domingo, 11 de noviembre de 2012
LA PATRIADA ES EL 7 D
Festejando lo que vivimos, preparando lo que vendrá
"Así como Montoneros sobrevivió 40 años fuera del poder, mimetizándose como peronistas, menemistas, aliancistas, radicales o socialistas, el kirchnerismo y el cristinismo talibán cree que podrá disfrazarse de postkirchnerismo o de postcristinismo para sobre vivir en los espacio de poder que ocupan, aunque nunca lo reconocerán públicamente. La próxima batalla es el 7-D, contra el Grupo Clarín, la cabeza visible que supuestamente controla ese “formidable aparato cultural” que hace que “los argentinos tengan una idea distorsionada de su propio país”. No es una lucha por el negocio de un multimedios, será una defensa de la libertad de prensa, de libertad de informarse, de la libertad de expresarse. Casi con seguridad, el 7-D tendrá menos seguidores que el 13-S y que el 8-N. No importa. Lo importante es la resistencia. Las guerras se ganan batalla a batalla. Hay que dejar que Cristina Fernández intente seguir construyendo la épica. La clase media, ahora, tiene que decidir si volverá a ser protagonista de la historia argentina o si será seducida por un subsidio, un crédito barato financiado por jubilados o un plasma. Queda en la gente", afirma el autor, en vibrante análisis.
por CLAUDIO M. CHIARUTTINI
CIUDAD DE BUENOS AIRES (Sin Saco y Sin Corbata/Radio El Mundo). El #8N superó todas las expectativas, proyecciones y estimaciones de sus impulsores y de sus detractores. Fue una gravísima derrota política para la Casa Rosada y se convirtió en la mayor movilización popular espontánea desde los actos de cierre de campaña de la Unión Cívica Radical y el Partido Justicialista en 1983 y los festejos de la obtención del Mundial ´78.
Más de un millón de personas en la capital federal -y otras 500.000 en decenas de puntos del interior y el exterior- se dieron cita para expresar su enojo, su desagrado, su disgusto, por el giro que le imprimió Cristina Fernández a su segundo mandato. He aquí la primera gran lección del #8N: no hay espacio para hablar de una reforma de la Constitución Nacional, y menos, de pensar en la re-reelección.
Si bien la gran derrotada fue Cristina Fernández, quien a destiempo, en forma desarticulada, sin espontaneidad y con denostaciones de bajo nivel, salió a criticar el llamado a la movilización y sus resultados, es el pícaro senador Aníbal Fernández, creador e impulsor de la globósfera kirchnerista, quién quedó aplastado por la masiva movilización que, en forma infructuosa, intenta minimizar con sus declaraciones.
Esta es la segunda gran lección del 8N: la confianza que tiene la Casa Rosada por controlar el voto de los mayores de 16 años queda en duda, dado que el kirchnerismo ha perdido el control de las redes sociales, ha sido derrotado en el terreno donde más esfuerzo puso para ganar votantes. Hoy, los jóvenes están viendo una realidad distinta a la que les muestra el gobierno y eso, destroza el relato oficial.
Una regla no escrita en Ciencias Políticas sostiene que los movimientos sociales masivos y crecientes, como el visto el jueves #8N, no se deben ignorar. Sin embargo, Cristina Fernández parece haber elegido ese camino. Después del 13-S no se preocupó por conocer la motivación de la gente que avanzó hacia la Plaza de Mayo. Tampoco le importa la raíz de que más de 1,5 millón de personas expresaron su rechazo hacia la gestión cristinista.
La actitud de la Presidente de la Nación es la misma que el conservadurismo y el nacionalismo tuvieron con el 17 de Octubre de 1945, cuando minimizaron la marcha popular. Sin embargo, con esa actitud, no pudieron evitar el nacimiento del peronismo. Es incomprensible que sea, justo una militante que destaca su origen peronista, quien repita el mismo error.
En un discurso destinado a calmar las aguas de los colectivos kirchneristas, que vivieron con preocupación la movilización y la creciente adhesión de la protesta, Cristina Fernández intentó explicar la marcha culpando a un “formidable aparato cultural para que los argentinos tengan una idea distorsionada de su propio país”.
