martes, 6 de febrero de 2018
EL POPULISMO
El populismo de la opinión pública
por Jorge Raventos
Uno de los pilares de la comunicación oficial es el que identifica al gobierno con “lo nuevo” y “lo bueno”. Una frase favorita de los altos funcionarios reitera que “nosotros decimos la verdad”.
Ahora bien, uno de los artífices del pensamiento oficialista, Jaime Durán Barba, admite (por ejemplo, en su último libro) la labilidad de esos conceptos: “el mundo de lo simbólico -afirma- ha terminado siendo lo único real” y “la opinión pública es la que crea y recrea la realidad en que vivimos”. Así, la opinión pública tendría un peso determinante sobre la definición de “lo bueno” y “lo malo”, ´por ejemplo.
Quizás en virtud de esa concepción hiperbólica de la opinión pública y de sus giros (que “crean y recrean”), el oficialismo vive a menudo hipnotizado por las encuestas y bajo la influencia de lo que éstas (y sus intérpretes) le sugieren.
Los nuestros
Desde que ensayó la mal llamada reforma previsional (en rigor, el recalculo de la actualización periódica de los haberes), las encuestas traen noticias inquietantes sobre la imagen del Presidente y del gobierno. Las de la segunda quincena de enero mostraron una atenuación de la pendiente, pero confirmaron que la fuerte caída medida a principios de año no se detuvo aún.
Para colmo, mientras Mauricio Macri desarrollaba su gira europea estalló en los medios el “caso Triaca” (un mensaje desafortunado del ministro de Trabajo a la casera de su quinta familiar grabado en las redes sociales y la constatación posterior de que el despido de esa empleada particular había sido compensado con una contratación en el gremio de los marítimos, bajo intervención de la cartera laboral); los estudios demoscópicos de emergencia solicitados por Balcarce 50 detectaron más caída. Y, más preocupante aún, la decepción se reflejaba principalmente en el electorado oficialista, que esperaba (y en definitiva no obtuvo) la rápida expulsión de Triaca del gabinete.
Las señales de alarma movilizaron al gobierno. Los rabdomantes de la opinión pública buscaron temas que desviaran la caída o hasta pudieran revertirla. Así surgió, en principio, la iniciativa de poner en práctica de inmediato el achicamiento de puestos jerárquicos de la administración central, adornado con algunas novedades: congelar los sueldos de las categorías superiores y desprenderse de todos los funcionarios estatales vinculados familiarmente con ministros.
Los ahorros que permiten esas medidas son poco significativos en términos del infladísimo gasto público que sobrelleva el país, pero el gesto fue adoptado sobre todo por su dimensión simbólica, con la mirada puesta en la opinión pública.
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“Veremos qué dicen las encuestas después de estas medidas”, se ufanó una voz de la Casa Rosada, confiada en que la opinión pública (la que “crea la realidad”) acompaña esos cambios decididos por el Presidente.
Esas decisiones no alcanzaron, sin embargo, para tranquilizar a algunos sectores cercanos. Alejandro Katz, miembro del Club Político Argentino (entidad que ya había elevado la voz tras el affaire Triaca), escribió por ejemplo que, si bien se “limita el nepotismo en la administración (…) no es suficiente para borrar el aire de familia entre prácticas del gobierno anterior y las del actual”.
En la búsqueda de recuperación rápida en la opinión pública (especialmente en “los que nos apoyan”, como puntualizó ayer el jefe de gabinete), el gobierno tensó la cuerda con el mundo sindical.
Feos, sucios y malos
A su interés en mantener a raya los aumentos de las próximas paritarias el gobierno suma ahora su cálculo de que polarizar con los gremios rinde frutos en apoyo público. La Casa Rosada e parece convencida de que librar una batalla contra el sindicalismo menos obediente es buen negocio. Este es un diagnóstico acaso correcto mientras la puja se limite al campo mediático o a los tribunales, terrenos en los que el gobierno juega de local, pero más aventurado si la tensión se desliza al escenario de las calles. Precisamente para este teatro se preparan los gremios: los bancarios ya están practicando medidas de fuerza, los maestros se encuentran en una etapa de precalentamiento en vísperas de la siempre tensa paritaria docente. Y los camioneros prometen una movilización “histórica” al centro porteño para los fines de febrero, con respaldo de otros gremios.
Es probable que, desde el otro rincón, Hugo Moyano también considere redituable polarizar con el Presidente. El camionero es hombre de hechos, pero no desprecia la lidia verbal. Después de que Macri le recomendara “no ponerse nervioso”, presentarse ante la Justicia y “no meterse con una persona de 87 años (en referencia a su padre, Franco) que está en su casa, retirado”, el jefe camionero le respondió por escrito: “Es insólito que Usted se sienta molesto por referirme a una persona de 87 años que se encuentra retirada. Debería ser consciente de que con la reforma previsional que ha impulsado su Gobierno no solo se ha metido, sino que ha perjudicado gravemente a millones de jubilados -padres, madres y abuelos de todos los argentinos- que también se encuentran retirados después de haber trabajado dignamente toda su vida y no tienen la posibilidad de gozar de un retiro tan confortable como el de su Padre”. La dureza del tono de Moyano es un índice de la temperatura que puede adquirir la pelea.
