Es decir, lo hicieron renunciar, cuando el grosero postulante clamaba ante Pichetto por otra oportunidad, ya que creía que podía ser el sucesor de Esteban Righi.
Las cartas de renuncia se escribieron en el despacho de Juan Manuel Abal Medina, el jueves por la noche. El jefe de Gabinete y el vocero Alfredo Scoccimarro fueron los redactores, ante la atenta mirada de Reposo, que solo tuvo que ponerles la firma.
Lo que no han podido evitar --un dato ilevantable que ha generado gruesos reproches internos-- es que le dieron a la oposición, y en especial al radicalismo, un triunfo y un protagonismo como no ocurría desde la perdida batalla con el campo, en 2008. Eligieron el mal menor, la "renuncia" de Reposo, aunque no alcanza para zafar del yerro: una derrota en el Senado habría sido un regalo impensado para una oposición que, desde octubre a esta parte, no había hecho más que lamerse las heridas.
Pichetto, Aníbal y el resto dejaron finalmente en claro que no los impulsaba el amor a Reposo, sino evitarle un costo político mayor a la presidenta, a la que alguno de ellos observa en los últimos tiempos con el paso inseguro. Se verá si lo lograron.
Como colofón, se ha escuchado en más de una oportunidad por estos días, en los pasillos del poder, una frase que no es nueva: "Con Néstor, esto no nos pasaba". Refieren a un estilo malévolo pero negociador que se ha perdido definitivamente. Aquel que se resumía en una frase: "Escuchen lo que digo, pero miren lo que hago". Y que Cristina Fernández ha desnaturalizado desde su decisión de "desnestorizar" la gestión, para "cristinizarla" cada vez más.
Tal vez el más fresco ejemplo sea el empujón, casi definitivo, a Julio de Vido, el último sobreviviente genuino de aquel kirchnerismo. Lo dejó con las manos vacías en YPF, le quitó su joya más preciada, que era el manejo de los subsidios al transporte, y lo mandó a ocuparse de la obra pública, justo cuando los gobernadores hacen cola para decir que no les llegan los fondos y que tienen las obras paradas.
El gobierno está en problemas: no para de cometer errores desde tres meses a esta parte y con el relato, al parecer, ya no alcanza.
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