lunes, 17 de noviembre de 2014

¡Ay costumbre que me has hecho mal...!

¡Ay costumbre que me has hecho mal...! http://www.perspectivaspoliticas.info/ay-costumbre-que-me-has-hecho-mal/ por Gabriela Pousa "Ellos mandan hoy porque tú obedeces" - Albert Camus Por un momento estuve tentada a plagiar una nota titulada "¿Argentina se merece a Cristina?" que escribí hace tiempo ya. Y es que, sin duda, esa es la pregunta que aún gravita en la sociedad. Es muy difícil analizar la política sin observar previamente qué sucede en lo social. En ese sentido, toda exégesis de coyuntura se torna en exceso dura para con nosotros mismos. El 13N juntó gente pero no a la totalidad de quienes dicen estar pasándola mal. Es cierto que las generalizaciones son siempre injustas, y no todos los argentinos merecen vivir como se está viviendo acá. Pero a este estado de cosas se ha llegado gracias a la "colaboración" consciente o no, de los ciudadanos. Es muy fácil ahora olvidar estas portadas, borrarlas de la memoria: Sin embargo, Clarín no mentía. Cristina nos aplastó de múltiples maneras: sepultándonos como seres humanos y agotándonos con la inoperancia, la perversión y el destrato. Aún así, le dejamos hacer a sus anchas. Callamos cuando ella avanzaba con prisa y sin pausa sobre la Argentina que fue y ya no es. Porque aunque la economía sea la primer preocupación de la gente, no es la real causante del mal que se padece. No es siquiera la gota que rebalsa el vaso; cuando eso sucede hay reacción. Se vuelca el líquido y uno tiende a correrse inmediatamente, a levantarse, a buscar un trapo... Acá la gota cae, y la abulia y el hastío miran tranquilos como se moja la mesa, el piso. Desde el año 2003 hasta hoy, el kirchnerismo no ha ofrecido nada que no sean cuotas para plasmas y planes sociales como un cáncer. En cambio, ha deshecho demasiado. Estamos rendidos antes de empezar la batalla. No podemos ganarla sin asumir que la culpa de este presente violento, inflacionario y mísero que se nos presenta está tanto adentro como afuera de Balcarce 50. En la Casa Rosada subyace la corrupción enquistada, esa que nos da rabia, que nos indigna pero "hasta ahí". Protestando también nos quedamos a mitad de camino. Es más, los ilícitos que se descubren terminan convertidos en "hashtag" de Twiter donde el ingenio popular hace catarsis, tomándolos con gracia. Somos como el naufrago que ahogándose piensa "pudo ser más grave". Desde luego, pudo morir de manera más cruenta, sufriendo dolores físicos, padeciendo enfermedades graves... Además, la corrupción, no puede asombrar en demasía cuando es casi una rutina en muchas conductas cotidianas de quienes reclaman: "dejen de robar". No es "viveza criolla" meterse con el auto en el carril de pago automático del peaje sabiendo que no tiene el pase. Claro, así se evitan las filas, total alguien irá a cobrarle porque una vez allí, no puede salir. Atrás ya hay autos esperando. El propio ombligo puede más que el respeto a los demás. En otro nivel quizás, aunque la corrupción es como el embarazo, no admite gradación, no hay hechos de "media corrupción", tampoco es aceptable éticamente llevar un mapa del camino por donde se va, marcados los radares que controlan la velocidad. Y no es distinto ir a ver un Mundial llevando sillas de ruedas -sin sufrir discapacidad-, para tener mejor acceso y ubicación en la cancha. Los corruptos pululan en la calle tanto como en los despachos. Lo triste es que nos creemos unos vivos bárbaros... Así también se sienten la Presidente y los funcionarios. Pero parece que el delito es tal, si abarca cifras siderales o resultan afectados millones, y no algunos pocos que ven perder su tiempo, sus oportunidades. Tenemos una escala de valores muy peculiar, tanto que siempre nos deja afuera de la crítica que se hace a los demás. Parafraseando a la jefa de Estado, podríamos decir que "el pueblo es el otro" Nosotros estamos habilitados para maltratar a quién se nos cruce por delante, para ignorar el saludo de un compañero de trabajo, para hacer "picardías" como las mencionadas, o tapar o la patente para que las multas no lleguen. La dirigencia se siente tan habilitada como los ciudadanos aunque sus "picardías" estén en dimensiones distintas. Ellos hacen la ley, nosotros la trampa. Nada está aislado ni nada se produce sin complicidad de uno y otro lado. Somos un caso extraño donde si el dólar disminuye un par o dos de centavos, la desesperación de la semana que pasó, mengua como si algo realmente hubiese cambiado. Si para los argentinos, la cotización del dólar es el problema, si la crisis la atribuimos a la ineficiencia de Axel Kicillof, ¿quiere decirse que podemos votar a un Hitler si sabe manejar los números y el gasto público mejor? No hay ganas de ver más allá. Para hacerlo es menester subir la montaña, ganar altura, altura moral. Y es más cómodo el sillón del living y jugar al Candy Crush. "La clase media está indignada con Cristina", es la frase más escuchada. Pero la indignación sin movilización activa, que permanezca hasta que le den respuesta, no sirve para nada. Salir a dar una vuelta y volver auto satisfechos a casa no modifica la situación. La democracia es para los pueblos que, a tiempo, saben y se atreven a decir "no". El resto gravita en un falso confort. Es verdad que las marchas no han solucionado el atropello institucional del gobierno, es verdad que la mandataria no escucha ni quiere ver nada, y aunque se marche hoy, mañana nos hablará del partido comunista chino (como ya lo hizo), del cometa Halley o de Redrado y Luli Salazar... Pero tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe, dice el refrán. La perseverancia es todo cuando se tiene un propósito pero está visto que éste no existe en la genética nacional. El cántaro se cansó de ir a la fuente y en consecuencia, ésta sigue intacta. Tanto como Cristina aún cuando nos guste escuchar hablar de "fin de ciclo", y de expectativas de cambio después de los próximos comicios. La Argentina actual parece ser una copia leal de la ciudad de Oran descripta por Albert Camus, azotada por "La Peste". Se vive por vivir. Nada tiene valor. Todo era aceptado por los orenses como una realidad inexorable. Nada podía hacerse hasta que un día, la peste alteró las cosas sustancialmente. Sometidos a un sinfín de medidas de prevención, el pueblo se vio enfrentado a situaciones de aislamiento casi completo. La peste los encarceló y se empezó a valorar todo aquello que habían poseído y ya no poseían más. Depresión y angustia igualó a los ciudadanos y la violencia afloró entre ellos. Al tiempo, la costumbre ganó la batalla y aprendieron a vivir con el mal. ¿Será que también nosotros queremos eso en lugar de una curación final? Quizás somos como esos pueblos que fingen respetar el derecho pero solo se inclinan ante la fuerza. Aprendimos a vivir con el mal. La tiranía no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas. Y estamos fallando... No hacemos nada, sólo quejarnos. Nunca la queja ganó guerras ni contiendas. "A veces la estupidez insiste", escribía el autor.

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