De esta forma, para el relato oficial, el #8N fue organizado por Hugo Moyano, Mauricio Macri, Elisa Carrió, Luis Barrionuevo, el Grupo Clarín, la Sociedad Rural Argentina y un grupo de golpistas que controla un aparato comunicacional que tiene a millones de argentinos sometidos a una mentira sistemática. Una verdadera ridiculez que minimiza a los participantes de las dos marchas y magnifica el poder de convocatoria y movilización de los nombrados por la campaña difamatoria.
El diagnóstico oficial es tan pobre y carente de sentido, en especial, para un gobierno populista que en la noche del jueves #8N, perdió el control de la calle, algo impensado para un cristinismo talibán que hace gala de su ADN peronista y su cultura setentista. Perder la calle, para este particular grupo político, es un signo claro de debilidad, es una señal de pérdida de liderazgo de Cristina Fernández.
Por eso la Presidente de la Nación tiene que llevar calma a su colectivo militante. En el peronismo la pérdida de liderazgo desata una puja por reemplazar ese liderazgo y, en la historia argentina, estas pujas, por lo general, son violentas, duras y el perdedor es pulverizado. Ocurrió con Montoneros hace 40 años y con el menemismo hace 10 años.
Es cierto que para la forma de pensar del cristinismo talibán el conflicto forma parte de la realidad política: no es posible ni necesario evitarlo, es formador de identidad y permite una acción política clara y precisa. Por eso Cristina Fernández no evita el conflicto, al contrario, lo incentiva dado que cree que puede ganarle a sus enemigos.
He aquí el segundo error de Cristina Fernández: ella cree que puede salir ganadora de esta disputa de poder. Tal como repite sin cansancio el oficialismo, no ven un liderazgo político alternativo y creen que es una movilización vacía que no va a capitalizar nadie y que no construirá una opción. Sin embargo, olvidan que una masa sin liderazgo hoy no es una masa sin liderazgo mañana.
El 13-S comenzó un fenómeno que se cristalizó el 8-N: la clase media argentina está recuperando su capacidad de reclamar y de movilizarse. Es decir, la clase media está recuperando la política como medio para canalizar sus reclamos. Algo que los intelectuales neomarxistas que tanto aplauden en la Casa Rosada no supieron prever. Empoderarse se llama el fenómeno.
La clase media, que fue el orgullo del peronismo, que impulsó un estilo de vida, de cultura y un modelo de país; está dejando de ser una entelequia informe de consumidores para recuperar su rol de ciudadanos que exigen sus derechos dado que cumplen con sus obligaciones.
Detrás del millón y medio de personas que se movilizaron el jueves está naciendo una masa de votantes independientes que busca un liderazgo. En 2011, ese grupo se dividió, atomizó su voto y permitió que Cristina Fernández tuviera 54% de los sufragios. Sin embargo, ahora, buscan una opción que, aunque no exista hoy, aparecerá mañana.
En la Argentina, cuando la clase media decidió exigir su pedazo de poder político, nació la Unión Cívica Radical y desapareció una generación liberal que había gobernado 50 años. Luego, esa masa alimentó el nacimiento del peronismo, le dio fuerza al menemismo y se volcó, aunque sin entusiasmo, hacia Néstor Kirchner en 2007.
Esa clase media fue castigada en forma permanente con el kirchnerismo y denostada por el cristinismo talibán. Se la culpó de haber sido cómplice de los militares en los sucesivos golpes, de no haber acompañado proyectos ilusos como el que impulsaba Montoneros, de los desaparecidos, de la derrota en las Islas Malvinas y, ahora, de no entender las dimensiones del supuesto cambio cultural, político y económico que estaría llevando a cabo Cristina Fernández.
El 13-S, esa clase media se mostró molesta, rabiosa, cansada del abuso. Ahora, el 8-N, esa misma clase social perdió el miedo de expresarse, recuperó la calle, dejó la cacerola y tomó la bandera argentina, es decir, dejo la simple queja por reclamar valor inmateriales, valores liberales, valores burgueses.
El jueves #8N, la clase media perdió el complejo de culpa que una izquierda soberbia le colgó del cuello hace mucho. Usando ese complejo de culpa se montó un negocio alrededor de los derechos humanos y un aparato clientelista explotando los derechos sociales. El gobierno salió a hacer populismo con el dinero de la clase media y, ella, pagó con los ahorros de las AFJP, la inflación y el aumento de la presión impositiva. En el camino, el gobierno destruyó instituciones constitucionales y convirtió al ciudadano en un mero votante circunstancial que es abusado una vez cada dos años.
