sábado, 18 de octubre de 2014

PANORAMA

Panorama político nacional de los últimos siete días Cómo será el próximo gobierno Si los pronósticos electorales son a menudo aventurados, intentar uno cuando todavía falta recorrer un año hasta la hora de las urnas resulta notoriamente vano. Sin embargo, algunas cosas se pueden afirmar razonablemente sobre el paisaje político que sobrevendrá. La primera: es muy alta la probabilidad de que el próximo presidente argentino no sea consagrado el 25 de octubre de 2015, sino recién dos semanas más tarde, cuando se celebre la segunda vuelta. Las fuerzas principales (oficialismo con todas sus variantes, peronismo renovador, Pro y Unen) se reparten el electorado en proporciones relativamente parejas, lo que aleja la posibilidad matemática de evitar el ballotage (para lo cual el primer clasificado debería adjudicarse más del 45 por ciento de los votos o más del 40 por ciento y una diferencia de 10 puntos sobre el segundo). Otra conjetura muy plausible: el próximo presidente no tendrá mayoría parlamentaria propia, por lo cual su gestión deberá asentarse sobre una convergencia o una coalición de fuerzas. Cambio de estilo y cambio de rumbo Esta circunstancia indica desde ya que el próximo comicio no sólo marcará un cambio de gobierno, sino que determinará un cambio de estilo y procedimientos. La próxima gestión presidencial no podrá (a riesgo, de lo contrario, de hundirse en la esterilidad y la impotencia) atrincherarse en el solipsismo y la confrontación permanente que han sido los rasgos de identidad más idiosincrásicos e inconfundibles del llamado modelo K. Deberá escuchar, dialogar, negociar, acordar, articular voluntades, buscar convergencias. Se lo impondrán las relaciones de fuerza y seguramente se lo aconsejará su propia inteligencia: la opinión pública busca pacientemente una combinación adecuada entre continuidad y cambio, pero si hay algo en lo que masivamente aborrecería la continuidad, es en el estilo. Hay hartazgo de las imposiciones y el monólogo del poder, de las arbitrariedades y las altisonancias, de la rutina de culpar a los demás para desembarazarse de las propias responsabilidades, de la práctica de convertir en enemigos a quienes disienten, abrazan otra idea o proponen otro camino. En rigor, las circunstancias empujan saludablemente al cambio y crean condiciones para que se formule positivamente una agenda de reconciliación nacional y de acuerdos. También es cierto que los acuerdos que el país necesita pueden empezar por los modales y los procedimientos pero en modo alguno podrían reducirse a ellos. Es preciso encontrar un consenso sobre el rumbo, sobre el camino a emprender hacia el futuro, de modo de que la convergencia se pueda traducir en acción eficiente para abordar, al menos, los temas más urgentes y decisivos. Núcleo de coincidencias Algunos estudios demoscópicos de estos días constatan algunas situaciones reveladoras del estado de la opinión pública. Una encuesta muestra, por ejemplo, que porcentajes muy altos (algo más o algo menos del 50 por ciento) de quienes tienen definido su voto por alguno de los tres candidatos que puntean (Sergio Massa, Daniel Scioli, Mauricio Macri) declaran que bien podrían votar por alguno de los otros dos, es decir, no observan incompatibilidades o divergencias profundas entre ellos. Un fragmento significativo de la sociedad parece convencido de que hay un núcleo común que justifica las coincidencias y los acuerdos. En la práctica esas fuerzas políticas, más allá de la natural competencia entre ellas mantienen un diálogo discreto y algunas están ya trabajando en común. A veces lo hacen en el Congreso para resistir atropelladas del oficialismo. Pero también buscan consensos con la mirada puesta en el día después de las elecciones: hay equipos del Pro, de Unen y del Frente Renovador que estudian ya cuáles serán las leyes que el futuro gobierno –cualquiera sea el Presidente elegido- procurará anular o reformular. Se trata de leyes que kirchnerismo impuso a las apuradas, sin búsqueda de acuerdos ni atención a objeciones fundadas y en algunos casos transgrediendo las normas operativas del Congreso. La nómina no es corta, e incluye desde el recién votado Código Civil a la ley antiterrorista, pasando por las reformas a la Ley de Abastecimiento, la modificación de la Carta Orgánica del Banco Central y los llamados superpoderes, para citar sólo las más destacadas. La promesa opositora de derogar leyes ha provocado una contraofensiva oficialista: distintos voceros (sin excluir a la propia Presidente) han sugerido que sus adversarios se proponen liquidar algunas medidas sobre las que, en rigor, existe una extendida aprobación (así en algunos casos sea crítica o tardía), como la llamada asignación universal por hijo. La formulación más execrable de esa política tendiente a asustar a sectores de la población fue la que disparó un funcionario del área de derechos humanos del gobierno nacional, quien vaticinó la muerte de los portadores de HIV en caso de que Sergio Massa o Mauricio Macri ganen las elecciones porque, según él, ninguno de ellos proveería la medicación que esos pacientes indispensablemente necesitan. Las dos batallas de Scioli El hecho de que Daniel Scioli se haya sumado a esa contraofensiva oficialista