martes, 29 de mayo de 2012

BARRANCA ABAJO

Barranca abajo por María Zaldívar La educación argentina es pésima. Hace un par de décadas, yo sostenía que estábamos formando una generación de inadaptados para la vida. Los chicos que iban a colegios públicos salían mal preparados, con muchas horas menos de clase de las necesarias para estar capacitados de enfrentar el siglo XXI. Porque venían de colegios que el populismo y la pobreza habían convertido en comedores en los que, aleatoriamente, se los instruía y porque las carencias materiales les hizo imposible el acceso a las herramientas tecnológicas de las que dispone el mundo. Con suerte, habían compartido una computadora entre docenas de alumnos una vez y cada tanto. Esos establecimientos envejecidos no contienen a nuestra población infantil ni en lo académico ni en lo humano. Las goteras, el frío y los problemas edilicios son el marco de una escuela pública que fue perdiendo sus laureles bien ganados en otras épocas. El egresado, entonces, resulta un producto escasamente capacitado para enfrentar los desafíos que nos plantea el mundo modernísimo al que la sociedad global se viene asomando. No siempre la educación pública fue el adefesio actual. Por el contrario, durante un siglo representó uno de los orgullos nacionales. Los egresados de escuelas y universidades estatales eran garantía de excelencia que la acumulación de políticas equivocadas transformó en parias sub capacitados. Haciendo memoria, sin ira, buscando explicaciones hay que mirar para atrás porque definitivamente allá están las respuestas. Probablemente la escuela pública fue distinta, por ejemplo, cuando sus maestros no conformaban las filas de la CGT porque sentían que su vocación de formar a nuestros hijos no tenía parecidos con los reclamos que podrían inspirar a los obreros del puerto o a los metalúrgicos. En la vereda de enfrente, estaban los privilegiados hijos de quienes tienen las posibilidades económicas de pagar por una educación a la altura de las necesidades de los tiempos que corren. Esos chicos tienen acceso a internet, idiomas y una educación completa que les garantiza salida laboral y buenas remuneraciones. Mientras esto ocurría a la vista de la clase dirigente que nada hacía por reducir la brecha, lo político también mutaba. La calidad institucional se estrellaba a fuerza de corrupción. Los partidos políticos hacían todo lo posible para volverse corporaciones monolíticas que impidieran el debate, el disenso y la competencia interna. Cuando lo lograron, los espacios de participación se achicaron aún más en tanto que los poderes del estado ya habían sido capturados por minorías para beneficio propio; la ideología de la mediocridad era ley y filtro. A la pobreza de la educación pública y la aparición de una casta política saqueadora con nuevos códigos se sumó y generalizó una filosofía de lo fácil y lo rápido que traspasó a la sociedad y carcomió sus cimientos. Ser rico pasó a ser infinitamente más importante que ser culto; sin educación ni valores o, tal vez, sin educación en valores, estaban dadas las condiciones para lo que vino: “vale todo” y “sálvese quien pueda”. Eso y decir que el sistema imperante saca lo peor del ser humano es lo mismo. Y es lo que la Argentina viene practicando desde hace décadas. Ese día entendí que los grupos de inadaptados que crecían en nuestra sociedad eran dos, por motivos diferentes, pero dos: los hijos de la escuela pública por su falta de preparación para los desafíos del nuevo siglo y los hijos de las escuelas exclusivas. Ellos, que a la par de los idiomas y las herramientas académicas modernas conviven con el valor de la competencia y de la palabra; que aprenden el mecanismo de los premios y los castigos y son instados a la superación y la exigencia también tienen dificultades a la hora de la inserción en una sociedad sin esos códigos de comportamiento. Inadaptados en lo académico, unos; inadaptados para la convivencia, los otros. Cómo se sobrepone a una ecuación compleja quien no estudió el modo de resolverla? Cómo se traicionan los principios con los que alguien se educó para obtener un ascenso o “sacar” un expediente? Alguien me dirá que puede haber egresados valiosos de la escuela pública y atorrantes de la otra y yo les diré que sin ninguna duda es cierto. El presente análisis es una descripción de tendencias, no de casos aislados. Y la rebelión interna que padecemos los liberales es saber que muchos padres de espíritu sano están atrapados por este sistema siniestro que les impide elegir la educación de sus hijos; este sistema perverso de malandras autoritarios y ladrones que los hacen rehenes de sus políticas de hambre; este sistema que los convierte en clientes obligados de sus escuelas, de sus hospitales y de sus limosnas. La factura a los que no padecieron esa ostensible violación al primero de los derechos individuales, el de la libertad, es preguntarles qué excusa tuvieron para aceptar y en muchos casos, colaborar con la instalación de estas gentuzas en los espacios de poder. La Argentina actual está estancada por todo esto. Porque muchos no están capacitados a entender el proceso en que estamos sumidos y, por lo tanto, tampoco son capaces para encontrar el camino de salida. Hay quienes entienden muy bien y que aprovechan las ventajas de corto plazo que les otorga el caos. Ambos grupos sumados son mayoría. El resto somos los atrapados y para los atrapados, no hay más opciones que soportar la arbitrariedad o emigrar mientras sea posible. Se equivocan quienes refieren ejemplos de otras épocas y otras dictaduras. Esta es única porque el peronismo es único y se compone de lo peor de los autoritarismos que el mundo moderno conoce. Porque siempre hay un peronista “bueno” (generalmente aislado circunstancialmente del peronismo gobernante) dispuesto a reivindicar al régimen y porque siempre hay un comodín inescrupuloso sin ideología que, en aras de obtener poder, hace alianza con él para llegar. El peronismo es la catástrofe de la historia Argentina. Negarlo es resistir la realidad. Mientras tanto, nos imponen sus códigos y como uno no elige las alternativas sino entre las alternativas que el destino pone frente a nosotros, entre “vale todo” y “sálvese quien pueda” elijo lo segundo. Ezeiza.

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