El gobierno debería aprender de Vladimir Lenin: las revoluciones sociales no nacen de las clases bajas, nacen en las clases burguesas y son acompañadas por las clases bajas. Las revoluciones, decía Lenin, las haces los intelectuales, pero las protagonizan los pueblos y el 8-N fue, sin duda, una pueblada, sin violencia, correcta, ordenada. Bien burguesa.
¿Y cómo reaccionará Cristina Fernández? El habitus la condiciona. Está en los genes kirchneristas negar la realidad. Los domina el relato. Se lo creen. Por eso, como se consideran irremplazables, van a pelear por mantenerse en el poder. Tal como ocurrió ya muchas veces en los últimos 10 años, cada vez que el gobierno se siente arrinconado contraataca, arremete, ejerce presión, esmerila a sus enemigos, fomenta divisiones, impulsa disensos, usará la política para sumar poder e imagen.
La fórmula es conocida: Cristina Fernández seguirá ninguneando el 13-S, el 8-N y cualquier otra protesta social que surja. Lanzará avanzadas en todos los frentes. Se victimizará. Consolidará el colectivo político que la sostiene en el poder. Intensificará el accionar territorial. Tratará de arrasar al Partido Justicialista, el instrumento político al que más teme.
Sin embargo, el 13-S y el 8-N también fue visto por la televisión por los gobernadores, intendentes, gremialistas y legisladores peronistas. Ellos saben que el liderazgo de Cristina Fernández está debilitado, que el proyecto hegemónico pende de un hilo y que las aspiraciones reformistas de la Constitución Nacional dejaron de existir.
En reserva, muy en reserva, crece un estado deliberativo. El peronismo sin liderazgo es anarquía y fácil de derrotar. Como nadie quiere perder su espacio de poder, comenzará un proceso de decantación. Ya hay candidatos (Daniel Scioli, José Manuel de la Sota, Hugo Moyano), aparecerán otros y todo se decantará con lentitud.
La Casa Rosada usará para controlar al peronismo garrote y billetera. Para la oposición, esmerilamiento. Para los propios, unión y organización. Habrá más relato, más crispación social, se incentivarán divisiones y se alimentarán los conflictos. En la pelea, Cristina Fernández buscará la imagen perdida por la pésima gestión del último año.
El “vamos por todo” será acompañado por el “más de lo mismo”. Pero como sostuvo Albert Einstein, hay gente que cree que cometiendo un error una y otra vez puede obtener resultados diferentes. El llamado “modelo” no cambiará, se profundizará en sus distorsiones. El problema es que los recursos ya no alcanza, el peso perdió competitividad, no quedan muchas más cajas por saquear y no existe el espacio para seguir cometiendo errores.
Como parte de su acción política, Cristina Fernández preparará el escenario para ser un nuevo Raúl Ricardo Alfonsín, que en vez de asumir la culpa de sus profundos errores de gestión, prefirió habla de un “golpe financiero” para explicar su fracaso. La construcción mediática está en pleno desarrollo. El mito busca su anclaje con la realidad que le de sentido.
Así como Montoneros sobrevivió 40 años fuera del poder, mimetizándose como peronistas, menemistas, aliancistas, radicales o socialistas, el kirchnerismo y el cristinismo talibán cree que podrá disfrazarse de postkirchnerismo o de postcristinismo para sobre vivir en los espacio de poder que ocupan, aunque nunca lo reconocerán públicamente.
La próxima batalla es el 7-D, contra el Grupo Clarín, la cabeza visible que supuestamente controla ese “formidable aparato cultural” que hace que “los argentinos tengan una idea distorsionada de su propio país”. No es una lucha por el negocio de un multimedios, será una defensa de la libertad de prensa, de libertad de informarse, de la libertad de expresarse.
Casi con seguridad, el 7-D tendrá menos seguidores que el 13-S y que el 8-N. No importa. Lo importante es la resistencia. Las guerras se ganan batalla a batalla. Hay que dejar que Cristina Fernández intente seguir construyendo la épica. La clase media, ahora, tiene que decidir si volverá a ser protagonista de la historia argentina o si será seducida por un subsidio, un crédito barato financiado por jubilados o un plasma. Queda en la gente.
Por mi parte, ya tengo decisión tomada: nos vemos el 7-D.
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