domingo, 11 de noviembre de 2012
ENCERRADA
Después del 8N, la encerrona presidencial: subsistir a cualquier precio o destruirlo todo
noviembre 11, 2012
By Matías E. Ruiz
Al cierre de la masiva demostración pública nacional del 8 de noviembre, los interrogantes no son tan numerosos como cabría esperar. La Presidente -mal que le pese a muchos- jamás convocará al diálogo.
La participación ciudadana durante el 8N fue masiva, de carácter nacional y declaradamente pacífica. Así lo presentaron los hechos, y pocas discusiones caben al respecto. Centrarse en el número de argentinos movilizados o en las carencias de liderazgo coincidiría, sin más, con la óptica empleada por los personeros del Gobierno Nacional, que solo exhiben la meta de tapar el sol con el dedo pulgar y modificar la realidad para la propia conveniencia.
Conforme ya se había anticipado por este medio desde redes sociales, el dato de color fue la expresión masiva que se llevaría a cabo en las inmediaciones de la Quinta Presidencial de Olivos. La multitud que se apersonó en el lugar constituyó la prueba de que son los modos y la personalidad de Cristina Elisabet Fernández Wilhelm [viuda de Kirchner] las variables que nuclean el mayor rechazo. Por si ello fuera poco, allí están los porcentajes publicados por la encuestadora Management & Fit, que sitúa el nivel de aprobación de la jefe de estado en un magro 28%. De tal suerte que la primera mandataria se desliza rápidamente a los veintidós puntos porcentuales que caracterizaban a la gestión De la Rúa, momentos previos a la caída del ex presidente radical.
La concentración ciudadana en Olivos -sitio desde donde Cristina Kirchner seguía las eventualidades del 8N junto a Carlos Zannini y otros- sobresalió por la magnanimidad de los presentes. Sería justo decir que estos, muy a contramano de lo que se pregonaba desde la usina de propaganda oficial, le perdonaron la vida a la Presidente. Jamás se propusieron oficiar de objetos de destrucción ni de putsch alguno con el objetivo de obsequiarle un jaque mate a la viuda. Antes bien, de lo que se trató fue de brindarle una última oportunidad a su Administración para que ponga punto final a la soberbia, la corrupción rampante y la corrosión programada de la libertad y las instituciones. Con el foco puesto especialmente en la impunidad de la delincuencia y los desbarajustes montados maquiavélicamente desde el poder en perjuicio de la economía. Otro detalle destacó en medio del capítulo de la Quinta Presidencial: no existió ni el más mínimo intento oficial por oponer resistencia a la aglomeración de ciudadanos indignados. Será acaso porque esa posibilidad ya no existe. Las consignas divisionistas de la Casa Rosada ya no prenden: no alcanzan siquiera para movilizar a la propia tropa, y tampoco existirá contramarcha, porque las comparaciones sólo devolverían más derrotas. De aquí al desbande, el trecho podría ser demasiado breve.
Mientras tanto, la espontánea epistemología del 16S y el 8N se ha anotado dos grandes logros. La primera de esas movilizaciones alcanzó para que los diluidos embajadores del cristinismo se llamaran a silencio con el soneto de la re-reelección de su jefa política. El 8 de noviembre -se demostrará próximamente, puertas adentro- se permitirá el lujo de atenuar la avanzada contra el Grupo Clarín. De esta manera, la columna vertebral que supo aglutinar al expresionismo oficialista se encuentra a un tris de la implosión, porque esos dos ítems -se suponía- estaban llamados a oxigenarse con las próximas elecciones legislativas de 2013. Cristina Fernández Wilhelm ya es un pato rengo, sin importar que se esfuerce en no reconocerlo.
Las primeras horas del viernes 9 permitieron colegir que la viuda de Néstor Carlos hizo mérito para desconocer la manifestación que convocó a no menos de dos millones de personas en todo el país. En su tierna referencia al aniversario de la confección del congreso del Partido Comunista Chino, confirmó que no cejará en su intento por profundizar la ominosa agenda de su gobierno. Valga la incoherencia: en momentos previos a las concentraciones del 8N, invirtió generosos minutos en ordenar a la Fuerza Aérea Argentina que se prohibieran los vuelos de helicópteros en los cielos de la Ciudad de Buenos Aires. Había que evitar grabaciones en video que probaran el grosor de la multitud.
Aún resta ver las últimas pinceladas de ingenuidad de parte de referentes políticos opositores de ocasión y columnistas dominicales que seguirán exigiéndole a la Presidente de la Nación que ‘convoque al diálogo y al consenso’. La pérdida de la brújula no es solo atribuible al oficialismo: también caracteriza a la vereda de enfrente. La gran mayoría de ellos no saben siquiera dónde están parados, como tampoco lo supo el malogrado Eduardo Duhalde, en momentos en que se aferró a Kirchner para desembarazarse de la sombra amenazante de Carlos Saúl Menem. Un cóctel de torpeza y egoísmo miserable que ha depositado a los argentinos en el presente contexto de enfrentamiento.
Cristina Elisabet Fernández Wilhelm sabe que su ambición re-reeleccionista toca a su fin, y solo trabaja para demorar el anuncio del retiro. Ella se encuentra sostenida -claro está- por una juventud tan oligofrénica como incompetente y por funcionarios a quienes les resulta un imperativo categórico colgarse de sus vestiduras para evitar la prisión y el escarnio público. Con todo, el propio reconocimiento del fracaso no le impedirá a la Presidente terminar de confeccionar un panorama ruinoso para las migajas que quedan de la República. Regresará la vieja prerrogativa: ‘Nosotros, o el caos’. Y más nos vale a los ciudadanos no volver a pecar de inocentes y distraídos.
La Señora que hace pocos meses declarara ante una mesa con dignatarios políticos de su partido en el interior (y donde no estuvieron ausentes jefes militares) que le importaba ‘un cara… el 46%’, ya tiene preparada una venganza sin paralelo, si acaso no llegare a resultar victoriosa en las Legislativas 2013. En tal escenario, veremos el súbito final de la política de subsidización y el violento sinceramiento de la totalidad de las tarifas… entre otros recortes.
Matías E. Ruiz
El Ojo Digital
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