El afilado tono de Moyano no es secundado, sin embargo, por algunos de los gremios más numerosos (agrupados con los llamados “Gordos” y con los “independientes”). Estos prefieren una táctica más negociadora, buscan el clinch antes que la pelea franca.
Hay analistas que imaginan que las diferencias de procedimiento auguran un cisma del sindicalismo peronista. Siempre conviene recordar antecedentes que muestran que la trama cismática puede ser un movimiento combinado defensivo en el que un sector presiona desde la calle mientras otra maniobra en la mesa de negociaciones.
El juez, el policía, el Presidente
Además del recurso a la polarización con los gremios, el gobierno creyó encontrar otro filón de popularidad reivindicando y elevando al pedestal de ejemplo a un policía bonaerense que, en el barrio de La Boca persiguió y mató a un joven que, con otro, había atacado a un turista a puñaladas. El propio Presidente recibió al policía en la Casa Rosada y lo catapultó a la jerarquía de modelo. El escenario parecía pintado: un juez que cita en sus fallos a Eugenio Zaffaroni había procesado y embargado al policía, que alegaba en su favor el hecho de haberse defendido de un riesgo inminente. Se trataba de una ocasión aparentemente ideal para capitalizar el cuestionamiento social al garantismo judicial, la presión pública que pide una acción firme en defensa de la seguridad y la imagen plausible de un poder político que defiende a sus agentes del orden.
Algo falló, sin embargo. Un video ampliamente difundido mostró que el policía dispara desde atrás, desde varios metros de distancia, y mata con dos tiros al joven delincuente, que huía y ya no representaba un riesgo presente ni para el agente ni para terceros. De hecho, un grupo de vecinos había detenido sin violencia a su cómplice en el ataque al turista.
Así, lo que quedó como resultado fue que el Presidente proyectó a la jerarquía de ejemplo a un policía que disparó y mató innecesariamente a un joven por la espalda mientras sus funcionarios se abalanzaban contra un magistrado que, en definitiva y más allá de sus ideas, garantistas o no, encuadró bastante bien el caso al definirlo como “exceso en la legítima defensa” y calificando al agente como de baja formación profesional.
¿No fue precipitado impulsar a Macri a asumir ese papel? ¿No fue todo guiado por una búsqueda desesperada (y probablemente infructuosa, a la postre) de recuperación ante la opinión pública?
Después del video difundido, se pueden dar explicaciones, pero, como dice Jaime Durán Barba en su libro, “los textos no pueden refutar imágenes”.
Por qué llegó y por qué sigue Triaca
En lugar de algunos de los palos de ciego con los que el oficialismo ha buscado recuperar el amor de la opinión pública, se preguntan algunos, ¿no le hubiera convenido a Macri desembarazarse rápidamente de Triaca?
“¿Qué tiene que hacer un ministro para que el Presidente le pida la renuncia? ¿Cuál es el límite?”, interrogaron a Marcos Peña los periodistas Claudio Jacquelin y Damián Nabot, de La Nación. El jefe de gabinete les contesta: “Está claro que un límite pasa por la corrupción, la comisión de un delito o cualquier cosa que vulnere la ley”. No queda claro hasta dónde esa respuesta exime con nitidez a Triaca. Es probable, en cambio, que no satisfaga a Alfonso Prat Gay el primer ministro que Macri apartó de su gabinete.
La verdad es que, cuando diseñó su primer gabinete, el Presidente quiso evitar la figura de un superministro de Economía y forjó un gabinete de conducción económica plural, incluyendo varias carteras, entre ellas –notablemente- la de Trabajo. Parecía así tomar nota de que la economía no consiste meramente en balancear números y gestionar cosas, sino en administrar conflictos, tranquilizar y motivar a personas y sectores, despejar el terreno para que puedan desplegarse la producción, la creatividad y el bienestar. Ese gabinete debía, en los papeles, prever, procesar, asimilar y compensar las perspectivas diversas de diferentes actores e interlocutores, antes de que los conflictos se manifiesten en la realidad. Era una manera de internalizar la diversidad, crear un espacio (propio, formado por jugadores propios) en el que pudieran representarse controladamente las presiones y demandas de los distintos sectores. En ese plano de simulación simbólica, la presencia de Triaca trasladaría a las resoluciones del gabinete económico una dimensión de las preocupaciones sindicales, filtradas por un hombre que es políticamente, más allá de lo que evoca su apellido, un Pro “puro de oliva”.
Aunque se evitó el superministro (un dispositivo que “el círculo rojo” sigue reclamando al gobierno), no consiguió eludirse una paulatina centralización de las decisiones, que giran mayormente sobre el equipo de la jefatura de gabinete. Sin embargo, la subsistencia de Triaca en el gabinete indica que la idea original de Macri persiste: él sigue siendo la bisagra entre el Ejecutivo y los sindicatos, señal de que, pese a todas las insistencias de su propia base y del círculo rojo, el Presidente mantiene, junto con su programa de reformismo permanente, la ilusión de ponerlo en práctica en interlocución con el sindicalismo.
Los gremialistas saben que si un día Triaca fuera reemplazado por algún CEO, podría decirse que el gobierno abandonó aquella ilusión.
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