viernes, 7 de diciembre de 2012

PÁNICO

SEGÚN LO VEO Pánico en la Casa Rosada por James Neilson Hay que sentir piedad por quienes sirven al gobierno nacional. Para mantenerse en sus puestos, todos, desde el ministro más encumbrado hasta el ordenanza a cargo del té presidencial, tienen que complacer a una jefa que es terriblemente exigente y que no tolera la más mínima desviación del libreto que ella misma ha escrito. Por lo demás, parecería que es bastante caprichosa, proclive a cambiar de opinión por motivos misteriosos, lo que obliga a sus dependientes a procurar adivinar lo que quiere de ellos. Habrá sido por eso que, al acercarse el día calificado, con espíritu belicista, de "7D", la fecha fijada por el gobierno para el desmembramiento definitivo del monstruo que se llama Clarín, los soldados de Cristina se han prestado a una extraña competencia para ver cuál de ellos puede proferir la barbaridad más impactante y de tal modo anotarse algunos puntos en la interna oficialista. El enemigo a derrotar ya no es Clarín, es la Justicia. ¿Ganará el ministro correspondiente, Julio Alak, por haber aseverado que una eventual medida cautelar que no le agradara equivaldría a un "alzamiento"? ¿Se impondrá el diputado Carlos Kunkel, un personaje que se hubiera sentido a sus anchas en la Unión Soviética de Stalin, por advertirnos que la maldita "corporación judicial" está preparando un "golpe institucional para romper la continuidad de la democracia en la Argentina"? ¿O logrará otro militante oficialista, alguien como el temible Aníbal Fernández, derrotar a sus rivales diciendo algo que sea aún más apocalíptico? Para Cristina, la tibieza es síntoma de deslealtad, de suerte que los deseosos de merecer su aprobación, aunque sólo fuera por un par de días, no tienen más alternativa que la de llamar la atención a su presunto fervor anticlarinista y antijudicial. El ataque de histeria colectiva en que, para diversión de algunos y consternación de muchos más, están participando tantos miembros del elenco gubernamental, sus aliados en el Congreso y en la multitud de agrupaciones combativas que apoyan a Cristina a cambio de subsidios o, lo que es todavía peor, porque les encantaría aprovechar lo que tomarían por una oportunidad para dinamitar el statu quo parece deberse más a la conciencia de que el "proyecto" kirchnerista está por hundirse que a la convicción de que le espera un triunfo histórico. Últimamente, el gobierno ha cometido tantos errores absurdos que brinda la impresión de estar a punto de desintegrarse. Es tan grande su propia vocación autodestructiva que los azorados políticos opositores no tienen que hacer nada salvo mirar pasivamente el psicodrama que está desarrollándose ante sus ojos. Según la prensa española, Hermes Binner resumió la situación en que se encuentra al oficialismo señalando que, "desde la presidenta para abajo, los kirchneristas aparecen enfermos, alienados, obsesionados por el odio. Es la única explicación posible a los disparates que están cometiendo." La verdad es que a Cristina y compañía les convendría que el Grupo Clarín siguiera siendo el enemigo satánico e inmensamente poderoso de la febril imaginación oficial. Si lograran despedazarlo, se privarían del cuco que desempeña un rol fundamental en el extravagante "relato" kirchnerista. Podrían reemplazarlo por el imperialismo yanqui, el capitalismo o los mercados, pero las repercusiones económicas de una guerra santa contra el orden internacional serían tan calamitosas que el gobierno no tardaría en quedarse totalmente aislado. Mal que le pese a Cristina, la Argentina no es Venezuela, un país petrolero que tiene garantizados ingresos anuales de muchos miles de millones de dólares y por lo tanto puede darse el lujo de mofarse de los demás. A diferencia del "mundo" denostado esporádicamente por la presidenta por resistirse a ponerse a su altura, Clarín es un tigre de papel. La influencia política del conglomerado encabezado por el matutino porteño siempre ha sido escasa: de ser tan fuerte Clarín como dan a entender los resueltos a pulverizarlo, Cristina no hubiera arrasado en las elecciones presidenciales del año pasado. Tratarlo como si constituyera el obstáculo principal en el camino de la kirchnerización del país, librando en su contra una feroz "batalla cultural", sólo tiene sentido para quienes creen a pie juntillas en su propia propaganda. Según parece, Cristina ha caído en la trampa así supuesta. Lo mismo que centenares de autócratas a través de los milenios, al aferrarse a un relato determinado se ha alejado irremediablemente de la realidad concreta. Por fortuna, no existe el peligro de que a la Argentina le aguarden los horrores que experimentaron otros países en que los gobernantes intentaban subordinar absolutamente todo a una ideología, culto religioso o, como a menudo ha sucedido, su propia gloria personal, pero así y todo parece inevitable que la malsana obsesión presidencial, presuntamente compartida por quienes militan en el oficialismo, tenga consecuencias perniciosas. De imponer el gobierno un apagón informativo, los ya molestos por los esfuerzos presidenciales por minimizar la importancia de los cacerolazos multitudinarios y los paros obreros procurarán hacerse oír con protestas mucho más estruendosas. Cristina y los suyos son partidarios entusiastas de la teoría de la "mentira patriótica", de la idea de que en ciertas circunstancias una buena ficción es mucho mejor que una verdad desmoralizadora. Fue con el propósito de manejar las expectativas con la esperanza de alentar a los empresarios e inversores en potencia, de tal manera poniendo en marcha un ciclo virtuoso, que Néstor Kirchner ordenó al Indec embellecer las estadísticas económicas, comenzando con las relativas al aumento del costo de vida. El truco sólo funcionó por un par de meses, pero en lugar de abandonar el intento de engañar así a "los mercados", los responsables de institucionalizar la mentira rehusaron darse por vencidos. Los resultados están a la vista: merced al voluntarismo insensato del gobierno kirchnerista, la Argentina no está sacando provecho del gran boom latinoamericano. Mientras que países como Chile y Perú avanzan con rapidez envidiable, se ha condenado a sí misma ya a un largo período de estanflación, ya a una nueva convulsión empobrecedora de la clase que sufrió una y otra vez en el transcurso de su historia, desgracia que, huelga decirlo, incluiría entre sus muchas víctimas el proyecto de Cristina.

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