lunes, 6 de octubre de 2014
CRISTINA LA GUERRERA
La guerra privada de Cristina K
http://www.losandes.com.ar/article/print/articulo/la-guerra-privada-de-cristina-k
por Carlos Salvador La Rosa
Es tanta la pasión con que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha asumido su confrontación mundial, esta vez personificada bajo la fachada de los fondos buitres, que bien podría calificarse a su cruzada como algo eminentemente propio, privado, personalísimo.
Esta es una guerra en la que el único ser humano que combate es ella misma; el resto de las fuerzas leales son clones, robots, células de su cuerpo que viven o mueren, aparecen o desaparecen según las conveniencias de su majestad.
Y en cuanto a los enemigos, son enteramente imaginarios. Lo cual no quiere decir que no existan, sino que no están librando ninguna guerra, muchos incluso ni se han enterado de que están guerreando contra ellos.
A sus plantas rendido un león. La cumbre de esta privatización cristinista del supuesto conflicto bélico aconteció en el lapso transcurrido entre sus discursos en la ONU, donde retó a Obama en tanto jefe imperial, y su última exposición en el país, donde denunció un intento de golpe de Estado y un probable magnicidio.
Fue impresionante ver cómo la presidenta argentina intentó ocupar el centro de la escena en Naciones Unidas buscando desplazar con sus problemas domésticos a la crisis de Oriente Medio, ya que -según su peculiar interpretación- es muy probable que las fotos que muestran el degüello de rehenes por parte del Estado Islámico (EI) sean una truchada realizada por sus enemigos.
Presentándose además como una adelantada vanguardista en el tema de Irán, ya que Ella insiste en que se alió con su teocracia bastante antes de que lo hiciera EEUU, que quiere unir fuerzas contra el EI.
Así, en un par de discursos en la ONU acusó al gobierno federal de los EEUU de ser responsable del fallo a favor de los fondos buitres, de errarle a la estrategia en el caso de Oriente Medio, de ser un camaleón en el tema de Irán, de haber sido demasiado cruel con Osama Bin Laden y de estar truchando fotos para incriminar a las buenazos del EI.
¿Si decir todo eso no es estar en guerra, qué es estar en guerra? Aunque, claro, guerra virtual, porque allí nomás firmó mansita en el Consejo de Seguridad el papelito por el cual todos deciden apoyar la estrategia de EEUU y Europa para combatir contra el fundamentalismo islámico.
Guerra, por ende, más imaginaria imposible. Épica rara esa de hacer la guerra con la boca pero recular con el resto del cuerpo. Decir una cosa y hacer lo contrario.
Los aplausos no quitan lo valiente. Quizá sea por eso que Cristina no debió haberse quedado muy contenta, o con gusto a poco. Por eso apenas volvió a su tierra encantada agregó nuevas informaciones para justificar su combate.
Siguiendo la mejor tradición castro-chavista avisó por enésima vez de un conato de golpe de Estado próximo a producirse e incluso descubrió entre el coro de aplaudidores que la rodeaba a un conspirador infiltrado en el Banco Central de la República Argentina, al cual denunció públicamente obligándolo a renunciar mientras el pobre aplaudía denodadamente, no se sabe si agradeciendo que su jefa lo matara o sin entender demasiado por qué.
Pese a su férrea lealtad de años, pasaba a formar parte del bando enemigo simplemente porque el niño Kicillof había endulzado suficientemente la oreja de Ella.
Era un primor, para los que lo miramos por tevé, observar cómo la Presidenta gritaba exaltada: "¡Me quieren derrocar!", y toda la platea aplaudía más exaltada aún.
Para luego sostener que "¡Me quieren matar!" y los aplausos ya aturdían al más mentao. Lo más patético es que eran aplausos con risas de satisfacción, cuando la mera lógica es que si la Presidenta anuncia la posibilidad de un golpe de Estado y de un magnicidio la audiencia debería mostrarse preocupada, silenciosa y pensativa.
Quizá indignada también, pero nunca aplaudiendo ni menos riendo, como si festejaran vaya uno a saber qué. A no ser que sean meros autómatas programados para aplaudir siempre, interpretación que suena mucho más creíble que todas las anteriores.
Aprovechando la bolada. Mientras Cristina libraba su contienda mundial contra los fondos y el mundo buitre, encomendaba a sus huestes locales que fueran aprobando las leyes para poner la Nación en armas.
