martes, 20 de febrero de 2018

PETITEROS

Por Carlos Salvador La Rosa Uno de los primeros que se alejó de Cristina fue Felipe Solá, quien ya en 2009 se alió con Mauricio Macri y Francisco de Narváez, imponiendo este último la primera derrota al imperio K. En 2013 Sergio Massa fue quien pegó el portazo y también le ganó al kirchnerismo. En 2015 Florencio Randazzo se negó a bajarse de candidato presidencial a candidato gubernamental y selló el fracaso de Cristina cuando su candidato en Buenos Aires, Aníbal Fernández, fue el piantavotos más grande de toda la historia del peronismo desde Herminio Iglesias en 1983. Mientras todos ellos se alejaban -discretamente o no- de Cristina, también lo hacía en fecha imprecisa el que se enojó porque en vez de hacerlo socio, el matrimonio Kirchner lo consideró empleado, Alberto Fernández, quien se fugó sin hacerse autocrítica alguna, y pasó por tantos lados que terminó superando al legendario Borocotó en su capacidad de saltimbanqui. Así, Solá, Massa, Randazzo y Alberto Fernández se presentaron como el postkirchnerismo, los que venían a salvar la herencia del peronismo rescatándolo del kirchnerismo. Se vendieron como civilizados, modernos, abiertos, liberales en el sentido político del término, como los continuadores de la vieja renovación peronista, aquella que junto con Alfonsín sembró las bases sólidas de una nueva democracia y que intentó construir un peronismo republicano antes de que fuera reemplazada por las nuevas hordas de caudillos provinciales y feudales que se apoderaron del movimiento nacional y popular de los 90 en adelante: Menem, Duhalde, los Rodríguez Saá y los Kirchner. Todos patrones de estancia que le borraron hasta el menor sesgo de modernización al incipiente peronismo ochentoso intentando copiar en la Nación lo que hicieron en sus provincias. En nombre de las más variadas e incluso contrapuestas ideologías, que a la postre no significaban nada, trasladaron sus prácticas nepotistas, prebendarias, caudillescas, autoritarias y populistas a sus respectivas presidencias. Prácticas que unificaron a todos estos gobiernos oligárquicos de familia, por más que unos mantuvieran relaciones carnales con EEUU y otros con Irán. Con la decadencia de estos caudillos, los Massa, los Randazzo, dijeron venir a pelear contra esas feas costumbres localistas en nombre de un peronismo universal y abierto al cual ellos se habían ganado el derecho a pertenecer por haberle dicho una vez No a la presidenta, aunque antes le hubieran dicho un millón de veces Sí. Hablaban como iluminados, dictaban clases de moral y de buenas costumbres. Alberto Fernández lo hacía con sus artículos en todos los diarios críticos al gobierno. Sergio Massa con sus anchas avenidas del medio y sus críticas a la corrupción, Stolbizer mediante. Randazzo mostrándose como la flor de la mafia, la cara pura del burdel, el salvador de trenes. Y Felipillo con su pinta de galán maduro que jamás se ensucia aunque haya frecuentado todos los más bravos lodazales como elegante y permanente habitué de los mismos. Los cuatro son paquetes, perfumados, presentables, hablan lindo y fino. No asustan como otros. Pero les fue muy mal en las últimas elecciones. A Solá y Massa se les achicó al mínimo la ancha avenida. Y Randazzo, aunque contara con el apoyo intelectual del Alberto Fernández, apenas figuró. A Cristina le fue mejor que a todos los chicos finolis que algunos vez se le atrevieron. Y entonces, los que vinieron a cambiar la historia, se empezaron a asustar. Se comenzaron a dar cuenta que estaban más atados a la historia K de lo que ellos superficialmente creían. Que la sociedad no era tonta y que sabía que volverían por más que juraran mil veces no. Que eran iguales a los que criticaban. Entonces se resignaron a volver. Los peronistas duros, por su parte, en vez de tratar de explicar racionalmente lo irracional como nuestros nuevos renovadores, intentaron ver si Macri se caía como De la Rúa y conste que hicieron todo para lograrlo. La nueva guerrilla semiológica proveyó los fusiles simbólicos, tal como Horacio Verbistky que acusó a Macri de desaparecedor de personas o Raúl Eugenio Zaffaroni que le pidió que se vaya por una razón sustancial: porque a él no le gustan las políticas que está aplicando Cambiemos. Por su parte, los sindicalistas más pesados, los Barrionuevo y Moyano, también se sumaron a la prédica golpista, pero por razones menos espirituales que los ideólogos de la revolución: para no caer entre rejas. Entre presidiarios se entienden. Todos juntos, presentes o ausentes, presentables e impresentables, duros o finos, coincidieron en la toma del Congreso de diciembre cuando -aliados nuevamente al kirchnerismo- buscaron acabar con la democracia a pedradas a ver si diciembre de 2017 se transformaba en diciembre de 2001. Estaban muy lejos de lograrlo, muy lejos, pero ellos no lo sabían y pusieron el alma en la patriada. Hasta que entendieron lo poquitito que eran. Que ni subiéndose a la muerte de Maldonado ni apoyando las piedras de los delirantes ni proponiendo todos los días un golpe por la razón que sea, nada les quitaba su impotencia. El de ser definitivamente lo viejo aunque todavía no surgiera lo nuevo. Entonces dejaron de lado todo intento de diferenciarse, y se dejaron tentar por los kirchneristas con más cara presentable, los más parecidos a ellos: Daniel Filmus y sobre todo Agustín Rossi. Hicieron un acto donde se juntaron para olvidar viejos agravios, y también para olvidar todo lo que dijeron contra el kirchnerismo cuando se fueron del kirchnerismo. Emocionados, cantaron abrazados la marchita peronista y el Alberto Fernández hasta le fue a pedir la bendición al Papa Francisco para el reencuentro de la sagrada familia. El Sergito Massa todavía no dice nada porque la Marga Stolbizer que le creyó cuando él le juró que jamás volvería al peronismo, y menos con Cristina, hoy lo quiere matar. Pero él, como buen marido engañador le dice que no tiene nada con Cristina, aunque, como los otros, se muere por volver. Quisieron armar una alternativa por fuera y hacia el futuro con la vieja táctica del peronismo de decir que ellos no estaban de acuerdo con lo que hicieron sus jefes aunque ellos hayan sido sus brazos ejecutores. Y porque no estaban de acuerdo, ahora se proponían ser los nuevos jefes como si nunca hubieran tenido nada que ver con los anteriores. Pero esta vez no lo lograron. Y además, ¿para qué irse si los K están cayendo todos presos? Y los impresentables son mayoría. Por eso ellos ahora ofrecen sus caras presentables, de gente bien y razonable, para ver si Cristina, que perdió con Macri pero les ganó a todos ellos, les permite heredarla. Y, así como el duro de Moyano, tal cual un gorrioncito apichonado la invita a tomar un café a Cristina, estos peronistas refinados (petiteros se decía antes) la invitan a tomar té con masitas. Como si se tratara de la tía rica y ellos fueron los sobrinitos que la quieren heredar. ¡Cómo los debe despreciar la señora! ¡Y con cuánta y justa razón! Pero lo más seguro es que les acepte el invite. Fuente: diario Los Andes

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