jueves, 30 de octubre de 2014

BRASIL DIVIDIDO

http://www.rionegro.com.ar/diario/brasil-dividido-4767896-9542-editorial.aspx Editorial Brasil dividido Aunque mucho ha cambiado desde que, hace cuarenta años, un economista brasileño llamó a su país "Belindia", tratándolo como una combinación de la Bélgica industrializada y desarrollada con la India, mucho más grande pero muy atrasada, el esquema, que se ve reproducido en el resto de América Latina, sigue vigente. En las elecciones del domingo, la parte "belga", que ha crecido muchísimo en las décadas últimas, votó masivamente por Aécio Neves, mientras que la parte "india" favoreció en grado aún mayor a la presidenta Dilma Rousseff, la que, gracias a las mayorías enormes que logró en los estados muy pobres del nordeste, derrotó a su rival por un margen escaso, con el 51,64% contra el 48,36%. De más está decir que a los "belgas" brasileños no les gustó para nada el resultado. El día siguiente, los mercados manifestaron su decepción desplomándose, el real perdió valor frente al dólar estadounidense y cayeron en picada las acciones de Petrobras. La inquietud que sienten los inversores no se debe tanto a la posibilidad de que el gobierno, ofendido por la falta de solidaridad de las capas sociales menos carenciadas, opte por radicalizarse, cuanto a la sospecha de que en adelante Dilma sea una mandataria débil e indecisa. No hay duda de que el triunfo ajustado de Dilma se debió a una mezcla de gratitud y miedo; decenas de millones de brasileños se han visto beneficiados por los programas sociales emprendidos por el gobierno del Partido de los Trabajadores pero, como es natural, temían que un eventual gobierno encabezado por Aécio los privara de los subsidios que, en términos económicos por lo menos, les han permitido integrarse a la clase media. Sin embargo, el que el retador obtuviera casi la mitad de los votos significa que una proporción sustancial del electorado entiende que el destino de los programas benefactores depende no sólo de la presunta sensibilidad social de un gobierno determinado sino también de la marcha de la economía nacional. A menos que haya dinero suficiente, insistir en mantenerlos condenaría a Brasil al estancamiento, pero, como saben muy bien todos los gobiernos democráticos del planeta, intentar modificarlos podría ser políticamente suicida. Ya reelegida, Dilma no tardó en dar a entender que es plenamente consciente de que no le convendría en absoluto tratar como enemigos a quienes votaron en su contra o que, en el caso de "los mercados", reaccionaron bajándole el pulgar. Tendrá que convencerlos de que, no obstante las típicas exageraciones electoralistas, está resuelta a hacer cuanto resulte necesario para que la economía genere los recursos sin los cuales no habrá forma de combatir la pobreza. No le será fácil. Además de enfrentar los problemas coyunturales que ha ocasionado la caída del precio de commodities como la soja, le será forzoso procurar solucionar otros que podrían calificarse de estructurales por ser propios de una sociedad que está acostumbrada a depender menos de la competitividad de sus empresas que de los recursos exportables que le ha dado la naturaleza. Para reanudar el crecimiento y, andando el tiempo, dotarse de una economía auténticamente moderna que sea capaz de prosperar en un mundo globalizado, Brasil necesitaría pasar por un proceso de cambio multifacético que, desde luego, se vería resistido por amplios sectores sociales, incluyendo muchos que hubieran preferido que Aécio ganara las elecciones que acaban de celebrarse. Felizmente para los brasileños, Dilma es una persona seria, poco "carismática", que está dispuesta a negociar con sus adversarios que, de todos modos, se han visto fortalecidos tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado. Mal que les pesara a sus simpatizantes más entusiastas, es de prever que se deslice hacia el centro del mapa ideológico con el propósito de formar un consenso desde del cual podría tratar de restaurar el dinamismo de una economía que, en sus primeros cuatro años en el poder, sólo consiguió crecer con lentitud sorprendente. Asimismo, Dilma tendrá que hacer un esfuerzo aún mayor por eliminar los focos de corrupción que anidan en el Partido de los Trabajadores y que motivaron tantos escándalos en el transcurso de la campaña electoral que llegaron a poner en peligro el triunfo de una presidenta que, medio año antes, parecía tener asegurado un triunfo casi automático en las urnas.

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