puede poner el discusión su condición de posible actor futuro de una política de convergencia. Conviene observar este caso más de cerca. En primer lugar, es evidente que el gobernador de la provincia de Buenos Aires está ineludiblemente orientado a ser el candidato todo el peronismo que se mantenga en el oficialismo. Su desafío consiste en llegar a serlo a pesar de los obstáculos y las reticencias del kirchnerismo duro y sin malograr, en ese esfuerzo, las virtudes de hombre de diálogo y consenso que se le asignan ni el compromiso que proclama con un programa de desarrollo tendiente a “superar lo que se ha logrado, hacerlo mejor”. Son estas las cualidades por las que la opinión pública lo distingue con una imagen positiva. ¿Qué dijo Scioli en el marco de la contraofensiva oficialista? “Yo no creo como están planteando algunos que acá haya que derogar todas las leyes”. No todas (en verdad, la oposición tampoco propone eso), ¿pero algunas sí? Scioli señala, en tono retador, dos que él no tocaría: “¿Vamos a sacar la asignación universal por hijo? ¿Devolver YPF a Repsol?”. Menciona, precisamente, dos casos en los que hubo, antes de sus palabras, expresiones inequívocas de Macri y Massa. Ellos mantendrán esas medidas. En suma: lo que suena como una divergencia, evidencia un consenso. Es probable que Scioli y sus amigos sean concientes de que, si su probable candidatura por el Frente para la Victoria puede requerirle trapicheos, negociaciones y concesiones al kirchnerismo duro, su eventual presidencia (en caso de llegar al ballotage y ganarlo) le exigirá otro tipo de acuerdos, una convergencia con uno o varios de sus adversarios electorales que le permita neutralizar a muchos de los que habrán compartido listas y campaña con él pese a rechazarlo íntimamente y a haberlo hostigado permanentemente. “Ahora todos hablan de consenso, de unir, pero yo soy el original, el que primero habló de integrar el campo, la industria, el comercio y de apostar por el diálogo”, dijo Scioli esta semana. Es el programa del segundo pacto. El primer pacto, el que necesita para ser candidato, es el que le demanda a menudo acercarse a quienes lo aborrecen y por momentos mimetizarse con ellos. Acordar los desacuerdos Las fuerzas que trabajan desde ya en la vereda de enfrente del gobierno la tienen más fácil. Pero demás de la delicada tarea de deshacer una trama normativa sesgada y facciosa, que no refleja el estado de la opinión nacional, también ellas están obligadas a pensar en consensos sobre el hacer y sobre el futuro. Es indispensable trabajar sobre la reinserción del país en el mundo, sobre las instituciones y la seguridad jurídica (empezando por garantizar la independencia de la Justicia en todas sus instancias), sobre una agenda de desarrollo económico y social. La España posfranquista se construyó sobre la base de acuerdos (los famosos pactos de La Moncloa). En estos tiempos México avanza apoyado en el Pacto por México, un acuerdo suscripto en 2012 por los tres partidos principales (el PRI, hoy gobernante, el Partido Acción Nacional y el del Partido de la Revolución Democrática) al que luego se sumó el Partido Verde Ecologista. Ese consenso estipula un sistema por el cual los signatarios comprometen coincidencias en algunos puntos programáticos básicos (políticas de Estado) y estipulan sistemas de consultas, acuerdos ante futuras iniciativas de cualquiera de las partes y también acuerdos sobre el manejo de los desacuerdos. Esos consensos han hecho posibles reformas trascendentes en materia de educación y de política energética. En una Argentina que deberá afrontar una herencia pesada y en la que se perfila un futuro gobierno compartido o coparticipado, el Pacto por Méjico puede ser una fuente de inspiración. El año y pico que demandará la transición se vislumbra lleno de riesgos, porque el núcleo duro del gobierno parece empecinado en dejar una herencia irreversible o difícilmente removible a la próxima gestión, empleando al máximo los instrumentos de poder que retiene. En esas condiciones, los consensos básicos tal vez puedan empezar a forjarse en aquellos espacios no controlados por el gobierno y con las herramientas autónomas de la opinión pública y de los sectores del espíritu, la cultura, la producción y el trabajo. En el campo de la política energética ya está en acción una usina de consenso específico, constituida por el grupo de los ex secretarios de Energía, que elabora permanentemente análisis y propuestas para ese sector de proyección estratégica para la Argentina. Esa gestación de acuerdos de abajo hacia arriba puede apalancar a los sectores que hoy deben sostener las banderas del consenso futuro en condiciones de debilidad o minoría y servir de motor a los acuerdos de altura que, llegado el momento, deberán asumir, suscribir y poner en práctica las fuerzas que tengan que cogobernar. En el año 2002, en medio de la crisis de principios de siglo, la Iglesia aportó su capacidad de convocatoria en una experiencia que se llamó Diálogo Argentino. Hoy, con el enorme influjo del Papa Francisco, la Iglesia podría ser nuevamente el techo acogedor de un diálogo para ingresar a una nueva etapa que ya se va configurando, a través de la incertidumbre. Jorge Raventos

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