domingo, 11 de noviembre de 2012

EL DÍA DESPÚES

El Día "D" (de "después") por María Zaldívar Aplacada la adrenalina que generó la movilización más imponente que la ciudadanía le hizo al peronismo desde la histórica celebración de Corpus Christi, vino el tiempo de las reflexiones. Según el gobierno fue un fracaso. El resto del mundo se impresionó. Un millón o quizá algo más de personas movilizadas espontáneamente por el desagrado que provoca una persona y el hastío que producen sus políticas es para impresionar. No estoy segura si lo que más le sorprendió a los K fue la contundencia del evento o los buenos modales de los participantes pues ellos carecen de ambos; lo cierto es que el argumento más lúcido que encontró el oficialismo cuando vio caer el relato brutalmente “knockeado” por la realidad fue cierta falta de claridad en el reclamo. ¿Habría que explicarle a quien no escucha que “No hay peor sordo que el que no quiere oír”? Decididamente no y ante ese panorama la sociedad tiene dos tareas inminentes: aceptar que este gobierno no va a cambiar el rumbo y canalizar esa energía renovada y constructiva que mostró en la marcha hacia una salida electoral. Por ahora está faltando relacionar el descontento general con la acción política, única vía para cambiar las cosas. Mientras ese paso no se materialice, estaremos estancados en el dilema del eslabón perdido. Los argentinos nos enfrentamos a dos peligros: uno es la supervivencia del kirchnerismo, que lleva una década mostrando una capacidad de recomposición impensada; el otro es la carencia de opción a esa fuerza carnívora. El oficialismo, por su parte, tiene un problema insalvable que puede convertirse en la fuente de su autodestrucción: no puede con la clase media y cuando no entiende, el kirchnerismo hace lo que hace el necio: levanta la apuesta, y más se aísla en su ignorancia y en su error. La explicación es sencilla pero indigerible para los interesados: la enorme mayoría de esta dirigencia peronista proviene de familias de clase baja. Casi todos dieron un brinco económico que los hizo adelantar varios casilleros de golpe. Fueron de Tolosa a Puerto Madero casi sin escalas. El nuevo vecindario colaboró con la confusión; les devolvió una imagen de clase alta que destiñe al sólo golpe de vista pero peor aún que la versión equivocada de ellos mismos es que en el salto pasaron raudos sobre las cabezas de la clase media sin detenerse y perdieron la oportunidad de tomar contacto con el sector más genuino del proceso de la generación de riqueza. La clase media es el pilar económico de las sociedades modernas. La histórica clase media argentina estudia y quiere que sus hijos estudien; piensa en el futuro, hace planes y tiene proyectos. Esa clase media vive de su ingreso, ahorra y es la menos subvencionada de toda la pirámide; espera la mejora de su calidad de vida de su propia iniciativa. El esfuerzo y la superación son el motor de sus acciones. Sus definiciones de dignidad y de progreso colisionan con las del “stablishment” encaramado en el poder y por eso no se siente representado por ningún miembro de la corporación política de la que el peronismo es anfitrión hace varias décadas, a la que impuso sus malos modales y a la que fue invitando al resto que, con escasísimas excepciones, se sumó gustoso. La clase baja, esa que el peronismo multiplicó con perversa planificación para su propio y exclusivo beneficio, espera todo de los demás. Su signo inconfundible es la mano extendida. Vive de la beneficencia pública y privada y en su rutina de vida el esfuerzo no califica. Se pide y eventualmente se exige. Sus integrantes son el producto de una política populista que los necesita y los tiene de rehenes. Otro problema de los K es que no han trepado a sus lujosas torres con vista al río escalón por escalón. La clase media que llega a esas cimas lo hace subiendo piso por piso; un peronista desembarca por la terraza, quién sabe cómo y quién sabe de dónde. Por eso nunca se cruzan en el trayecto. La clase media es el espejo en el que el kirchnerismo se niega a mirarse. Los valores de la clase media son una trompada en la boca del estómago para quienes hacen trampa en el juego de la vida. El peronismo aplica una noción errónea de dignidad; cree que lo importante es tener y por eso reparte limosna. La clase media entiende que lo que dignifica las posesiones es el modo con que se obtienen; para ella las legitima el cómo y no el qué. Las diferencias entre esa clase media y el peronismo son tan abrumadoras como insalvables. Nunca podrán doblegarla porque no existe el subsidio a la sana ambición de progreso. A los millones que hoy engrosan la base de la pirámide social como a los poderosos de la cúspide los compran con ventajas materiales. A la clase media, no y por eso el poder de esa parte de la sociedad es enorme. Cuando se dé cuenta y decida sacarle la alfombra a este sistema, que se agarren de la torre los corruptos.

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