Por eso en forma apresurada y sin más apoyo que ellos mismos, se sancionaba una Ley de Abastecimiento a partir de la cual se busca descubrir dónde se oculta el enemigo que está boicoteando al país generando inflación y golpismo.
También se sancionaba una reforma colosal del Código Civil y Comercial, al cual se le agregó un articulado de drástica reducción de la responsabilidad de los funcionarios públicos.
Una especie de indulto a los delitos políticos y económicos que empezará a funcionar, ¿adivinen cuándo? Sí, lo adivinó. El 1 de enero de 2016, 20 días después de que se vaya Cristina.
Nepotistas y cartistas. Basta ver a quiénes defienden a Cristina para observar que ellos son en su mayoría, como la Cámpora, una mera extensión del cuerpo de la Presidenta; tan extensión que no han encontrado mejor heredero que uno de sangre azul como Máximo, y sólo por tener sangre azul.
El resto son buena gente que sueña con ver sus sueños de toda una vida realizados por Cristina, como el caso del colectivo intelectual llamado Carta Abierta, un puñado de setentistas que escribió un montón de manifiestos celebrando que la Presidenta haya aplicado sus viejas teorías haciéndolos felices en el otoño de sus vidas como no lo fueron nunca.
Sin embargo, la última carta abierta de los de Carta Abierta ya no le agradece a Cristina que los haya escuchado, sino que sólo se ocupa de justificar todo lo que Ella hace, como cuando dicen: "El lenguaje de las finanzas hoy se resume en amenazantes y lacónicas sentencias judiciales", en "una gendarmería judicial financiera"; en un "contraataque comunicacional judicial".
Vale decir, ahora el enemigo número uno es el juez Griesa, quien pese a ser apenas un magistrado municipal y senil maneja las finanzas, las fuerzas armadas y los medios concentrados del imperio. Agrandan a nadie para poder ser ellos alguien.
Una sumisión injustificable de personas talentosas obnubiladas por un poder político que no manejan ni comprenden y que además los ignora.
Intelectuales malvinizados. Suman a esta guerra imaginaria y privada los muchachos de Página 12 comandados por uno de los más lúcidos, Luis Bruschtein, quien busca racionalizar el conflicto al advertir que "las puertas al discurso negociador las había cerrado el gobierno de EEUU, porque Argentina buscó negociar desde el principio del conflicto que abrió el juez Griesa".
Terminando con una frase espectacular: "Cualquier acercamiento necesitaría gestos políticos de la Casa Blanca, si no quiere que Argentina consolide su relación con otros socios, con otras razones y con otras regiones". Más claro échele agua: EEUU provocó la guerra y si no pide disculpas nos vamos con China o Rusia y sanseacabó, como diría Máximo.
Bruschtein, como toda la izquierda idealista que hace de claque a Cristina desde la ideología más que desde la obsecuencia, cree que estamos viviendo la continuación de la Guerra de las Malvinas por otros medios, cuando aquella fue una tragedia que implicó al mundo, mientras que de esta guerra, salvo Cristina y los suyos, nadie ni siquiera se ha dado cuenta que existe.
Salvo, quizá, los peronistas peronistas, que son los únicos en serio asustados con todas estas batallas de ficción porque les pueden hacer perder sus puestos, intendencias y provincias, que no son de ficción.
Un pueblo desmalvinizado. Felizmente para el país, hoy podemos estar hablando de una guerra privada e imaginaria de una sola persona en vez de una guerra en serio.
Esto es porque la Argentina es hoy un país desmalvinizado en contra de lo que cree Bruschtein, no porque no sienta suya a Malvinas, sino porque ya no cree en el conflicto bélico para recuperarla, como no creyó en la seudoépica con que el cristinismo expropió YPF aunque quiera a YPF. Y menos cree en estas pantomimas con la que se nos quiere vender una negociación financiera como si se tratara del fin del mundo.
Drácula Kicillof versus Van Helsing Fábrega. El único de los del gobierno que está haciendo su propio negocio, simulando llevarle la corriente en todo a Cristina, es el pícaro del Axel Kicillof, una curiosa mezcla de Frankenstein y Drácula que, como el primero, está tomando al país de cuerpo experimental para fabricar monstruos y, como el segundo, se ocupa de clavar sus colmillos en los cuellos de las bellas damas para contagiarles su vampirismo, mientras que el pobre de nuestro Van Helsing vernáculo, el mendocino Fábrega, acaba de ser eyectado del castillo a fin de que el conde Drácula siga haciendo de las suyas, mientras los demás deliran con guerras de ficción.
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